Detrás de la campaña contra la llamada "ideología de género"
se esconde una visión machista y conservadora de la vida y de las relaciones
entre los seres humanos. Machista porque sus activistas buscan mantener los
estereotipos de género, algo evidente en el uso del rosado (mujeres) y celeste
(hombres), con toda la carga simbólica que esto representa. Y conservadora
porque, según sus defensores, las personas de orientación no estrictamente
heterosexual –lesbianas, gays, trans…– están excluidas del "plan de Dios",
por más creyentes o buenas personas que puedan ser.
Es necesario, sin embargo, valorar en su exacta dimensión el hecho de
que miles y quizá millones de personas se adhieran a las banderas de ese
movimiento.
Cuando se debate con sus representantes o dirigentes, hay que tomar en
consideración a todas las personas que se identifican con él, de cualquier
condición social y lugar del país. Este no es solo un debate entre
"élites" conservadoras y renovadoras. No se agota con criticar a
personas como el demencial pastor cubano que alentó en una arenga religiosa el
asesinato de lesbianas.
Hay que hacer pedagogía constante, y permear los discursos radicales.
Es innegable que, por las dificultades que todavía implica en la
convivencia social –más allá de las cuestiones religiosas–, muchos padres y
madres temen que sus hijos sean homosexuales.
Al mismo tiempo, no se puede dejar de tomar en cuenta que la versión
tradicional "varón/celeste-mujer/rosado" la consideran más
"segura" para, supuestamente, garantizar la heterosexualidad, y que
representa una protección frente a posibles abusos en la escuela.
Frente a todo esto, el gran desafío es explicar –y convencer de– por qué
el enfoque de igualdad de género –no la "ideología"–, así como la
adecuada información sobre los otrora temas tabú, otorga mayores garantías a la
integridad y a la mejor realización –incluso profesional– de sus hijos e hijas,
además de que no alienta ninguna orientación sexual, sino que predomine el
respeto.
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