jueves, 20 de septiembre de 2018

Ponerse En La Piel Del Otro

Dicen que a la lectura sólo hay que dedicarle los ratos perdidos, que se pierde vida mientras se lee. Lo cierto es que, agradable pasatiempo para muchos, obligación para otros, leer es un beneficioso ejercicio mental.

Rendir culto al cuerpo está en boga, pero ¿y dedicar tiempo al cultivo de la mente? “Al igual que nos cuidamos y vamos cada vez más al gimnasio, deberíamos dedicar media hora diaria a la lectura”, sostiene el escritor catalán Emili Teixidor, autor de La lectura y la vida (Columna) y de la exitosa novela que inspiró la película Pa negre.

Favorecer la concentración y la empatía, prevenir la degeneración cognitiva y hasta predecir el éxito profesional son sólo algunos de los beneficios encubiertos de la lectura. Sin contar que “el acto de leer forma parte del acto de vivir”, dice el ex ministro Ángel Gabilondo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del reciente ensayo Darse a la lectura (RBA). Para Gabilondo, la lectura “crea, recrea y transforma. Una buena selección de libros es como una buena selección de alimentos: nutre”.


De la lectura de los primeros jeroglíficos esculpidos en piedra a la de la tinta de los pergaminos, o a la lectura digital, el hábito lector ha discurrido de la mano de la historia de la humanidad. Si la invención de la escritura supuso la separación de la prehistoria de la historia, la lectura descodificó los hechos que acontecían en cada época. Los primeros que leyeron con avidez fueron los griegos, aunque fuesen sus esclavos quienes narraban en voz alta los textos a sus amos. Siglos más tarde, la lectura se volvió una actividad silenciosa y personal, se comenzó a leer hacia el interior del alma. “Los grecolatinos vinculaban la lectura a la lista de actividades que había que hacer cada día”, sostiene Gabilondo. “Convirtieron el pasatiempo en un ejercicio: el sano ejercicio de leer”. Fueron los romanos quienes acuñaron el “nulla dies sine linea” (ni un día sin [leer] una línea).
¿Por qué es tan saludable? “La lectura es el único instrumento que tiene el cerebro para progresar –considera Emili Teixidor–, nos da el alimento que hace vivir al cerebro”. Ejercitar la mente mediante la lectura favorece la concentración. A pesar de que, tras su aprendizaje, la lectura parece un proceso que ocurre de forma innata en nuestra mente, leer es una actividad antinatural. 

El humano lector surgió de su constante lucha contra la distracción, porque el estado natural del cerebro tiende a despistarse ante cualquier nuevo estímulo. No estar alerta, según la psicología evolutiva, podía costar la vida de nuestros ancestros: si un cazador no atendía a los estímulos que lo rodeaban era devorado o moría de hambre por no saber localizar las fuentes de alimentos. Por ello, permanecer inmóvil concentrado en un proceso como la lectura es antinatural.


Según Vaughan Bell, polifacético psicólogo e investigador del King’s College de Londres, “la capacidad de concentrarse en una sola tarea sin interrupciones representa una anomalía en la historia de nuestro desarrollo psicológico”. Y aunque antes de la lectura cazadores y artesanos habían cultivado su capacidad de atención, lo cierto es que sólo la actividad lectora exige “la concentración profunda al combinar el desciframiento del texto y la interpretación de su significado”, dice el pensador Nicholas Carr en su libro Superficiales (Taurus). Aunque la lectura sea un proceso forzado, la mente recrea cada palabra activando numerosas vibraciones intelectuales.

En este preciso instante, mientras usted lee este texto, el hemisferio izquierdo de su cerebro está trabajando a alta velocidad para activar diferentes áreas. Sus ojos recorren el texto buscando reconocer la forma de cada letra, y su corteza inferotemporal, área del cerebro especializada en detectar palabras escritas, se activa, transmitiendo la información hacia otras regiones cerebrales. Su cerebro repetirá constantemente este complejo proceso mientras usted siga leyendo el texto.

La actividad de leer, que el cerebro lleva a cabo con tanta naturalidad, tiene repercusiones en el desarrollo intelectual. “La capacidad lectora modifica el cerebro”, afirma el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France en su libro Les neurones de la lecture (Odile Jacob). 

Es así: hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora y más neuronas en los cerebros que leen. El neurocientífico Alexandre Castro-Caldas y su equipo de la Universidad Católica Portuguesa lo demostraron en uno de sus estudios, junto a otro curioso dato: comparando los cerebros de personas analfabetas con los de lectores, se verificó que los analfabetos oyen peor.

La Ayuda Espontánea



Servir es ayudar a alguien de manera espontánea, como una actitud permanente de colaboración hacia los demás. La persona servicial lo es en su trabajo, con su familia, pero también en la calle ayudando a otras personas en cosas aparentemente insignificantes, pero que van haciendo la vida más ligera. Todos recordamos la experiencia de algún desconocido que apareció de la nada justo cuando necesitábamos ayuda que sorpresivamente tras ayudarnos se pierde entre la multitud.

Las personas serviciales viven continuamente estuvieran atentas, observando y buscando el momento oportuno para ayudar a alguien, aparecen de repente con una sonrisa y las manos por delante dispuestos a hacernos la tarea más sencilla, en cualquier caso, recibir un favor hace nacer en nuestro interior un profundo agradecimiento.

La persona que vive este valor, ha superado barreras que al común de las personas parecen infranqueables:

- El temor a convertirse en el “hácelo todo”, en quien el resto de las personas descargará parte de sus obligaciones, dando todo género de encargos, y por lo tanto, aprovecharse de su buena disposición.

La persona servicial no es débil, incapaz de levantar la voz para negarse, al contrario, por la rectitud de sus intenciones sabe distinguir entre la necesidad real y el capricho.

- Vernos solicitados en el momento que estamos concentrados en una tarea o en estado de relajación (descansando, leyendo, jugando, etc.), se convierte en un verdadero atentado. ¡Qué molesto es levantarse a contestar el teléfono, atender a quien llama la puerta, ir a la otra oficina a recoger unos documentos... ¿Por qué “yo” si hay otros que también pueden hacerlo?

Quien ha superado a la comodidad, ha entendido que en nuestra vida no todo está en el recibir, ni en dejar la solución y atención de los acontecimientos cotidianos, en manos de los demás.

- La pereza, que va muy de la mano a la comodidad también tiene un papel decisivo, pues muchas veces se presta un servicio haciendo lo posible por hacer el menor esfuerzo, con desgano y buscando la manera de abandonarlo en la primera oportunidad. Es claro que somos capaces de superar la apatía si el favor es particularmente agradable o de alguna manera recibiremos alguna compensación. ¡Cuántas veces se ha visto a un joven protestar si se le pide lavar el automóvil...! pero cambia su actitud radicalmente, si existe la promesa de prestárselo para salir con sus amigos.

Todo servicio prestado y por pequeño que sea, nos da la capacidad de ser más fuertes para vencer la pereza, dando a quienes nos rodean, un tiempo valioso para atender otros asuntos, o en su defecto, un momento para descansar de sus labores cotidianas.

La rectitud de intención siempre será la base para vivir este valor, se nota cuando las personas actúan por interés o conveniencia, llegando al extremo de exagerar en atenciones y cuidados a determinadas personas por su posición social o profesional, al grado de convertirse en una verdadera molestia. Esta actitud tan desagradable no recibe el nombre de servicio, sino de “servilismo”.

Algunos servicios están muy relacionados con nuestros deberes y obligaciones, pero como siempre hay alguien que lo hace, no hacemos conciencia de la necesidad de nuestra intervención, por ejemplo:

- Pocos padres de familia ayudan a sus hijos a hacer los deberes escolares, pues es la madre quien siempre está al pendiente. Darse tiempo para hacerlo, permite al cónyuge dedicarse a otras labores.

- Los hijos no ven la necesidad de colocar la ropa sucia en el lugar destinado, si es mamá o la empleada del hogar quien lo hace regularmente.

Algunos otros detalles de servicio que pasamos por alto, se refieren a la convivencia y a la relación de amistad:

- No hace falta preocuparse por preparar la cafetera en la oficina, pues (él o ella) lo hace todas las mañanas.

- En las reuniones de amigos, dejamos que (ellos, los de siempre) sean quienes ordenen y recojan todo lo utilizado, ya que siempre se adelantan a hacerlo.

No podemos ser indiferentes con las personas serviciales, todo lo que hacen en beneficio de los demás requiere esfuerzo, el cual pasa inadvertido por la forma tan habitual y natural con que realizan las cosas.

Como muchas otras cosas en la vida, el adquirir y vivir un valor, requiere disposición y repetición constante y consciente de acciones encaminadas para lograr el propósito. 

Equilibrio Emocional


"Una vez que sentimos el delicioso sabor del equilibrio emocional, es fácil identificar los fantasmas vigilantes que están a la espera de la más mínima presunta oportunidad para interferir con mantos de ceguera. Pues momentos como estos se convierten en decisiones importantes de vida, ya tu LUCIDEZ te invita a decidir de manera objetiva."

Los entornos confusos generados por sentimientos propios del ser humano, que entendidos bajo un razonamiento consciente no deberían tener peso ni afectación alguna a tu libre existencia. El danzar con entera libertad en el ahora llenan ese espacio de ideas y sentimientos desordenados que en momentos de falta de lucidez se encuentran vulnerables al contagio de las incoherencias existenciales de mentes borrosas con las que debemos interrelacionarnos día a día.
 
Siendo así, tu equilibrio emocional no es más frágil hoy y tampoco se vuelve víctima de las circunstancias externas, a través de nuestro encuentro propio tenemos claro que queremos y que desechamos, protegiendo de esta manera nuestro ser como el único aliado y compañero de la existencia. 

Es importante permanecer alertas y guardar coherencia, no únicamente en nuestros pensamientos si no en las acciones que cristalizan los mismos.
 
Viviremos cuidadosos de participar de las turbulencias de la vida o de actuar en ellas en consciencia por ende en COHERENCIA con nuestra verdadera esencia, ya nada la tornará obscura.

La inestabilidad emocional es sin duda alguna la más clara demostración de falta de lucidez, solo sin engañarnos y auto convencernos somos los VERDADEROS BAILARINES de nuestra hermosa canción de vida.

Saber Reconocer

El valor del reconocimiento, es el valor de ser justo con otros y con nosotros mismos para atribuirle los logros y fallas que se merece.

Este valor es el que otorga a cada persona lo que realmente se ha ganado.
Por ejemplo, reconocimiento es aplaudir a aquel niño que toca la flauta en la estación del tren y denota gran talento.

El reconocer está presente tanto en lo bueno y lo malo… Hay gente que simplemente se gana reconocimientos negativos por las cosas que ha hecho mal y que a lo mejor sigue haciendo.

Por otro lado, estamos nosotros mismos, está el reconocimiento que nos debemos a nosotros mismos por lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal.

Este reconocimiento es el que nos permite premiarnos cuando hemos llegado a una meta trazada y también es el que nos vuelve consciente para analizar las debilidades de haber cometido un error.

Si en tu vida no eres capaz de reconocer cuando has hecho algo bien o mal, no eres capaz de hacer relucir tus talentos y de asumir tus defectos cuando es necesario, jamás sabrás si vas por el camino correcto. 

Ahora, si te auto engañas para no sentirte mal… Peor. 







Asumir Los Errores



Pese a nuestras mejores intenciones y esfuerzos, es inevitable: en algún momento de tu vida estarás equivocado.

Los errores pueden ser difíciles de asimilar, por lo que a veces nos rehusamos a admitirlos, en vez de asumirlos. Nuestro sesgo de confirmación se impone y esto provoca que comencemos a buscar cómo probar nuestras creencias. El auto al que le bloqueaste el paso ya tenía una abolladura en la defensa, lo cual demuestra que fue culpa del otro conductor.

Los psicólogos denominan esto como disonancia cognitiva (el estrés que experimentamos cuando tenemos dos pensamientos, creencias, opiniones o actitudes contradictorias). Por ejemplo, es posible que pienses que eres una persona amable y razonable. Por lo tanto, al bloquearle el paso a alguien de forma abrupta, lo que experimentas es una disonancia y para poder sobrellevarla, niegas tu error e insistes en que el otro conductor debería haberte visto o que tenías el derecho de paso, aunque esto no haya sido así.

 “La disonancia cognitiva consiste en lo que sentimos cuando el concepto que tenemos de nosotros mismos (soy inteligente, soy amable y estoy convencido de que esto es verdad) se ve confrontado por el hecho de que lo que hicimos no fue lo mejor, que lastimamos a otra persona y que esa creencia no es verdad”, dice Carol Tavris, psicóloga social y coautora del libro Mistakes Were Made (But Not by Me).
Asimismo, Tavris añade que la disonancia cognitiva amenaza nuestro sentido de identidad.
“Para reducir la disonancia, debemos cambiar el concepto que tenemos de nosotros mismos o aceptar los hechos”, dice. “¿Y qué camino crees que va a preferir la gente?”.
Tal vez lo enfrentas al buscar cómo justificar tu error. El psicólogo Leon Festinger propuso la teoría de disonancia cognitiva en la década de 1950, cuando investigó a un pequeño grupo religioso que creía que un platillo volador los rescataría de un apocalipsis que tendría lugar el 20 de diciembre de 1954. Al publicar sus descubrimientos en el libro When Prophecy Fails, Festinger escribió que los miembros del grupo se rehusaron a aceptar que su creencia era errónea y mencionaron que Dios simplemente había decidido perdonarlos, mientras lidiaban con su propia disonancia cognitiva al aferrarse a una justificación.
“La disonancia resulta incómoda y eso nos motiva a disminuirla”, menciona Tavris. Cuando nos disculpamos por haber cometido un error, tenemos que aceptar esa disonancia, aunque no sea placentero.
Por otra parte, los estudios han demostrado que podemos sentirnos bien cuando mantenemos nuestra postura. En un estudio publicado en la revista European Journal of Social Psychology se descubrió que las personas que se rehúsan a disculparse después de cometer un error tienen más autoestima y creen tener más control y poder, en comparación con las personas que asumen sus errores.
“En cierta forma, las disculpas les dan una sensación de poder a quienes las reciben”, menciona Tyler Okimoto, uno de los creadores de ese estudio. “Por ejemplo: al disculparme con mi esposa, asumo haber hecho algo mal, pero esa disculpa también le permite a ella elegir entre aminorar mi pena al perdonarme o intensificarla al guardarme rencor. Nuestro estudio ha descubierto que las personas experimentan un aumento a corto plazo en los sentimientos de poder y control personal después de rehusarse a pedir disculpas”.
Sentirnos poderosos puede ser un beneficio atractivo en corto tiempo, pero a la larga existen consecuencias. Negarnos a pedir disculpas podría poner en riesgo “la confianza en la que se basa una relación”, tal como lo menciona Okimoto, y añadió que esto podría prolongar desacuerdos e incitar atropellos o represalias.
Según los expertos, cuando uno se rehúsa a admitir sus errores, también se está menos dispuesto a recibir críticas constructivas, lo cual podría ayudarnos a perfeccionar habilidades, rectificar malos hábitos y mejorar en general.
“Nos aferramos a nuestro modo de hacer las cosas, incluso si existen maneras más apropiadas, sanas y astutas de hacerlas, así como a creencias contraproducentes que ya han caducado”, dice Tavris. “Y provocamos que nuestras parejas, colegas, padres e hijos se enojen con nosotros”.

En otro estudio, realizado por los investigadores de Stanford Carol Dweck y Karina Schumann, se descubrió que los sujetos eran más propensos a asumir sus errores cuando creían ser capaces de cambiar su comportamiento.

Resulta más fácil decirlo que hacerlo, pero ¿cómo podemos cambiar nuestro comportamiento y aprender a aceptar nuestros errores?

El primer paso es identificar la disonancia cognitiva en el momento en que la experimentamos. La mente hará todo lo posible para preservar el sentido de identidad, por lo que es útil saber cómo se siente tener dicha disonancia. Por lo general, la disonancia se manifiesta en forma de confusión, estrés, vergüenza o culpabilidad. Estos sentimientos no siempre implican que uno está equivocado. Sin embargo, pueden utilizarse como recordatorios para analizar una situación desde un punto de vista imparcial, y cuestionarnos de forma objetiva si uno es culpable o no.

Del mismo modo, debemos aprender a identificar nuestras justificaciones y racionalizaciones habituales. Piensa en algún momento en que, estando consciente de un error, hayas tratado de justificarlo en vez de aceptarlo. Recuerda cómo te sentiste al racionalizar su comportamiento, y determina ese sentimiento como una disonancia cognitiva la próxima vez que te ocurra.

Okimoto menciona que esto puede ayudarnos a tener en cuenta que a menudo las personas son más indulgentes de lo que uno cree. Rasgos como la honestidad y la humildad nos hacen más humanos y, por lo tanto, más cercanos. Por otra parte, si no hay duda de que hemos cometido un error, negarnos a disculparnos denota una falta de confianza en nosotros mismos.


“Si es evidente para todos que has cometido un error”, dice Okimoto, “ser obstinado le muestra a la gente una debilidad de carácter, en vez de una fortaleza”.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Zombie Con Digital


Todos hemos visto, o lo que es peor, lo hemos hecho: caminar por medio de la calle, o cruzar de acera escribiendo como locos mensajes a través del móvil, haciendo caso omiso de los demás e incluso chocando con la gente. Aunque ese comportamiento puede ser molesto, hay estudios que prueban que también puede ser peligroso. Este fenómeno ya tiene nombre en los países anglosajones: “distracted walking”, aunque más bien parece el episodio jamás contado de la serie “The walking dead”, y así es como yo prefiero llamarlo. Es ver a alguien sacar el móvil por la calle y a mí ya me entra el mismo miedo que si hubiera visto un muerto viviente, porque esta gente son verdaderos zombies digitales.

¿Cómo reconocer al zombie digital?
Los que se tropiezan con cualquier objeto: hasta que no llevas a cabo el arte de ver el móvil y caminar por la calle al mismo tiempo, no te das cuenta de la cantidad de obstáculos a los que nos enfrentamos diariamente: bordillos, papeleras, escaleras…incluso cuando aún eres novato en esto, llegas a pensar que el Ayuntamiento ha puesto más farolas a propósito. ¿Saben esa sensación de que te descubres un moratón que no sabes cómo te lo has hecho? Pues ya tienes la respuesta. Haz la prueba al final del día: cardenales vs mensajes de Whatsapp. No falla.

Los que se paran en seco: Los más peligrosos y detestables, sin duda. Vas por la calle (generalmente a toda prisa), y de repente el que va delante siente la llamada y deja de seguir su ritmo natural. Es que no lo ves venir porque, o agudizas los reflejos para esquivarlos, y para esto hace falta mucha experiencia, o te topas con ellos irremediablemente. Es una de las cosas más irritantes. 

Una de las mejores medidas para evitarlo es darles un empujoncito al pasar. Además te lo ponen fácil, porque como están obnubilados en su dispositivo, dejan el pestorejo al descubierto, y es perfecto. ¡Zas, que espabile!

Los que dejan de escucharte por contestar al móvil: Vas acompañado en tu camino, y a tu acompañante le llega un mensaje. Te vuelves estúpido. Sí tú, no el del móvil, tú que sigues sólo por la calle hablando en alto. En el caso de que continúe a tu vera, por pura inercia, es la ocasión perfecta para contar aquello que llevas mucho tiempo queriendo confesar pero no te atreves. Total, no te va a escuchar…


Gracias a que ya existe una gran concienciación ante estos individuos, y debido a los numerosos accidentes que existen, algunos países ya están multando estas actitudes. Otros han aprovechado para lanzar al mercado aplicaciones que convierte tu pantalla en transparente y así puedas ver los riesgos con los que puedes toparte mientras juegas al Candy Crush por la vía pública. 

Sin embargo, ni las medidas más estrictas, ni las aplicaciones más absurdas pueden frenar algo que, a menos que sea ultra importante, está en manos del sentido común del propio individuo.  

La Muchedumbre Solitaria


Las semblanzas del hombre medio -aquel que no es rico ni pobre, libre ni esclavo- se suceden a lo largo del último siglo. Sus anhelos y pesadillas han ocupado tanto a sociólogos e historiadores como a escritores y artistas. Con la transición del capitalismo de producción al de consumo se fue perfilando y consolidando un nuevo estrato social: la clase media. Y con ella subieron a escena el hombre y la mujer que la conforman.

Aman, sufren; creen en algo o deambulan, desconfiados; a veces protestan, otras concuerdan. Pueden ser justos o réprobos. Pero el eje de su vida es el consumo. El marketing y la publicidad tienen el ojo puesto en ellos. En conjunto, gastan y hacen ganar millones. Desde la infancia hasta la vejez se los escudriña y disecciona; sus hábitos, costumbres, necesidades, son cuidadosamente registrados y analizados para adecuar la oferta a la demanda. Y en épocas electorales adquieren relieve fugaz, pues se transforman en el objeto de deseo de los candidatos. Esos votantes distantes y veleidosos, en su mayoría de clase media, eligen los gobiernos.

No obstante su importancia, el hombre medio nació apático, como anestesiado. Al principio no se lo diferenció del hombre masa, a quien Ortega, entre otros, estigmatizó: "La estupidez es vitalicia y sin poros", afirmó con ingenio despectivo para referirse al nuevo tipo humano. No era para menos: desde fines del siglo XIX la elite se sintió asediada por la irrupción de un individuo que adquiría identidad en la aglomeración, fuerza en el amontonamiento. 

El comunismo, el fascismo, el nacionalismo, condujeron a esos hombres y mujeres a la plaza pública, dotándolos de consignas y reivindicaciones amenazantes.

La literatura y el ensayo posteriores a la Primera Guerra Mundial comenzaron a deslindar al individuo de la masa. Se atemperó la fobia despectiva: ese sujeto ya no inquietaba más que a sí mismo. El "hombre sin atributos" de Musil somos nosotros: antihéroes, escasos de originalidad y vuelo, sometidos al dictamen de un mundo regido por el número. El personaje que conquistó la realidad y perdió el sueño. A este ser atribulado y gris, Kafka le adosó la pesadilla trágica: un insecto que se revuelve en laberintos infinitos sin conocer jamás el motivo de su tormento.

Más cerca de la actualidad, la sociología, la literatura y el arte norteamericanos de mediados del siglo pasado trazaron un retrato magistral de la clase media. La cuna del consumo describió a sus criaturas con certeza insuperable. Una ansiedad difusa, cuyo eco resuena contra la oquedad del cemento y las sombras de los rascacielos; escaparates de bares que dejan ver a seres de traje oscuro, acodados en el mostrador, bebiendo alcohol antes de volver a casa; hoteles anónimos donde se depositan absortos hombres y mujeres de paso, a medio abrir sus valijas, la mirada opaca, el cuerpo abatido; transeúntes, luces de neón, oficinas, restaurantes de mala muerte, rutas perdidas. 

Las pinturas de Edward Hopper, las fotos de Robert Frank y otros, capturan estas escenas. Y Arthur Miller, como pocos, desentraña el talante emocional que las sostiene. Willy Loman, el protagonista de Muerte de un viajante, está agotado, al cabo de un recorrido interminable, estéril. "Me siento tan solo sobre todo cuando el negocio va mal y no hay nadie con quien hablar", le confiesa a la mujer ocasional que lo distrae al borde del camino. La promesa de éxito, de ganar amigos para ser feliz y hacer negocios, es esquiva. El dinero se evapora pagando cuotas; la esperanza de ser alguien desfallece entre la incertidumbre y la mediocridad.


Por la época que evocamos, en un ensayo considerado ya clásico, titulado La muchedumbre solitaria , el sociólogo norteamericano David Riesman propuso una explicación cautivante del proceso histórico cultural que desemboca en el hombre medio. Es la cara sociológica de la moneda, cuya otra faz iluminan la literatura y el arte. 

Riesman distingue tres tipos de personalidades, según la dinámica poblacional. Al primero, propio de sociedades de alto potencial de crecimiento demográfico, lo denomina "carácter dirigido por la tradición"; al segundo, inherente a sociedades en equilibrio poblacional, lo llama "carácter autodirigido", y al tercero -el que aquí nos interesa- lo bautiza "carácter dirigido por los otros", asimilándolo a sociedades de evolución demográfica declinante.

Sustentabilidad


El principio de sustentabilidad contiene la visión filosófica referida al derecho de las generaciones siguientes a disfrutar por lo menos del mismo bienestar actual.

Generalmente se piensa que la sustentabilidad es nada más preservación y renovación de los recursos naturales. Pero ése es sólo un aspecto del desarrollo sustentable. En el paradigma se trata más bien de hallar alternativas para sustentar todas las formas de capital humano (social, cultural, psíquico, intelectual, financiero, medio ambiental...), pues despilfarrar cualquiera de ellas es despojar a las generaciones que vienen de sus oportunidades. Es la vida humana la que debe ser sustentada.

Sustentabilidad es el principio dinámico de la relación humana con el medio ambiente y con todo lo que abarca a lo social y a lo cultural. El principio ético de la centralidad de lo humano y el dinamismo de la Perspectiva de Género tienen un impacto político específico cuando se comprende que sustentabilidad no significa sostener los actuales niveles de pobreza y privación humanas. El presente miserable e inaceptable para la mayoría de los seres humanos debe ser transformado antes que ser sostenido. Lo que debe reconstituirse y sostenerse es el conjunto de oportunidades para la vida, no la privación humana.

El principio de sustentabilidad es complejo y de difícil aplicación. 

Conceptualizarlo requiere valorar en primer lugar lo humano y ver todo lo demás en función de las mujeres, los hombres y sus comunidades. Así, la sustentabilidad contraviene los intereses de cualquier tipo que monopolicen el dispendio de bienes y recursos, el despilfarro y la destrucción de lo que se ha llamado capital humano.

La sustentabilidad prefigura el acceso igualitario a las oportunidades de desarrollo, hoy y en el futuro. Es por ello el principio de la equidad intrageneracional e intergeneracional.


Con todo, se ha señalado que la situación actual es de tal manera incierta, que resulta casi paradójico preocuparse por el futuro. Porque hay quienes con urgencia se afanan en proteger un futuro lejano de las formas de un destino que despiertan tan poca preocupación y suscitan tan pocas medidas cuando se padecen hoy. 

Porque hay muchos discursos en los que la sustentabilidad está de moda no a pesar de su vaguedad, sino debido a esa vaguedad.

A Imagen Y Semejanza


¿Qué significa ser hechos a imagen y semejanza de Dios? Nuestra humanidad es la huella divina en nosotros. Mirar al hermano como un semejante es descubrir en él la imagen de la divinidad. “Somos semejantes en los valores que nos hacen humanos”.

Y fuimos creados a imagen y semejanza… nos explica la Biblia en sus primeras páginas. ¿Alguna vez meditamos, en profundidad, acerca de las posibles interpretaciones de este versículo? Esa imagen que menciona el texto sagrado, y esto es claro para mí, se refiere sin dudas a la imagen que nosotros proyectamos. Porque en todos nosotros anida, creo, la imagen de Dios, lo imaginamos como nosotros. Lejos está ese cliché pictórico de un Dios anciano, etéreo y barbado, vestido con una túnica blanca y que comanda su Creación desde una nube vaporosa en los Cielos (aunque a veces, a los efectos prácticos y pedagógicos, podamos recurrir a esa construcción simbólica).


La imagen de Dios en nosotros es justamente nuestra humanidad. Y al mirar de frente el rostro de nuestros semejantes, vemos también la dimensión de lo divino. A aquellos que no quieran depositar aquí una carga religiosa, les sugiero que se limiten, por ejemplo, a la mera simetría de lo humano. 

De este modo, más allá de nuestras diferencias (teológicas, doctrinarias, ideológicas), todos podemos acordar que lo humano nos iguala.

El Conocernos Mejor


Tal vez todavía no he podido saber porque yo soy yo, pero lo que si se es que podemos llegar a conocernos a nosotros mismos cada vez mejor. El ser humano es un conjunto formado por el cuerpo físico, la mente, las emociones y el espíritu, no se pueden contemplar por separado. Al momento de conocernos podernos darnos cuenta de nuestros defectos y cualidades. Si cada uno de nosotros conocemos nuestros defectos podríamos tratarlos de arreglar o simplemente saber cómo manejarlos, las cualidades se pueden desarrollar y aprovechar  al máximo.

¿Qué pasaría si todos le diéramos el huso correcto a nuestras cualidades y las desarrolláramos más? ¿Cómo sería nuestro mundo si cada quien se dedicara hacer lo que gusta de verdad?  Siempre me he preguntado esto, creo y estoy seguro que si cada quien lo supiera despeñaríamos lo que nos apasiona hacer y tendríamos el mundo perfecto, un mundo de alegrías y felicidad. Pero nadie quiere esto porque solo buscan lo que les vaya a dejar más dinero, poder o posición social.

Para poder llegar a conocernos a nosotros mismos, el autoconocimiento es muy importante. El autoconocimiento es como la filosofía, que dice que nada se debe de dar como conocido, nos engloba a nosotros mismos como seres humanos y nos hace tener una buena relación con nosotros mismos y la realidad en la que vivimos.

 “El autoconocimiento está basado en aprender a querernos y a conocernos a nosotros mismos.” (maria josepa)

Cada quien tenemos un rol en la vida que nadie puede llegar a sustituir, ya que somos una mezcla de muchas cualidades que nos hacen únicos. Muchas personas creen conocerse a si mismas, pero simplemente se guían por lo que los demás les dicen que son. Muchas veces queremos seguir el rol que los demás quieren que sigamos. Debemos de tener siempre claro de quienes somos para actuar como de verdad queremos, y no por lo que creemos que queremos o lo que debemos de querer.

La identidad es lo que nos distingue de otros, por lo cual debemos de saber cómo somos y como nos comportamos.

La gente externa nos pude llegar hacer dudar en verdad de quienes somos, ¿si no tenemos claro quiénes somos como podemos saber lo que queremos? ¿Podemos llegar a tomar las decisiones correctas?

Debemos de tener claros nuestros valores y virtudes, para actuar en base a ellos siempre. Nosotros somos lo que hacemos, y es lo que trasmitimos a los demás.
Un filósofo una vez dijo “mi identidad es la precedencia del deseo de ser yo mismo”

Sé que llegar a conocernos a nosotros mismo es un trabajo difícil porque cuesta aceptar a veces muchas cosas que no nos agradan de nosotros mismo, pero cuando nos conocemos nos sentimos aliviados. Muchas veces por no conocernos buscamos eso que queremos en cosas que no valen la pena y muchas veces hasta nos pueden llegar a hacer daño. Somos muchas veces inconscientes de cosas que hacemos pero no por eso se justifican.


Lo importante de todo esto es poder llegar al equilibrio con nosotros mismos, pero sobre todo llegar a una etapa de aceptación con nuestra  persona.  

Nuestra autoestima nos ayudará mucho también en esta etapa de conocimiento personal.

Recuerdos Y Olvidos


Recordamos lo verdaderamente importante, lo que es capaz de emocionarnos, porque activa en nosotros las regiones cerebrales y las hormonas que ayudarán a guardar ese recuerdo. Un sabio mecanismo al que podemos ayudar si escuchamos a la neurociencia.

A medida que nos hacemos mayores, empezamos a temer el olvido. Cuando comenzamos a olvidar cosas habituales, lo que más tememos es que eso sea el principio de una grave enfermedad, como el alzhéimer. Pero, aunque todos estamos expuestos a padecer algún tipo de demencia, las señales de olvido que aparecen tempranamente –antes, incluso, de los 50 años– no conducen necesariamente a una enfermedad mental.

El olvido tiene muchas causas, no siempre patológicas, y olvidar no siempre es malo. Prueba de ello es el mensaje de un cuento de Jorge Luis Borges, Funes el memorioso, que relata la historia de un hombre con una memoria prodigiosa, capaz de recordar todas las experiencias y acontecimientos de su vida pasada, todas las personas que había conocido, todos los lugares que había visitado.

Lejos de ser una bendición, tal memoria era un infierno para Funes, pues interfería en su capacidad de pensar y razonar, al hacer aflorar continuamente en su mente recuerdos múltiples e irrelevantes. Por fortuna, el cerebro humano no es tan poderoso como el de Funes para almacenar recuerdos.

Las ochenta mil millones de neuronas del cerebro y las múltiples conexiones que se establecen entre ellas le confieren una capacidad de memoria mucho mayor de la que ejercemos, ya que, si lo hiciésemos, podríamos tener problemas para pensar y razonar con normalidad, sin interferencias. Incluso cuando somos jóvenes y estamos sanos, es mucho más lo que olvidamos que lo que recordamos, aunque no podamos apreciarlo. Es así porque el cerebro posee mecanismos que actúan como un freno para impedir que la memoria se cargue de información irrelevante. Estos mecanismos se basan en proteínas –enzimas fosfatasas– que dificultan la formación o el fortalecimiento de las conexiones neuronales que constituyen el soporte físico de la memoria. 

Pero, incluso con este freno, son muchas las cosas que recordamos. ¿Cómo es posible, entonces
En cierta ocasión, alguien preguntó a Albert Einstein qué es lo que hacía cuando tenía una idea nueva, si la apuntaba en un papel o en un cuaderno especial. Al parecer, el sabio contestó con contundencia: “Cuando tengo una idea nueva, no se me olvida”. Nada más cierto: cuando algo nos emociona tanto como una idea nueva e interesante, es casi imposible olvidarla

Lo que nos emociona no se olvida, y no importa que sean alegrías o disgustos. El cerebro retiene esas situaciones porque la emoción que las acompaña activa las regiones implicadas en la formación de las memorias, como el hipocampo y la corteza cerebral. 

Además, la liberación de hormonas como la adrenalina contribuye a reforzar la memoria de las situaciones emocionales. Y como lo que nos emociona son las cosas importantes, las emociones sirven para que solo lo importante se registre en la memoria.


martes, 18 de septiembre de 2018

Kant: El Conocimiento Se Expresa En Juicios

Filosofía
Kant: El Conocimiento Se Expresa En Juicios

El conocimiento se expresa en juicios, y toda ciencia es un conjunto de juicios o proposiciones. De modo que preguntar qué es el conocimiento equivale a preguntar qué es el juicio y en qué clase de juicio consiste el conocimiento científico.

Los caracteres o propiedades del conocimiento científico orientan a Kant en la búsqueda de la estructura y la posibilidad del juicio propio de la ciencia. Tales caracteres son la universalidad, la necesidad y el incremento en el saber.

Pues bien, la cuestión es: ¿qué clase de juicios son los propios del conocimiento científico y cómo son posibles? La respuesta de Kant es: los juicios sintéticos a priori. Examinemos este complejo tema.

En el juicio se piensa la relación de un sujeto y un predicado. Y según las modalidades fundamentales de esta relación, el juicio podrá ser juicio analítico o juicio sintético:

1) Un juicio es analítico, cuando el predicado está comprendido en el sujeto (al menos, implícitamente) y, por tanto, basta con analizar el sujeto para comprender que el predicado le conviene necesariamente.

«El todo es mayor que sus partes» es un juicio analítico, porque basta con analizar el concepto de «todo» para hallar la verdad del predicado.
Estos juicios no nos dan información alguna o, como dice Kant, no son extensivos, no amplían nuestro conocimiento: como es obvio, a quien sepa lo que es un todo, este juicio no le enseña nada que no supiera antes de formularlo.

El juicio analítico es, pues, un juicio a priori. Juicios a priori son aquellos cuya verdad puede ser conocida independientemente de la experiencia, ya que su fundamento no se halla en esta.

«Un todo es mayor que sus partes» es, de acuerdo con este criterio, un juicio a priori: conocemos su verdad sin necesidad de andar comprobando y midiendo «todos» y «partes».

2) Un juicio es sintético, por el contrario, cuando el predicado no está contenido en la noción del sujeto.

«Todos los nativos del pueblo X miden más de 1,90 m» es un juicio sintético, ya que en la idea del sujeto no está incluido el predicado: el concepto del sujeto incluye únicamente el dato de «haber nacido en el pueblo X», pero no comprende ningún dato acerca del tamaño o la estatura.

Estos juicios sí dan información o, como dice Kant, son extensivos, amplían nuestro conocimiento. A quien sabe o entiende lo que significa «nacer en el pueblo X» este juicio le enseña, además, que tales individuos son altos.

El juicio sintético, entendido en el modo como lo hemos hecho, es un juicio a posteriori. Juicios a posteriori son aquellos cuya verdad es conocida a partir de los datos de la experiencia.

De acuerdo con esta clasificación, «Todos los nativos del pueblo X miden más de 1,90 m» es a posteriori: no tenemos otro recurso que observar a tales individuos si queremos tener certeza de la verdad de este juicio.

Los juicios analíticos y a priori son universales y necesarios, pero no amplían nuestro conocimiento. Los juicios sintéticos y a posteriori no son universales ni necesarios, pero en cambio amplían nuestro conocimiento.

En este punto hay que preguntarse: ¿qué clase de juicio será aquel en que se dan los tres caracteres fundamentales del conocimiento en sentido estricto, es decir, el conocimiento científico? Tales caracteres o propiedades son, recordémoslo, la universalidad, la necesidad y el incremento o ampliación en el saber.

Solo una modalidad de juicio reúne tales propiedades: el juicio sintético a priori. En efecto, por ser a priori, tal juicio es universal y necesario; por ser sintético, es extensivo, aumenta nuestro conocimiento.


Pero ¿hay de verdad tales juicios? Kant piensa que estos juicios son los propios de las matemáticas y de la física, o ciencias de la naturaleza. ¿Cómo son posibles tales juicios? ¿Cuáles son sus condiciones de posibilidad, o condiciones trascendentales? ¿Hay tales juicios en el pretendido «conocimiento» metafísico? A todo ello responde Kant en las partes ya indicadas de la Crítica de la razón pura.

Sin Fecha De Vencimiento


Amistad, esa dulce palabra que en la adolescencia lo significa casi todo y que en esa etapa de nuestra vida convierte a los amigos en las personas con quienes más tiempo queremos pasar y a quienes confiamos nuestras cuitas, sueños y desvelos. 

Ellos nos ayudan a sonreir, nos suben el ánimo si nos sentimos tristes y, sin duda, siempre harán de un día aburrido uno mucho más interesante.

Durante la adolescencia todos nuestros amigos son importantes; sin embargo, siempre habrá ese alguien con quien mejor encajamos, ese que comparte nuestros mismos gustos y que hasta tiene en mente los mismos proyectos, ese que camina siempre a nuestro lado y lo sabe casi todo de nuestra vida, ese con el que apenas tenemos diferencias, el que marcará nuestro camino y será testigo de cómo se define nuestra personalidad, porque nos ayuda a descubrirnos y resulta parte imprescindible en el desarrollo de nuestra identidad personal...

También ese que, en un número significativo de ocasiones, de pronto un día se evapora y desaparece sin que haya existido riña, ofensa o decepción; simplemente se disipa, va desapareciendo de nuestra cotidianeidad... Y esa persona con la que un día compartimos los más importantes sucesos de nuestra vida, que contribuyó a definir una buena parte de nuestro comportamiento, pasa a un plano secundario.

Alcanzar una amistad sincera no es fácil y conservarla, aún menos. Y es que, a menudo sin darnos cuenta, nos convertimos en más prácticos, más desconfiados, menos leales y generosos, y hasta más desagradecidos; y aquello que de adolescentes llamábamos amistad y tenía tanto valor un día deja de existir porque lo convertimos en un intercambio de intereses que, además, tenemos la osadía de comparar con la madurez.

“Si tú me das yo te doy”, “todos los ojos quieren ver” y frases por el estilo comienzan a transformar nuestra vida en una huida hacia adelante que nos lleva a cargarnos de decepciones, ignorantes de que tener amigos de verdad es en realidad una gran defensa para proteger nuestro cuerpo y un garantía para mantener sano nuestro corazón. ¡Así, tal cual suena!

Los seres humanos desde siempre hemos estado conectados con el hecho de vivir en comunidad. Al principio de los tiempos, porque “arroparse” unos a otros era básicamente un modo de sobrevivir; después, porque trabajar en equipo fue una forma de crecer y prosperar. De este modo empezaron a cobrar importancia los núcleos sociales, que poco a poco se fueron convirtiendo primero en comunidades y después en grandes poblaciones.

A día de hoy, la ciencia conoce que tener amigos marca positivamente muchos momentos de nuestro desarrollo; de hecho, mejora en gran medida nuestra resistencia psicológica y física y hace que tengamos una mente mucho más aguda y preparada para superarnos; y, lo más importante, influye notablemente en nuestra salud, porque no tener conexiones fuertes con otras personas puede ocasionar diferentes patologías en nuestro organismo, tales como presión arterial alta, obesidad abdominal o enfermedad cardíaca.

Si vivimos agrupados, de algún modo nos hacemos responsables de los demás, somos por lo tanto más propensos a cuidarnos y más tendentes a evitar riesgos innecesarios, ya que nos sentimos importantes para alguien y ese sentido de pertenencia aumenta los niveles de seguridad y autoestima; por esto muchas personas que se sienten socialmente aisladas o excluidas suelen inclinarse por los malos hábitos -tabaquismo, alcoholismo, mala alimentación, falta de ejercicio...- y sufren de dificultades para dormir.

¡Cuanto mayor sea la escala de soledad mayor es el nivel de agitación durante las horas de sueño! Y esto ocurre porque nuestro instinto primitivo hace que descansemos mejor cuando nos sentimos queridos y protegidos, pues sin importar cuál sea nuestra edad, si estamos rodeados de familiares y/o amigos, el riesgo de padecer ciertas enfermedades se reducen en un 50 por ciento, ya que relacionarse con otras personas mejora la sensación de optimismo y disminuye las probabilidad de sufrir de problemas mentales.

Es más, cuando dejamos de compartir tiempo con familiares y/o amistades corremos el riesgo de acelerar el deterioro cognitivo que inevitablemente llega con el envejecimiento; de ahí que muchas personas mayores aisladas suelan tener mayor probabilidad de desarrollar demencia que aquellas que son socialmente activas.

Dicho de otro modo, la soledad puede ser un asesino silencioso que conduce a tener malos hábitos y resulta muy perjudicial para nuestra salud; por lo tanto, aunque sólo sea por el 'egoísmo' de sentirnos sanos, valoremos merecidamente lo que supone tener buena relación con nuestros familiares, amigos, vecinos... No antepongamos incomprensiones, intolerancias, inquinas,... Intentemos ponernos en el lugar de los demás, no juzguemos sus vidas, preveamos que sus actos, erróneos o no, tendrán una causa previa; reconozcamos sus valores sin desmerecerles, sólo porque no encajen conforme a los nuestros... ¡Hagámoslo!

Suena lindo, ¿verdad?, utópico, ¡y hasta ridículo!, dado el grado de desapego e individualidad al que estamos llegando en nuestras modernas sociedades, donde la palabra amistad ya suena como 'trasnochada'; donde, lejos de que los triunfos ajenos causen alegrías, lo que generan son envidias y donde hay que guardar logros y fracasos a buen recaudo para no correr el riesgo de convertirse en comidilla, ser fiscalizados e incluso marginados.

¿Quieren un consejo de amigo? Piensen en cómo cultivar la verdadera amistad en un mundo tan cicatero y mezquino como el nuestro; merecerá la pena y conseguirlo tendrá mucho mérito; pero antes tendrán que romper esa espiral de recelos, prejuicios y envidias que se desatan cuando mostramos sin reservas nuestras ineludibles diferencias. 

Y aspiren a ser felices sabiendo que, si hay quien piensa en ustedes con afecto y respeto, su vida será más interesante, más larga y, sobre todo, mucho más placentera.


La Cuenta Regresiva


El rápido deterioro de las capacidades mentales a medida que envejecemos comienza mucho antes de lo que los científicos sospechaban, según investigadores suecos. Unas pruebas simples de velocidad perceptual, habilidad espacial y función verbal mostraron que algunas capacidades cognitivas empiezan a disminuir rápidamente unos 15 años antes de la muerte.

El deterioro brusco comienza alrededor de cinco años antes de morir "Estudios previos mostraron que el deterioro brusco comienza alrededor de cinco años antes de morir", manifestó el miércoles Valgeir Thorvaldsson, psicólogo de la Universidad de Gotemburgo en Suecia, que trabajó en el estudio. "Pudimos ver en nuestros datos que esos cambios se producen mucho antes de lo pensado", añadió.

La mayoría de las personas alcanza el máximo de su actividad mental entre los 35 y los 40 años, cuando comienza un deterioro constante hasta los años previos a la muerte, explicó el investigador. El equipo sueco quería probar cuándo empezaba esa aceleración, con el fin de comprender mejor la pérdida de capacidad mental en las personas.

En un estudio que ha durado 30 años, los expertos siguieron a 288 hombres y mujeres desde los 70 años hasta su muerte. El equipo midió las habilidades mentales de los participantes a intervalos regulares. Los autores hallaron que la velocidad perceptual, una medición de la rapidez con la que las personas pueden comparar las figuras, se deterioraba rápidamente unos 15 años antes de la muerte.

El Control De La Mente


La mente consiste en los pensamientos conscientes de los que la persona se percata. Por lo general, antes de practicar meditación, la mente salta con rapidez de un pensamiento a otro.

Los pensamientos conscientes pueden ser tanto positivos como negativos. Sea como fuere, esos pensamientos harán surgir las correspondientes emociones. Por ejemplo, si empiezo a «pensar» pensamientos furiosos, entonces me «siento» furioso.

Pensar de forma negativa de manera prolongada durante un largo período de tiempo es un despilfarro, resulta repetitivo y agota la energía física, mental y emocional de las personas.

Una mente sana alberga pensamientos positivos.
Intelecto
El intelecto es la parte de la conciencia que evalúa los pensamientos conscientes de la mente. Por ejemplo, si albergo pensamientos furiosos respecto a algo, mi intelecto podría decir «No te pongas furioso con esa persona, no es culpa suya». Sin embargo, si mi intelecto es débil, no podrá controlar la mente y los pensamientos y las emociones furiosas no cesarán.

Un intelecto fuerte será capaz de controlar la mente y las emociones, por lo que podré cambiar mi pensamiento a voluntad. El intelecto también puede ser claro o turbio en su percepción. Por ejemplo, mi intelecto puede decirme que tengo razón al echar la culpa a alguien de mis problemas y que por lo tanto está bien sentirse furioso. No obstante, es posible que mi percepción esté equivocada y que no tenga justificación para echar la culpa a otros.

El intelecto también es el responsable a la hora de decidir si pondré mis pensamientos en práctica. Un intelecto débil puede decir «no», por ejemplo, en el momento de llevar a cabo mis pensamientos furiosos, pero puede que no sea capaz de evitarlo. Con un intelecto fuerte nunca perderé el control ni haré cosas de las que luego me arrepienta.

Un intelecto saludable cuenta con fuerza, claridad y buen discernimiento.

Subconsciente
El pensamiento y el comportamiento tienden a convertirse en pautas, hábitos y tendencias de la personalidad. Estos hábitos, tendencias o rasgos de la personalidad se asientan en el subconsciente, listos para ser convertidos en pensamientos por circunstancias o sucesos externos. Por ejemplo, si ante las malas noticias siempre he reaccionado con ansiedad, exasperación y estrés, y ahora me entero de que tengo problemas de salud o de que un miembro de mi familia tiene problemas de salud, entonces reaccionaré de la misma manera. Esta pauta de reacción se ha convertido en habitual.

El subconsciente cuenta con un almacén lleno de mis cualidades positivas y negativas. Por ejemplo, todas las personas cuentan con la cualidad de la paz, porque pueden recordar que la experimentaron en alguna ocasión, en algún momento de sus vidas. Pero tal vez no he usado esa cualidad de manera regular desde hace mucho tiempo y me he ido acostumbrando a extraer de mi subconsciente las cualidades negativas de miedo, rabia y preocupación.

En un subconsciente saludable las cualidades positivas dominan y son fácilmente transferidas a la mente en forma de pensamientos positivos, incluso cuando las circunstancias externas son «adversas».


La meditación me ayudará a experimentar y reforzar las cualidades positivas de mi subconsciente, a controlar y guiar los pensamientos de la mente hacia lo positivo y a reforzar el intelecto de manera que disponga de más claridad y control. 

Al principio puede que me resulte más fácil controlar y cambiar la negatividad de mis acciones en lugar de la negatividad de mi pensamiento y experiencia. No obstante, al dejar de poner en práctica los pensamientos negativos y los hábitos subconscientes, éstos empezarán a debilitarse.

El Hábito De Posponer


Posponer es dejar para otro momento, algo que puedes o necesitas hacer ahora.

Cuando posponer se vuelve un hábito, provoca estrés, puede causarnos problemas con los demás y nos impide desarrollarnos plenamente.

Posponemos, esperando que "mágicamente" se realice sola la tarea o actividad que tenemos que pendiente o que algo suceda y ya no sea necesario llevarla a cabo.

¿Por qué posponemos?

Entre las principales causas encontramos que:
Ya se volvió un hábito.
Independientemente del motivo inicial, cuando posponemos constantemente, se vuelve una conducta automática.
Posponemos cualquier situación molesta, desagradable, estresante, etc., aunque podamos solucionarla con relativa facilidad.
Por aprendizaje.
Si de pequeños, vimos a nuestros padres posponer constantemente, muy probablemente, nosotros también tendemos a hacerlo.
Nos falta motivación.
Podemos estar desmotivados por varias razones:

Se trata de algo que no es importante para nosotros, por lo que siempre le damos prioridad a otras cosas, no nos gusta lo que tenemos que hacer, aunque sabemos que es importante, no estamos convencidos de sus beneficios, es una actividad que nos es impuesta y la posponemos como una forma de rebelarnos, nos sentimos abrumados por:

La falta de tiempo, la magnitud del proyecto.
Queremos evitar algunas emociones negativas.
Por ejemplo:

La ansiedad producida por:

No obtener los resultados obtenidos (a partir del perfeccionismo o de expectativas inalcanzables), no tener los conocimientos necesarios, el temor a ser criticados por otras personas.

El miedo a:

Sentirnos autodevaluados, rechazados por los demás, los resultados que podemos obtener.
Esto se da, sobre todo, en las situaciones en las que están involucradas otras personas. 

Cuando posponemos, tenemos la disculpa, ante nosotros mismos y ante los demás, de que nuestros "fracasos" o errores no se deben a nuestra incapacidad personal, sino al hecho de no haber podido llevar a cabo la actividad que teníamos pendiente.

Trabajo Esfuerzo Y Sacrificio

Es lo principal que se requiere para todo tipo de labor, no hay mejor momento que ver el fruto de tu esfuerzo, que tanto trabajo finalmente te sirva para algo. 

Normalmente las personas si no tienen un buen motivo no trabajan al 100%, si es algo que te impusieron “haz esto” seguro lo hará de mala gana y porque se lo dijeron, no porque realmente haya querido, mientras si se tratase de algo propio, algo que realmente quieras hacer, lo tomas con más entusiasmo y le dedicas mucho más.

Lo cierto es que debemos dedicarle al máximo a toda tarea que hagamos, demostrar que podemos con todo y aunque nuestro esfuerzo o trabajo no sea valorado por los demás, hay que tomar en cuenta que lo debemos hacer es por y para nosotros mismos, no para que los demás nos tomen en cuenta.

Si alguna tarea se hace muy pesada o complicada, algo que tu solo no puedes hacer, ya sea que no te dará tiempo de hacer tantas cosas a la vez, siempre es bueno contar con personas capaces, que te brinden una mano, así sea de aliento, siempre es bueno contar con alguien.

El trabajo en equipo es algo que difícilmente se da, a veces es casi imposible que varias personas se pongan de acuerdo para hacer algo, así sea para bien común, para evitar conflictos las personas prefieren hacer las cosas solos, así se trabaja más y se pelea menos.

También el trabajo de equipo conlleva a una serie de problemas, pero lo más importante es que nunca dejes que alguien más haga tu trabajo, no puedes contar con que alguien más haga exactamente las cosas como tú, además si se trata de un trabajo escolar, en la escuela, liceo o universidad, la persona que haga el trabajo es quién más aprenderá, al dejarle el trabajo a alguien más te perjudica a ti mismo.

Muy importante:
“Si quieres un trabajo bien hecho mejor hazlo tú mismo.”

No hacer nada y esperar buenos resultados, eso es lo que hacen la mayoría de las personas, pero no puedes quejarte, sino hiciste nada para ayudar, no esperes que el trabajo este perfectamente como tu querías y no esperes que la próxima vez alguien te ayude.

Esfuerzo: Haz las cosas con ganas y todo te quedara perfecto, no importa que no lo tomen en cuenta, estarás orgulloso por tu gran desempeño.

Constancia y dedicación: Piensa, nada se hará solo si tu no lo haces, y debes dedicarle su tiempo a cada uno, nunca debes desistir, si quieres buenos resultados haz un esfuerzo para conseguirlos, si todo sale mal vuelve a intentar! Al final de tanto tiempo tendrás tu recompensa.


Todo en esta vida requiere de esfuerzo, todo trabajo requiere de gran capacidad tuya sino no sería trabajo, si todo en la vida fuese fácil y sencillo no sería vida. Si quieres algo consíguelo! pero consíguelo con tu propio trabajo.

Importancia De La Lectura


Educador, narrador, ensayista y crítico literario son parte de los oficios que acompañan a José Alcántara Almánzar, sociólogo y director del Departamento Cultural del Banco Central de la República Dominicana desde 1996.

Para Alcántara, la lectura no solo es importante en el aprendizaje y la adquisición de conocimientos de los jóvenes, sino que también es imprescindible para su formación. “Leer es un modo de ampliar nuestra visión de los seres y las cosas, y sobre todo, el método más efectivo para conocernos. Estoy convencido de que la buena lectura nos hace mejores personas”, agrega.

Al conversar sobre el valor que se le debe otorgar a los concursos y proyectos que tengan como objetivo incentivar a los jóvenes a la lectura, afirma: “Acercan a los jóvenes a un universo nuevo donde la lectura se convierte en cómplice de un viaje interminable, y al mismo tiempo permite desarrollar destrezas a veces desconocidas por el propio sujeto, como su imaginación y su capacidad creativa”.

Cuatro autores dominicanos que recomienda Alcántara a los jóvenes son: Juan Bosch, autor de unos cuentos estremecedores que siguen encantando a quienes los leen; Franklin Mieses Burgos, un paradigma de la poesía contemporánea que deslumbra por la perfección de sus versos; Pedro Henríquez Ureña, un artífice del ensayo y la crítica, y Manuel Rueda, un renovador de la poesía, maestro de la narrativa, el teatro y el ensayo.

Alcántara considera que los maestros de centros educativos deben motivar a los estudiantes a la lectura.

“En lugar de asignar lecturas y poner tareas, recomiendo trabajar la práctica en el aula. Leer en voz alta a cargo de los educadores y también de los alumnos, hacer comentarios sobre lo que leen e intercambios entre condiscípulos acerca de las lecturas. Nada hay mejor que la lectura de viva voz para asimilar y recordar siempre lo enseñado”.

Conocer si cada libro tiene una edad e identificarlo es un misterio. La explicación que da Alcántara es que hay libros antiguos que se mantienen lozanos y son leídos generación tras generación, con mirada distinta pero con parecido entusiasmo. Sin embargo, señala que hay libros que se olvidan muy pronto y nadie lee, aunque hayan sido publicados ayer. “El Quijote es buen ejemplo de lo primero. Tiene cuatrocientos años de edad y sigue apasionando a los lectores de todas las edades y latitudes. Esto se debe a las verdades eternas que proclama su héroe, su sabiduría y su humanidad, así como la belleza de la escritura tallada por un artífice del idioma como Miguel de Cervantes y Saavedra”, argumenta.

Trayectoria
José Alcántara Almánzar fue profesor de idiomas, literatura e historia en su natal Santo Domingo. Enseñó sociología en varias universidades del país.
Entre 1987 y 1988 fue profesor Fulbright en el Stillman College, Tuscaloosa (Alabama), Estados Unidos.


Algunas de sus publicaciones más trascendentales son: “Viaje al otro mundo”, “Callejón sin salida”, “Testimonios y profanaciones”, “Las máscaras de la seducción”, “El lector apasionado”, y su más reciente “Cuentos para jóvenes”.

Cultura Y Desarrollo

Amartya Sen sobre cultura, desarrollo económico y universalismo: "Estoy orgulloso de mi humanidad cuando puedo reconocer a los poetas y los artistas de otros países como míos"

Los sociólogos, antropólogos e historiadores han hecho reiterados comentarios sobre la tendencia de los economistas a no prestar suficiente atención a la cultura cuando investigan el funcionamiento de las sociedades en general y el proceso de desarrollo en particular. Aunque podemos pensar en muchos ejemplos que rebaten el supuesto abandono de la cultura por parte de los economistas, comenzando al menos por Adam Smith (1776), John Stuart Mill (1859, 1861) o Alfred Marshall (1891), en tanto una crítica general, empero, la acusación está en gran medida justificada.

Vale la pena remediar este abandono (o tal vez, más precisamente, esta indiferencia comparativa), y los economistas pueden, con resultados ventajosos, poner más atención en la influencia que la cultura tiene en los asuntos económicos y sociales. Es más, los organismos de desarrollo, como el Banco Mundial, también pueden reflejar, al menos hasta cierto punto, este abandono, aunque sea solamente por estar influidos en forma tan predominante por el pensamiento de economistas y expertos financieros. 

El escepticismo de los economistas sobre el papel de la cultura, por tanto, puede reflejarse indirectamente en las perspectivas y los planteamientos de las instituciones como el Banco Mundial. Sin importar qué tan grave sea este abandono (y aquí las apreciaciones pueden diferir), para analizar la dimensión cultural del desarrollo se requiere un escrutinio más detallado. Es importante investigar las distintas formas —y pueden ser muy diversas— en que se debería tomar en cuenta la cultura al examinar los desafíos del desarrollo y al valorar la exigencia de estrategias económicas acertadas.

La cuestión no es si acaso la cultura importa, para aludir al título de un libro relevante y muy exitoso editado en conjunto por Lawrence Harrison y Samuel Huntington. Eso debe ser así, dada la influencia penetrante de la cultura en la vida humana. 

La verdadera cuestión es, más bien, de qué manera —y no si acaso— importa la cultura. ¿Cuáles son las diferentes formas en que la cultura puede influir sobre el desarrollo? ¿Cómo pueden comprenderse mejor sus influencias, y cómo podrían éstas modificar o alterar las políticas de desarrollo que parecen adecuadas? Lo interesante radica en la naturaleza y las formas de relación, y en lo que implican para instrumentar las políticas, y no meramente en la creencia general —difícilmente refutable— de que la cultura, en efecto, importa.

En el presente ensayo, abordo estas preguntas en torno al "de qué manera", pero en el camino también debo referirme a algunas cuestiones sobre el "de qué manera no". Hay indicios, habré de argumentar, de que, en el afán por darle su lugar a la cultura, surge a veces la tentación de optar por perspectivas un tanto formulistas y simplistas sobre el impacto que tiene en el desarrollo. Por ejemplo, parece haber muchos seguidores de la creencia —sostenida de manera explícita o implícita— de que el destino de los países está efectivamente sellado por la naturaleza de su respectiva cultura. 

Ésta no sólo sería una sobre simplificación "heroica", sino que también implicaría imbuir desesperanza a los países de los que se considera que tienen la cultura "errónea". Esto no sólo resulta ética y políticamente repugnante, sino que, de manera más inmediata, diría que es también un sinsentido epistémico. 

Así es como un segundo tema de este ensayo consiste en abordar estas cuestiones sobre el "de qué manera no".

El tercer tema del texto consiste en examinar el papel del aprendizaje mutuo en el campo de la cultura. Si bien tal transmisión y educación puede ser parte integral del proceso de desarrollo, se menosprecia con frecuencia su papel. De hecho, puesto que se considera cada cultura, no de manera improbable, como única, puede haber una tendencia a adoptar un punto de vista algo insular sobre el tema. 

Cuando se trata de comprender el proceso de desarrollo, esto puede resultar particularmente engañoso y sustancialmente contraproducente. 

Una de las funciones en verdad más importantes de la cultura radica en la posibilidad de aprender unos de otros, antes que celebrar o lamentar los compartimentos culturales rígidamente delineados, en los cuales finalmente clasifican.


Por último, al abordar la importancia de la comunicación intercultural e internacional, debo tomar en cuenta asimismo la amenaza —real, o percibida como tal— de la globalización y de la asimetría de poder en el mundo contemporáneo. La opinión según la cual las culturas locales están en peligro de desaparición se ha expresado con insistencia, y la creencia en que se debe actuar para resistir la destrucción puede resultar muy atendible. 

De qué manera debe entenderse esta posible amenaza y qué puede hacerse para enfrentarla —y, de ser necesario, combatirla— son también temas importantes para el análisis del desarrollo.