En el mundo de hoy
en día, defender la dignidad del trabajo es una batalla constante. El
pensamiento económico predominante considera el trabajo un coste de producción,
que en la economía mundial debe ser lo más bajo posible para resultar
competitivo.
Considera a los
trabajadores consumidores, que, debido a sus salarios relativamente bajos,
necesitan acceder fácilmente al crédito para estimular el consumo y terminan
teniendo deudas increíbles. En ningún lado se ve la importancia social del
trabajo como base de la dignidad personal, como fuente de estabilidad y
desarrollo de las familias o como contribución a la paz de las comunidades.
Este es el
significado de “trabajo decente”. Es un esfuerzo por recordar que estamos
hablando de políticas que se ocupan de la vida de seres humanos y no solo de
cuestiones de costes y beneficios.
Este es el motivo por el que la constitución
de la Organización Internacional del Trabajo nos dice “El trabajo no es una mercancía”.
Y sabemos que la calidad del trabajo define de muchas formas la calidad de una
sociedad. En esto deberían consistir nuestras políticas: hacer que las personas
sigan ocupando progresivamente mejores empleos con un salario que les permita
vivir, respetar los derechos de los trabajadores, la no discriminación y la
igualdad de género, facilitar la organización de los trabajadores y la
negociación colectiva, la protección social universal, las pensiones adecuadas
y el acceso a la atención médica.
Todas las
sociedades se enfrentan a dificultades respecto al trabajo decente,
especialmente en medio de una crisis mundial que todavía nos persigue. ¿Por qué
es tan difícil? Hay numerosas explicaciones históricas y políticas
convergentes, pero existe una causa firme: según los valores del mundo actual,
el capital es más importante que la mano de obra. Se han visto señales por
todas partes, desde el crecimiento inaceptable de la desigualdad a la
proporción decreciente de los salarios en el PIB. Todos debemos reflexionar
sobre las implicaciones para la paz social y la estabilidad política, incluidos
quienes se benefician de una ventaja actual.
Pero las cosas
están cambiando. Muchos países emergentes y en desarrollo han demostrado una
gran autonomía política al definir su respuesta a la crisis, con la mirada
puesta en el empleo y la protección social, como defiende el Informe sobre
Desarrollo Humano 2014
.
Las políticas que
provocaron la crisis sobrestimaron la capacidad de los mercados para
autorregularse; subestimaron el papel del Estado, la política pública y las
normativas y devaluaron el respeto del medio ambiente, la dignidad del trabajo
y las funciones de los servicios sociales y la asistencia pública en la
sociedad. Llevaron a un modelo de crecimiento insostenible, ineficiente e
injusto. Lentamente, hemos empezado a cerrar este ciclo político, pero no
contamos con una alternativa predefinida preparada para ocupar su lugar.
Esto representa una
extraordinaria oportunidad política y un reto intelectual para el sistema de
las Naciones Unidas. La reunión en torno a una visión mundial creativa
Post-2015 con Objetivos de Desarrollo Sostenible claros puede ser un primer
paso hacia un nuevo ciclo de políticas públicas que analice cómo debería ser el
mundo después de la crisis. Y fuera de las Naciones Unidas, tenemos que
escuchar.
En muchas sociedades existe una gran desazón e inseguridad. Y por
ello es tan importante la insistencia de este Informe en reclamar el papel del
pleno empleo, la protección social universal y el camino hacia el trabajo
decente. Se basa en el consenso existente en las grandes reuniones de Jefes de
Estado y de Gobierno de la historia de las Naciones Unidas. En su cumbre de
2005, afirmaron que “Apoyamos firmemente una globalización justa y resolvemos
que los objetivos del empleo pleno y productivo y el trabajo decente para
todos, en particular las mujeres y los jóvenes, serán una meta fundamental de
nuestras políticas nacionales e internacionales y nuestras estrategias
nacionales de desarrollo, incluidas las estrategias de reducción de la pobreza,
como parte de nuestro esfuerzo por alcanzar los Objetivos de “Desarrollo del
Milenio”. Por consiguiente, al menos sobre el papel, el compromiso está ahí en
términos claros.
Permítanme concluir
con un ejemplo de los cambios necesarios sobre los que creo que existe un
consenso generalizado. Las inversiones sólidas en la economía real, grandes y
pequeñas, con una importante capacidad de creación de empleo deben desplazar a
las operaciones financieras del mando de la economía mundial.
La expansión de
los beneficios a corto plazo en los mercados financieros, que refleja un escaso
empleo, ha desviado recursos del horizonte a largo plazo de lograr empresas
sostenibles en la economía real.
El mundo está repleto de liquidez, que debe
convertirse en inversiones productivas mediante un marco regulador que vele por
que las entidades financieras cumplan su función original de canalizar ahorros
hacia la economía real. Asimismo, la ampliación de la participación salarial en
el PIB dentro de unas tasas de inflación razonables aumentará la demanda real y
servirá como fuente de crecimiento del desarrollo sostenible.
Hugo W. Arostegui