jueves, 26 de marzo de 2020

No Caduca

La mayoría de las personas desarrollan a lo largo de su vida diferentes miedos, a veces relacionados con experiencias traumáticas y en otros casos sin haberse encontrado nunca, y sin que posiblemente se vayan a encontrar en la situación que tanto temen.


Uno de los miedos que se da de forma más extendida es el miedo a la muerte. Resulta sorprendente que personas de distintas creencias tengan este miedo cuando la mayoría de las religiones hablan de un tránsito a un mundo mejor, no es difícil imaginarlo, a un paraíso, de hecho, en el idioma español está la frase “pasar a mejor vida”. Sin embargo, este miedo se ha encontrado incluso en personas que consideran la reencarnación, es decir que la muerte no es un final, sino un cambio hacia la siguiente etapa del camino.

Desde la lógica este miedo carece de sentido ya que, si estamos convencidos de la idea de lo que supone la muerte, ese paso no debería asustarnos, todo lo contrario, debería suponer una liberación. Sin embargo, hasta los más creyentes, incluso aquellos que llevan vidas realmente difíciles y complicadas parecen aferrarse hasta el último momento a esta vida.

¿Por qué sucede esto? El miedo a la muerte está enormemente ligado al miedo al cambio, si me he empeñado toda mi vida en no cambiar ni un adorno de su sitio y seguir constantemente en rutina, incluso aceptar y mantener situaciones que me perjudican con tal de que nada cambie, ¿qué puedo pensar de la muerte que es el máximo cambio que me puede pasar? La inseguridad ante el cambio se multiplica al pensar en la muerte, si un cambio de domicilio se considera que es una de las mayores causas de stress junto con la ruptura de pareja ¿que puede generar romper con todas las relaciones y no saber exactamente donde voy a residir? Porque si ya hemos pasado por esa situación lo cierto es que no la recordamos y no estamos muy seguros de llevar la llave adecuada encima.

El miedo a la muerte, como todos los miedos, puede llegar a condicionarnos e impedirnos vivir y disfrutar de lo que queremos, a veces incluso nos puede llevar adonde no queremos ir. Resistirnos a realizar un tratamiento o una operación necesaria por miedo a morir en un quirófano puede acelerar una enfermedad que debería tratarse de ese modo y agravarla hasta que ya no exista tratamiento posible.

Lo más difícil de la vida no es morirse, eso es algo de lo que no se puede huir y tarde o temprano atravesaremos todos, lo difícil es vivirla día a día y superar cada uno de los retos que nos van surgiendo. Lo importante es valorar lo que tenemos y disfrutarlo no preocupándonos por cuándo o cómo nos vamos a marchar, no importa como morimos sino como hemos vivido y los recuerdos positivos que nos queden de todo lo que hemos pasado.


La muerte es un fenómeno que afecta, sobre todo, a los demás. En realidad, que una persona se sienta triste ante la muerte de un ser querido, que se sienta transitoriamente deprimido, que altere el curso de su vida en cuanto a su capacidad de concentración entra dentro de los límites normales. 

Otra cosa es cuando esa tristeza dura mucho más de lo habitual y tiene una intensidad enorme, entonces nos encontramos ante un trastorno que va a depender de muchas cosas. 

Cuando se dan unas circunstancias especiales, como la muerte de un hijo o el fallecimiento violento, el hecho en sí tiene unas connotaciones distintas de lo que es una muerte natural y es mucho más difícil de integrar en la biografía de una persona.


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