Eso sucede en todos los sitios, aún en las comunidades más santas. No
debemos soñar en grupos humanos donde no existan las formas de ser que me
molestan. En el fondo todas son necesarias para mantener el equilibrio del
conjunto. Por eso más nos vale pagar cuanto antes el peaje para disfrutar de la
autopista.
Ese peaje supone el trabajo del propio corazón, si no queremos ir por la
autopista con el freno de mano echado. Afrontar con naturalidad esa realidad es
muy importante. Ayuda a mejorar las relaciones, a ser pacientes, a sobrellevar
las debilidades de los demás. La ayuda en carretera –corrección fraterna la
llamamos- no es echar en cara ni humillar.
Se puede avisar de los peligros y se puede ayudar a reparar los
desperfectos, para lo que el perdón y la misericordia son herramientas
indispensables en toda relación humana. Cuando una comunidad toma conciencia de
ello y sus miembros trabajan en ello, la comunidad experimenta una gran
transformación, aunque siga teniendo sus debilidades.
No estrechemos la autopista con nuestra mezquindad, preocupados de
exigir a los demás lo que nosotros no damos, o mostrando nuestra insatisfacción
por lo que nos molesta de los demás. La corrección busca el bien del otro con
amor. La insatisfacción volcada en la crítica es el desagüe de nuestras aguas
fecales.
Dejemos la autopista en su anchura original para que puedan circular
todos los vehículos por ella, y no sólo los de nuestra marca. Que nuestra
magnanimidad atraiga más que ahuyente, sin que ello signifique permiso para
saltarse las normas comunitarias establecidas, supervisadas siempre por la
corrección fraterna.
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