Juan Rulfo se preguntaba: “¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido”. Tener y cultivar la ilusión es uno de los motores de nuestra existencia. Y la ilusión está estrechamente unida a los sentidos. Es esa capacidad que poseemos las personas para reunir todas nuestras fuerzas y concentrarlas a favor de la conquista de un objetivo.
Ilusión es una palabra que procede del latín ilusionis y significa engaño. Porque así es la ilusión, es ese don que tenemos los seres humanos para creer en aquellas cosas que no vemos, pero que nos ayudan a vivir.
“No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo que sería?”
–Ramón de Campoamor-
La ilusión está conectada a emociones positivas. Cuando nos ilusionamos nos sentimos bien, nos sentimos plenos y motivados. Nuestra mirada cambia. Nuestro estado emocional también. Nos sentimos entusiasmados y cargados de energía. Es un sentimiento que nos da fuerza.
Desde pequeños recurrimos a las ilusiones para construir nuestro proyecto de vida, para diseñar nuestros sueños y fijar nuestras metas. Vivimos con ella porque es la fuerza que nos empuja a alcanzar nuestros objetivos. La ilusión es nuestra compañera de viaje. Con ella pensamos dónde nos gustaría ir, qué nos gustaría ser o a quien nos gustaría tener a nuestro lado. La ilusión nos ayuda a hacer realidad nuestros sueños.
«Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.»
-Gilbert Keith Chesterton-
La ilusión sirve para no rendirnos, para llenarnos de aliento y empujarnos a conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Sin embargo, con el paso de los años parece como si el depósito de nuestras ilusiones se fuera agotando.
Esta sensación está asociada a la experiencia. Las cosas no nos hacen la misma ilusión cuando las hacemos por primera vez, que cuando la repetimos muchas veces. Por eso no solo hay que tener ilusiones, sino que hay que renovarlas para que no se agoten.
El problema de las ilusiones llega cuando no sabemos conformarnos, es decir, cuando construimos nuestro objetivo sobre expectativas de las que dependen directamente nuestra felicidad o nuestra autoestima y que, si no las conseguimos, nos hacen sentir mal. Por eso debemos motivarnos, ilusionarnos sin despegar mucho los pies del suelo.
La ilusión conecta con los sentimientos más positivos del ser humano y es contagiosa. Recurrimos a ella para sentirnos mejor, para alcanzar algo que nos hace feliz.
Eduardo Punset argumenta que “en el hipotálamo del cerebro está lo que los científicos llaman circuito de la búsqueda. Este circuito, que alerta los resortes de placer y de felicidad, solo se enciende durante la búsqueda y no durante el propio acto. En la búsqueda, en la expectativa, radica la mayor parte de la felicidad”.
Tener ilusión aviva nuestro sentimiento de felicidad, pero eso es algo que debemos cultivar. ¿Se puede? La respuesta es sí, se puede cultivar la ilusión. Pero, como todo, hay que trabajarlo. Es importante organizar nuestra vida y marcar algunas prioridades, tal vez al principio solo algunas metas para conseguir a corto plazo. Alcanzando pequeños logros se irán dando grandes pasos para recuperar la ilusión.
«Nada es más triste que la muerte de una ilusión.»
-Arthur Koestler-
Buscar actividades nuevas que gusten, emocionarse con todo lo bueno que da la vida, aprender de cada nueva experiencia y recordarse que cada día es un día menos para conseguir lo que se desea ayudará también a fortalecer esa ilusión. Lo importante es ir sumando momentos para volver a tener ilusión, esa ilusión que nos ayudará a seguir avanzando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario