El ser humano, casi sin saberlo, utiliza a lo largo de toda su vida, su
maravillosa herramienta; su vasta facultad de pensar, sin siquiera conocer los
fundamentos más básicos para su eficiente funcionamiento; sin comprender la
manera de utilizarla a favor de su evolución, y por tanto, promueve una mente
indisciplinada, una mente sin rienda, que lejos de configurarse como apoyo,
respaldo y aliento constante en sus decisiones y acciones, puede llegar a
convertirse en su propio antagonista, en opositor, en el rival de su
equilibrio, serenidad, dicha y paz interior. Por tanto, se presume imperante,
el justo conocimiento de la mente.
No obstante, contemplamos la mente como una herramienta, como un
instrumento, pero ¿cómo habremos de definirla?
Comúnmente se le define como el conjunto de todas nuestras actividades
intelectuales, pero ciertamente va mucho más allá..., como lo han experimentado
grandes sabios y maestros: "una forma contraída de consciencia, cuya
naturaleza es crear, de manera constante, perenne, incesante”.
Grandes dones le han sido conferidos al ser humano, sin embargo, en
demasía, permanecen adormecidos descansando en el desconocimiento de las
propias facultades que habrán de desarrollarse, no sólo amén de beneficiar a la
persona en sí, sino por ser responsabilidad y derecho de la misma;
incrementarlos, potenciarlos; elevando así su propia vida, y la de quienes le
rodean.
La mente se encuentra en un estado de creación
continua, consciente o inconscientemente, de día y de noche, nutriéndose con
las diferentes experiencias, circunstancias, y demás hechos del mundo exterior;
y bajo el matiz, las luces y sombras del propio mundo interior. La mente no
descansa y en ese incesante proceso, va creando la clase de vida que la persona
está eligiendo vivir, sabiéndolo o no, eso no tiene relevancia en el proceso
creativo; la mente configura el mundo del individuo, el tipo de vida, y la clase
de experiencias que habrá de vivir. Siendo paradójica y consecuentemente el que
una ‘buena’ mente, una mente aliada, habrá de convertir cualquier experiencia,
por adversa que parezca, en una experiencia edificante, transformadora y se
habrá de dar a la misma, la connotación apropiada dependiendo del tipo de mente
que la afronte.
Así, que ante la evidencia, la valiosa alternativa precisa conocer la
propia mente; su naturaleza, y tomar consciencia de sus alcances y
trascendencia.
Ahora bien, establecerse en dicho proceso invitará al individuo a
interrogarse por el tipo de pensamientos habituales, por la clase de ideas que
usualmente surgen en su mente y se proyectan; por la índole de sus sentimientos
y por el género que matiza sus actividades. La propia reflexión conduce al
autoconocimiento, y éste conlleva a la expansión de la consciencia. Y una
consciencia en expansión, es una mente que evoluciona; una vida que se
eleva, un espíritu que reconoce su unidad con lo divino.
Aquella mente que se encuentra bajo la constante observación
de la propia consciencia, será posible guiarla hacia su evolución, y hacia las
aspiraciones más nobles de cada individuo: equilibrio, salud, armonía,
serenidad, compasión, comprensión y paz interior.
Marco Aurelio (filósofo romano s.
II d. C.), afirmó que la vida de un hombre la hacen sus pensamientos;
entendiendo que al escoger los pensamientos, también se escoge la vida.
Siempre ha de ser una constante, vigilar la naturaleza de los pensamientos, y
elegir aquellos a la altura de la categoría de vida que se ha decidido.
La disciplina de la mente, su condición y alcances, se incrementan
articulando el pensar con la consciencia, siempre unidos, siempre congruentes y
abrazando íntimamente el objetivo definido: vivir esta vida de la mejor manera
posible, establecidos en el equilibrio y la dicha interior independientemente
de lo que pueda o no estar sucediendo; el ser humano tiene la facultad, a
través de una buena mente, de colorear su destino, con el tono de la sabiduría.
Y así, será posible salir de las filas que configuran la larga cadena de
la humanidad, que han conducido al antiguo filósofo hindú a afirmar que lo
increíble no es que el ser humano sea producto de sus propios pensamientos; lo
realmente increíble es que ni siquiera se dé cuenta...
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