“Pensar es fácil, hacer es difícil,
y convertir los pensamientos en acción es la cosa más difícil del mundo”.
de Johann Wolfgang von Goethe
Es sabido el beneficio de Mindfulness en la salud y el bienestar, pero
aunque no esté tan estudiado, creo que es igualmente importante el efecto que
tiene en los procesos de pensamiento y en la eficacia personal. Una conciencia
más ecuánime y lúcida mejora la creatividad, la capacidad de reflexionar, la
asignación de prioridades, la toma de decisiones y la capacidad de funcionar en
ambientes complejos, incluso nos permite funcionar con dos hipótesis
contradictorias. Por ello quiero iniciar una serie de reflexiones que colgaré
en el blog sobre este tema. Para empezar, tomaré un proceso mental que
exploramos en el retiro de Mindfulness de este verano, las diferencias entre la
Intención y la Acción.
La intención, como dice Goethe en su cita, sería el pensamiento que
precede a la acción, sea esta un movimiento del cuerpo o una palabra. La
intención por tanto es íntima y personal, la acción es pública e irrevocable.
Una persona es dueña de sus intenciones pero responsable ante otros de sus
actos.
Tomar conciencia de las intenciones hace que nuestras acciones sean más
coherentes, precisas y mejor enfocadas, respondiendo mejor a lo que demanda
cada situación. Una de las grandes fuentes de frustración nace de las acciones
que producen resultados alejados de las intenciones, quizás porque se actúa
precipitadamente, o, también, por causas del azar, que es una condición más
importante de lo que parece (como bien explica D. Kahneman).
Hay un cita atribuida a Oscar Wilde que me fascina “no good deed goes
unpunished “que podríamos traducir como “toda buena acción” tiene su
justo castigo”!!. Para algunos significa que la vida no siempre es justa y que
las cosas no siempre salen como queremos. A mí me lleva a reflexionar sobre
¿Qué es eso que consideramos “buena acción”? y ¿Cuál era realmente la intención
que estaba originando esa “buena acción”?. Por otro lado, la filosofía Oriental
enfatiza la importancia de la intención y el desapego al resultado de la acción
(como recoge el Bhagavad Gita).
Las personas reactivas se caracterizan porque su intención es
inseparable de la acción, por lo tanto no llegan a contemplar la intención y a
valorar sus consecuencias. La sabiduría nos ayuda a crear un espacio entre la
intención de hacer algo, digamos ir al frigorífico para coger un helado o
enviar un email de respuesta incendiaria, y la acción en sí.
Este espacio mental nos permite valorar si esa acción es la más
adecuada. Parafraseando a otro de mis pensadores favoritos, Viktor Frankl, “lo importante no es lo que nos
pasa (por la cabeza, es decir la intención) sino lo que hacemos con ello (es
decir la acción). Por ello, cualquier esfuerzo por construir, ampliar y
enriquecer las posibilidades del “espacio de libertad que hay
entre la intención y la acción», entre los acontecimientos externos o
los pensamientos y las respuestas que damos a ellos, permite que los seres
humanos creen un espacio en el que responder creativamente a los desafíos de la
vida. Esta es la esencia de la práctica de Mindfulness. Pruébelo!
Para que no quede en ideas y palabras, proponemos un ejercicio práctico
para explorar directamente la diferencia entre intención y acción. El ejercicio
consiste en fijarse cuando hay intención presente en la mente y cuando esta
intención se convierte en acción. Puede ser respecto a una llamada de teléfono,
satisfacer el apetito en la comida, o antes de realizar alguna actividad que
uno le gusta o tener que hacer una tarea no deseada.
Contemplando la intención en la mente se puede identificar cuando es
débil y está cargada dudas, o cuando es poderosa y se convierte en anhelo o
deseo, estados mentales de los hablaremos otro día. La contemplación también se
puede extender a la acción y ver de qué forma esta acción ha respondido a la
intención, algo que también exploraremos otro día.
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