Filosofía
Ciencia Y Conciencia: Universos Paralelos
La vida es una sucesión de experimentaciones sujetas a la
interpretación. Nuestros órganos sensoriales se estimulan casi sin nuestro
permiso por señales físico-químicas de los alrededores que confluyen en el
sistema nervioso para dar lugar a la percepción de la realidad.
Nuestras vidas no son más que una exposición constante a las imágenes
que recogemos en el día a día y que, tras ser tratadas por nuestra mente, nos
fuerzan a esgrimir una exégesis apoyada en información previa. Somos
científicos de nuestra propia existencia: tomamos datos, los procesamos y,
jugando con lo que ya conocemos, llegamos a conclusiones. No nos controlamos.
Incluso cuando forzamos a nuestros sensores a reducir el flujo de señales a
nuestra mente durante el sueño, esta sigue procesando información.
La ciencia es un universo paralelo de nuestra vida cotidiana. Si
queremos entender un fenómeno, nos vemos obligados a medir, y medir es dejar
hablar a la naturaleza mientras nosotros permanecemos callados, intentando no
interferir en su dictamen.
Pero medir es solo obtener una versión parcial de los hechos. Es el
análisis posterior y la intuición anterior basada en nuestra memoria lo que nos
permite colegir las visiones parciales para llegar a una perspectiva global del
fenómeno, para interpretarlo.
Además, al igual que en el quehacer científico, nuestra visión de la
realidad está limitada por el tipo de señales que recogemos, por los rangos de
valores a los que son sensibles nuestros órganos sensoriales y por la
resolución que alcanzan para distinguir detalles en la información de dichas
señales, sin olvidar que el proceso de recogida de datos puede alterar los
hechos.
Dado que la vista es nuestro sensor principal, no es raro que usemos en
nuestro lenguaje la palabra visión como sinónimo de percepción o espejismo de
ilusión y que responsabilicemos casi totalmente a la retina del complejo
proceso de contacto con el mundo que para los humanos desemboca en la
consciencia.
De hecho, los principales métodos de experimentación en la ciencia se
basan en la microscopia, en la recolección de imágenes de aquello que
estudiamos, en la transducción de la información recogida por una máquina sobre
procesos naturales a retratos con los que nuestros ojos se puedan estimular.
En la Grecia clásica ya eran conocedores de lo engañoso de la
percepción: con su alegoría de la caverna, Platón nos mostró que pretender
esclarecer con una o varias imágenes la dinámica de la realidad es un
presupuesto incompleto. Un fenómeno abarca un paradigma más amplio y contiene
más detalles que los que podemos distinguir en la imagen a la que tenemos
acceso desde nuestros microscópicos ojos.
Y aquí no terminan nuestras dudas sobre cómo nos aproximamos a la
realidad, pues esta sigue siendo intangible si no la podemos consensuar con los
que nos rodean. Para ello, después de transformar nuestras vivencias o
experimentos en ideas, las transcribimos al lenguaje para comunicarnos, y, al
hacerlo contaminamos nuevamente nuestra percepción.
La alteración de la realidad mientras hablamos, aunque no sea
intencionada, forma parte de la desvirtuación que sufre su representación
cuando, en vez de a través de vivencias, nos llega por mensajes. La información
se devalúa cuando se canaliza a través de secuencias interlocutor-receptor.
En el siglo XX, bajo la corriente de la Filosofía Analítica, surgió la
del Lenguaje, que englobó no solo a filósofos y lingüistas, sino también a
matemáticos y lógicos, desde Frege a Russell. Llegaron al extremo de
desconsiderar tanto a sus antecesores metafísicos que partieron del presupuesto
de que todos los problemas de la filosofía lo eran en realidad del
lenguaje.
Como consecuencia, filósofos como Wittgenstein, en su esfuerzo por
aumentar el rigor en el lenguaje, se aproximó a una versión lógico-matemática
que eliminara en lo posible las trampas de la comunicación verbal.
Además de que la ausencia de errores en el lenguaje es una idealización,
hemos de plantearnos si el rigor absoluto es una ventaja. La redundancia e
incluso la especulación probablemente no sean solo inevitables, sino también
necesarios.
La generación de información tras estímulos, su transferencia y
transcripción existen en la naturaleza antes que los propios seres humanos. El
ADN almacena información y su procesamiento por parte de la maquinaria
nanoscópica en las células tiene una precisión tan alta que permite la
pervivencia de la especie. De este mismo ejemplo, sin embargo, conocemos que
los errores en estos pasos favorecen la variabilidad genética, lo cual es clave
para la adaptabilidad de las especies.
El contacto con el mundo y la transmisión de la
información, aunque tramposos, no parecen, pues, ilusiones. En este sentido, el
hecho de que la ciencia avance es indicativo de que nuestra comprensión de la
naturaleza crece, de que no estamos fabricando argumentos vacíos que nos lleven
a una especulación circular sobre la realidad a la que solo le cambiamos el
disfraz. Que la realidad se deja tocar, y además representar de manera unívoca
si somos capaces de integrar a lo largo de los tiempos las vivencias de
nuestros antecesores y las de los coetáneos.
Es posible que algunos asuntos personales de nuestra vida en sociedad no
tengan la duración y el impacto necesarios como para que merezcan el esfuerzo
de la interpretación global. Pero nos resulta útil creer que las verdades
absolutas existen aunque no estén a nuestro alcance, y que parece ser que nos
aproximamos a ellas a través de la percepción al igual que el conocimiento
científico crece a partir de la experiencia.