Mirar al cielo repleto de estrellas le mueve el piso a
cualquier persona. Resulta prácticamente inevitable sentirse diminuto, a veces
incluso insignificante, cuando pensamos en la magnitud del cosmos. Después
de todo, comparados con la Tierra, no somos más que un simple punto; frente al
Sol, la Tierra se convierte en un punto; y a nivel de la Vía Láctea, el Sol no
es más que una entre miles de millones de estrellas.
Y esto no se detiene: nuestra galaxia simplemente es un
minúsculo punto ante la magnificencia del universo conocido, e incluso el
propio cosmos, que puede parecernos infinito, tranquilamente podría ser uno más
entre incontables universos. Otra vez, nada más allá de un punto.
¿A veces te encuentras a ti mismo pensando en estos temas y
en cómo la realidad logra, simultáneamente, ser tan maravillosa y
atemorizante? Entonces déjame decirte que eres un mejor ser humano que
aquellos que no sienten esta mezcla de temor y asombro, un sentimiento que
podríamos denominar deslumbramiento. Las personas que experimentan este
sentimiento generalmente son más educadas, generosas y dispuestas a colaborar
con los demás.
Así lo afirma una investigación publicada recientemente en
un periódico de la American Psychological Association. “Nuestra investigación
indica que el sentimiento, aunque muchas veces efímero y difícil de describir,
tiene una función social de vital importancia”, dice el líder del estudio, el
profesor de psicología Paul Piff.
El investigador de la Universidad de California en Berkeley
explica que, al reducir el énfasis del individuo en su propio ego, el
sentimiento de deslumbramiento impulsa a las personas a apartarse del interés
personal en nombre del bienestar de los demás. Piff y su equipo llegaron a esta
conclusión tras someter a un grupo de voluntarios a diversas imágenes de la
naturaleza y del planeta Tierra y, a continuación, aplicar cuestionarios para
medir el comportamiento ético y la generosidad de los participantes.
Los investigadores notaron que aquellos que dijeron sentirse
deslumbrados y temerosos eran éticamente más correctos que los que sentían
orgullo. Y según Piff, parece que ese sentimiento positivo tiene una tendencia
a esparcirse de forma natural entre la sociedad. “Cuando las personas
experimentaban el deslumbramiento, realmente querían compartir la experiencia
con otros individuos, lo que sugiere que el comportamiento tiene un componente
particularmente viral”.
Personalmente es un sentimiento que, desde muy pequeño, me
genera cierto confort y curiosidad. A veces, irónicamente a lo que concluye el
estudio, me valgo de él como una válvula de escape para todos esos problemas
que parecen irresolubles y que aquejan a nuestra sociedad.