jueves, 5 de julio de 2018

Ingratitud

Existen personas que acostumbran a dar por sentado los favores que reciben de los demás y los olvidan fácilmente.

Pero no sólo tienen tan frágil la memoria en ese sentido sino que sufren una distorsión de la percepción y tienden a atribuirse  a sí mismos los beneficios que obtienen,  sin reconocer en absoluto el apoyo que recibieron.

Por supuesto, si la ayuda no les reporta ventaja alguna, no dudan en culpar a los otros de sus fracasos.

Estoy convencido que una crianza con excesos de gratificaciones y un ego alimentado desde niño, generalmente por ser únicos hijos, llevan a esa actitud de falta de reconocimiento y de agradecimiento tanto por todo lo que han tenido la oportunidad de recibir siendo niños como por todo lo que la vida les depara siendo adultos.

El niño consentido suele ser un adulto incapaz de sobrellevar los avatares de la vida y de defenderse solo, porque su condicionamiento no se lo permite, ya que permanece a la espera de que haya siempre alguien que le tienda una mano.

No conciben la posibilidad de hacer un esfuerzo para obtener algo por sí mismos, ya sea por sus continuas enfermedades imaginarias, o porque eligen estar siempre cansados o depresivos,  o porque creen que ninguno puede pagar el costo que valen sus esfuerzos.

Por lo tanto, circulan por la vida tratando de sacar ventajas, intentando  continuar el estilo de vida que anhelan, viviendo de las herencias o vendiendo las joyas de la abuela, sin desarrollar el intelecto o la creatividad, aunque hayan ido a calentar el asiento a la facultad y hasta hayan obtenido un título.

De estas vidas vacías y huecas está lleno el mundo, personas que se entretienen quejándose de todo y sin hacer nada que implique un posible esfuerzo.

Por otro lado, los que se complacen en ayudar a otros, no escarmientan, porque no aprenden que es inútil ayudar a quien no se ayuda a sí mismo, y  que casi nunca recibirán reconocimiento.  Sin embargo no lo pueden evitar y se siguen empeñando en darle una mano al caído sin esperar recompensa alguna, arriesgándose a sufrir decepciones y desilusiones.

El impulso de hacer algo por el otro es innato y todos lo tenemos, sólo que depende de las experiencias que se hayan tenido.  El que ha sido bien enseñado será solidario, tenderá a esforzarse para obtener algo y si recibe algo que necesita quedará eternamente agradecido.

Eduquemos a nuestros hijos sin darles demasiado, que aprendan a ayudar en la casa, a ganarse lo que desean, a ser solidarios, generosos y honestos,  a respetar al otro aunque piense y sea diferente;  y principalmente,  a ser agradecidos por todo, todas virtudes que se adquieren con el ejemplo.

El que da algo, aunque sea poco, está expresando de la mejor manera posible su amor por el otro y el que está siempre esperando que le den algo y se olvida de agradecer, demuestra claramente su egoísmo.

Alguien dijo sabiamente alguna vez:  "Nadie es tan pobre que no pueda dar algo, ni tan rico que no necesite nada".  


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