Es muy frecuente en nuestra cultura que se eduque a los hijos varones
enseñándoles que no es bueno mostrar sus sentimientos, especialmente la
ternura. “Los hombres no lloran”, les dicen. Se valora, en cambio, la bronca
como sinónimo de fuerza. El chico aprende así que no se puede ser tierno y
fuerte a la vez.
Como consecuencia de estas enseñanzas, muchos hombres no pueden expresar
con libertad sus sentimientos. Se reprimen por miedo a que los crean débiles o
poco masculinos.
Esto se ve reforzado por el hecho de que el mismo discurso lo aprenden
las hijas mujeres.
Ellas también esperan de los hombres la fuerza explícita y la represión
de la ternura. Cuando una mujer así entrenada rechaza de modo tangible o
imperceptible las expresiones afectivas de un hombre, le confirma el discurso
aprendido en la infancia: “la sensibilidad, la ternura, las expresiones
afectivas, no son cosas de hombres”.
Los hombres cumplen el mandato social para tener identidad y no ser
rechazados. A las mujeres, en cambio, se las educa con todos los permisos para
ser expresivas y sensibles. Lo que es virtud en las mujeres es defecto en los
hombres.
Pero reprimir tiene un costo, que en el caso de los sentimientos es muy alto,
por ser muy fuerte y continua la producción afectiva de los seres humanos. Creo
que para evitar las consecuencias indeseables de la represión de la ternura, el
hombre canaliza a través de sustitutos. Así es que se hace una transferencia de
energías, desde las sensibilidades reprimidas hacia las expresiones vinculadas
con la supuesta expresión de fuerza y potencia.
Para aparentar fuerza y potencia, nuestra cultura tiene dos disfraces
muy conocidos: la sexualidad y el dinero. El hombre aprende a inflar su interés
sexual y su poder económico, como sinónimo de fuerza y valorización. Como
consecuencia lógica se ocultan y se desvalorizan intereses opuestos,
simplemente por ser distintos al sexo y al dinero. Una vez incorporados estos
mecanismos, automáticamente se eligen y descartan las conductas que supongan
fuerza o ternura, respectivamente.
El hombre víctima de estos mandatos seducirá más con su erotismo y su
billetera, que con su capacidad poética.
Como dijimos antes, la respuesta positiva de las seducidas, reforzará el
mecanismo. La barra del café que felicita las hazañas sexuales del seductor
actúa igual que la novia que privilegia los éxitos financieros de su pareja.
En muchos casos, los hombres se avergüenzan de mostrar una poesía que
han escrito. La desvalorización de la ternura y la hiperinflación de la
sexualidad, tienen consecuencias importantes en el deterioro de la autoestima
de hombres y mujeres.
Un hombre puede arrastrar viejos complejos, a raíz de sus aspectos
tiernos y sensibles. Por las grietas de esos complejos, se escapará su
autoestima como el agua de un balde agujereado. Si intenta tapar esos
“agujeros-complejos” con sexualidad y éxito económico, cometerá el mismo error
que alguien que quiera tapar los agujeros del balde con pintura. El sexo y el
dinero usados de esta manera son “pinturas” narcisistas, que no cierran los
“agujeros” de nuestra autoestima.
Por eso algunas personas no entienden por qué siguen deprimidos a pesar
de aumentar sus éxitos sexuales y económicos. El “agua-autoestima” sigue
cayendo por los “agujeros-complejos”, aunque se incremente la “pintura”
exterior de éxitos narcisistas.
Si alguien lucha contra los complejos que le impiden expresar sus
emociones, y lleva a la práctica intentos de expresarse poéticamente o
reconocer la sensibilidad de otras maneras, su autoestima crecerá. Quizás
descubra que también “es de hombre” reconocerse emotivo y no estar tan
pendiente de la aprobación de otros.
Cuando un hombre descubre que se puede ser tierno y fuerte a la vez,
aumenta su eficacia en la vida porque no tiene que gastar energía en ocultar
sus sentimientos, no tiene miedo que lo rechacen.
La autoestima siempre fortalece. El narcisismo debilita siempre, pues es
la confirmación de la ausencia de autoestima.
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