“Cambiar el mundo, amigo Sancho,
que no es locura ni utopía, sino justicia”.
Miguel de Cervantes
Que el Siglo XXI se nos presentó inesperadamente con una idea inequívoca
: “cambiar el mundo”, que nos exigía el compromiso de todo el colectivo
humano en su puesta en marcha, apremiándonos en la búsqueda de una solución
urgente ante nuestra torpeza –de todos- por encontrar una vía saludable a la
crisis global que nos inquieta y atemoriza, que de ninguna manera podemos hoy
excusar, es una afirmación que difícilmente puede ser hoy discutida en ningún
foro, cualquiera que sea su postulado filosófico o credo.
Incluso cuando utilizamos la expresión “salir de la
crisis”, estamos pensando en la necesidad de cambiar el mundo, el nuestro
y el de los otros, porque estamos hablando del mundo de todos, global,
planetario, hábitat de la humanidad.
Y aunque los seres humanos pertenezcamos a posiciones ideológicas y credos
diferentes, no creo que haya nadie en desacuerdo con las palabras con las que
Don Quijote ilustraba a su escudero Sancho, que hacemos nuestras dando
contenido a cuantas ideas exponemos en esta ventana virtual con la que queremos
dirigirnos (y sumarnos en su esfuerzo) a quienes en verdad anhelan una
transformación radical del ser humano y del mundo que hemos construido hasta la
fecha: “Cambiar el mundo, amigo Sancho, que nos es locura ni utopía, sino
justicia”. Y aunque entonces, en el Siglo XVII, en el que vivió y escribió
Don Miguel de Cervantes, la justicia era locura y utopía (del mismo modo que
aún hoy algunos la consideran improcedente y exclusiva para sus intereses
personales y de grupo -siempre de poder) la mayoría de los seres humanos
comenzamos a pensar cuánta razón tenía el caballero de la triste figura cuando
comunicaba tan sabias palabras (por ello hacen justicia) a su escudero amigo.
Porque es la justicia la que nos convoca hoy para cambiar el mundo. No
la justicia que se discute y se reparte en los juzgados, que esa sí es locura,
sino la que reclama la fraterna igualdad -que es humanidad sin diferencias y
sin fronteras y humanamente digna-; la justa distribución de la riqueza -que es
justicia social, además de honesta y equitativa-; la paz y la concordia; la
cooperación sin exclusión… Justicia que antaño reclamaban las utopías, como la
que Cervantes nos presentó en su innovadora y sabia novela. Y otras utopías que
están en la mente de los lectores con memoria agradecida e integradora.
Sin duda que la idea de “cambiar el mundo” es la buena nueva
que nos trae el nuevo siglo XXI. Sí o sí. Porque no hay otra elección.
Pero “cambiar el mundo” exige pensar en unas premisas o principios o
valores que piloten el cambio de rumbo de la humanidad.
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