Frecuentemente perdemos el interés en empleos, personas, relaciones... Esto no siempre constituye un proceso normal e irreversible. Podemos actuar.
La habituación es uno de los procesos de aprendizaje más primitivos y comunes que existen. El mismo consiste en un decremento de la respuesta ante un estímulo que se presenta repetidas veces. Es decir, es el proceso por el cual dejamos de responder a aquello que ya no constituye una novedad.
A lo largo del día podemos encontrar numerosos ejemplos de este fenómeno. El ruido de un electrodoméstico deja de sobresaltarnos a medida que lo escuchamos a diario. La publicidad situada a un lado de la carretera en tu camino al trabajo, termina por pasarte totalmente desapercibida. Los gritos de unos padres que constantemente se dirigen así a su hijo, dejarán de producir efecto en el niño.
Cuando nos acostumbramos a un estímulo, este pierde el poder de evocar una respuesta en nosotros. De este modo la ilusión por un trabajo se desvanece con el día a día y comenzamos a encontrar defectos a esa amistad que considerábamos perfecta.
Igualmente, si nos referimos a relaciones de pareja, los niveles de distintos neurotransmisores se estabilizan con el paso del tiempo. De esta forma el enamoramiento da paso a un amor compañero en que la euforia inicial se ve sustituida por mayores niveles de intimidad y compromiso.
Otras veces ocurre que perdemos el interés porque damos por sentado lo que tenemos. Cuando algo supone un reto nos ponemos en marcha para trabajar por ello. Tener un objetivo nos impulsa a movilizar nuestros recursos y habilidades, y la satisfacción al lograrlo es elevada.
En cambio, cuando ya es nuestro, es común que nos relajemos y nos asentemos. La felicidad por aquello que hemos obtenido va perdiendo intensidad. Cuando tenemos un empleo fijo o cuando las personas nos muestran excesiva atención sentimos que ya no hay necesidad de esforzarse, el elemento reto desaparece.
El denominador común en ambos casos es que, de una forma o de otra, dejamos de valorar las situaciones o a las personas que nos rodean. Ya sea por costumbre o por excesiva confianza, no nos planteamos que realmente podemos perder lo que tenemos. El perjuicio que provoca esta situación es evidente: nuestro rendimiento laboral será mucho menor, nuestras relaciones sociales irán perdiendo calidad por no cuidarlas y nuestra pareja puede marcharse al no sentirse valorada.
Muchas personas piensan que la pérdida de interés es inevitable, que es parte del proceso normal de la vida. Así adoptan una actitud pasiva y se acomodan en situaciones que ya no les hacen verdaderamente felices. O, por el contrario, saltan de una situación vital a otra esperando que en la próxima el desinterés no haga acto de presencia.
Es imprescindible saber que el interés se trabaja mediante acciones diarias. Si sientes apatía por todo lo que te rodea probablemente se deba a que has dejado de otorgarle valor, y esto es algo que nace únicamente de tus pensamientos. Tenemos el hábito de pasar por alto las cosas buenas que conforman nuestra vida y así nos estamos privando de la capacidad de disfrutar.
Adopta la costumbre de ser consciente cada día de todo lo que tienes, de sentir plenamente la felicidad que esto de proporciona. Trabaja tu gratitud y enseña a tu mente a no dar nada por sentado. Recuerda cuánto anhelabas lo que ahora posees y dedícate activamente a disfrutar de su presencia en tu vida.
Una mente agradecida y enfocada en lo positivo experimenta niveles mucho más elevados de felicidad y satisfacción. Además, de forma natural cuida sus relaciones y sus circunstancias, dando lo mejor de si mismo en cada una de ellas. La persona que actúa de este modo puede estar segura de que la pérdida de interés dejará de acompañarle en su viaje.
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