“Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar el dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no duran, en personas que no nos importan”, Emile Henry Gauvreay.
Si nos dejamos llevar por lo que nos rodea, es mucho más común copiar e imitar lo bueno o malo que hacen otros, simplemente porque lo vimos, nos gustó; no nos pusimos a pensar si eso era apropiado para nosotros o no, pero nos pareció que estaba bien y lo asumimos para nosotros. Por lo mismo, nuestra sociedad ha caído en un círculo vicioso en que alguien saludó de un modo y todos lo correspondemos y hacemos igual sin preguntarnos qué implica o de dónde proviene; o bien, por qué alguien empieza a usar un tipo de ropa y nosotros también.
Claro está que no debemos ser ni excéntricos ni raros, si queremos convivir armoniosamente con nuestro entorno y pretender conservar nuestra manera de ser y todavía conservar comunicación con los que nos rodean, pero es lamentable cuando nos dejamos llevar por lo que hace el resto hasta el punto de perder nuestra identidad, la manera en la que fuimos formados y lamentablemente no podemos negar que perdemos los valores y costumbres en que nosotros fuimos criados por nuestros mayores. Si se invirtiera el proceso y nos tomáramos el trabajo de analizar y evaluar lo que nuestro derredor hace y preguntarnos qué es lo que quieren comunicar o qué mensaje están comunicando los que me rodean, posiblemente seríamos mucho más cuidadosos de asimilar costumbres, prácticas y modalidades que vemos en los demás. Y seguramente valoraríamos lo que se nos enseñó y trataríamos de afirmar nuestra identidad, al punto que podamos ser ejemplo no para que se nos reconozca, sino que puedan ver un modo de vida.
No podemos negar que nuestro medio busca modelos para copiar o alguien que los ayude a hacer las cosas de diferente modo, que no se hagan por el simple hecho de hacer, sino porque tiene razón de hacerse. A la luz de esta realidad, ¿por qué no ser iniciadores propositivos que puedan generar cambios para recuperar el terreno perdido en lugar de estar simplemente ensayando con lo que vemos en otros? Así viviríamos la vida, con sentido y propósito.
El dicho tan popular que se dice en la calle termina siendo verdad: “A donde va Vicente, va toda la gente” Claro está si no sé a dónde ir, seguiré a alguien más, pero no es así en el caso que sé qué quiero en la vida y sé dónde quiero llegar. Averiguo si el modo y camino me permitirán llegar a buen destino y de ese modo no vivir con frustraciones y disgustos.
En primer lugar debemos aceptarnos, luego determinar, o bien, fijar nuestras metas con claridad y de allí empezar a definir la vida que queremos vivir, no tanto por lo que los demás hacen o dejan de hacer. Si me miro en el espejo, ¿qué quiero comunicar? Si hablo, ¿qué es lo que quiero comunicar? Cada cosa que hago debe tener sentido, propósito y valor. Así puedo proyectar un modo de pensar personal que no solo lo tengo, pero también lo puedo comunicar a mi gente.
Cada minuto que vivimos tiene valor y razón para la totalidad e integralidad de la vida que con el favor de Dios viviremos, por ello empecemos a valorar la vida como tal, acciones y conducta que la acompañan y dejemos de ser como el resto para ser lo que queremos ser en lo que nos resta para vivir.
Bienvenido a una vida con propósito y disciplina productiva.