Cuando algo no funciona, persiste y lo harás funcionar.
Cuando no sé cómo hacerlo, persisto y aprendo a hacerlo.Siempre que fallo, me levanto, persisto, y después de unos cuantos intentos probando diferente, logro hacerlo bien.
Si quiero lanzar un proyecto que se escapa a mis posibilidades, persisto, poco a poco, y finalmente, al tiempo, lanzo ese proyecto.
Cuando un negocio no funciona, persisto, persisto y persisto. Si después de una persistencia coherente, no levanta el vuelo. Abandono. En cambio, si al persistir veo una pequeña luz al fondo, no escatimo recursos en llegar hasta esa luz.
Si persistir por lograr algo que puede ayudar a otros significa pagar un precio, lo voy a pagar, y voy a persistir.
Hoy en un correo electrónico a través del libro Ultraproductividad, un lector, José Ramón Cañizares, preguntaba “Eres un tipo muy disciplinado, pero… ¿no crees que sería súper divertido “dejarte llevar” en la parte personal más que profesional?”
Esta ha sido mi respuesta:
“José Ramón, incluso diría que es vital más que súper divertido dejarse llevar.
Prefiero ser ultra-disciplinado primero y luego tener que esforzarme por “fluir”, que al revés. Porque hacer o intentar aprender dos cosas contrarias en naturaleza entre sí, eso se llama ansiedad. Primero una, y después la otra, elige cual, y buen viaje“.
Me decanto por persistir primero, incluso aunque los demás me lo desaconsejen. No ahora por supuesto, que me encuentro en medio de los 20 días siguiendo cualquier recomendación o consejo que se presente ante mí, pero eso ya es otra historia.
Persisto en la vida, en mi trabajo. En mis debilidades, en mis fortalezas. En la alimentación, en el descanso, en el estilo de vida, en el inconformismo, en al alto rendimiento, en la diversión. Persisto, persisto y persisto. Al final, aunque sea al final del todo, casi siempre, en un 95% de las ocasiones, gano. En cambio, si mido el persistir a un mes vista, casi siempre pierdo
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