Desde hace más de tres décadas hemos vivido una globalización acelerada,
acompañada por la llamada cuarta revolución industrial, la cual ha permitido
conectar a la mayoría de la humanidad entre sí, en todos los planos. Esta
oleada de globalización hizo central el debate sobre el rol de los mercados, el
papel del Estado y la cultura en estos procesos. Muchos creyeron que era el fin
de la historia, y el triunfo del capitalismo liberal y el Estado
democrático.
La experiencia indicó rápidamente que las reacciones generadas por estos
procesos crearon tantas tensiones que le recuerda a uno las tesis de Karl
Polanyi, en su libro La gran transformación, ocurrida a finales del siglo XIX y
comienzos del siglo XX. Ello generó fracturas profundas que se resolvieron
en dos guerras mundiales, el fascismo, el surgimiento del mundo socialista y el
auge de la socialdemocracia.
La época actual nos invade con similares tensiones. La oleada
globalizadora ha sido recibida por una respuesta que ha atizado los movimientos
nacionalistas, populistas y religiosos. Ya no se discuten tanto los temas de
las décadas recientes, sino el surgimiento de movimientos nacionalistas de
derecha en Europa y otras partes del mundo, el rechazo a los migrantes y la
lucha contra el fanatismo musulmán. Los Estados nacionales parecen ser cada vez
más impotentes para enfrentar estas amenazas, y personajes histriónicos y
peligrosos aparecen en la escena internacional.
Los marginados de los supuestos beneficiarios de la globalización se
sienten excluidos, olvidados, y desean recuperar la “grandeza” de sus naciones
apoyando candidaturas que sorprenden, como es el caso de Trump en Estados
Unidos, quien disputa en forma cerrada la presidencia. En Gran Bretaña, los
excluidos de esta globalización apoyaron la salida de la Unión Europea. En Asia
aparecen personajes como el Presidente de Filipinas. En el Oriente, la amenaza
nuclear con Corea del Norte siembra incertidumbre.
América Latina no se queda atrás, al ver un chavismo aferrado al poder y
saboteando un referendo que lo sacaría del mismo, pues en últimas es lo único
que cuenta, a pesar de la posible implosión social. Brasil cae en el marasmo de
la corrupción y Argentina se sacude con protestas sociales frente a las
políticas de Macri. México está sumergido en la criminalidad del narcotráfico.
La región se estanca en su crecimiento económico, y el desempleo empieza a
crecer en todos los países.
Lo significativo es que nuestro país sea ahora portador de buenas
noticias, con la firma en Cartagena de los Acuerdos de La Habana. ¡Quién lo
creyera! El país parece dispuesto a escoger un sendero de desarrollo, inclusión
y justicia social, en medio de los radicalismos universales.
Polanyi indicó hace mucho que la globalización obligaba a las naciones a
construir cinturones sociales de protección. No para aislarse del mundo, sino
para neutralizar los efectos negativos y desarrollar más equidad e inclusión.
Empezar por el agro, ampliar nuestra limitada democracia, y utilizar políticas
diferentes para el narcotráfico vale la pena.
El mundo nos observa.
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