No puedo titularme, no puedo bajar de peso, no puedo dejar a esa
persona, no puedo cambiar de trabajo, no puedo organizarme, no puedo tolerarlo.
En estos ejemplos podemos ver como el recurrente “no puedo” es
una manera que utilizamos las personas para autolimitarnos a través
de nuestra forma de hablar.
Lo cierto es que, en cada uno de los ejemplos mencionados, si las
personas que lo dicen se lo propusieran, podrían lograr bajar de peso,
separarse de una persona, cambiar de trabajo, aprender a organizarse o
tolerar algo que dicen no poder.
La mayoría de las veces aquellos “no puedo” que se utilizan de
manera recurrente son un autoengaño, una manera de hablarse a sí
mismos o a los otros para no asumir la responsabilidad de las propias
elecciones.
Cada vez que decimos “no puedo” estamos evadiendo la responsabilidad de
nuestras propias decisiones de manera velada, como si en realidad no tuviéramos
el poder para hacer aquello que encadenamos bajo la frase “No puedo”.
Con sólo decir “no puedo” la persona aleja, de
manera segura, sin tener que asumir su responsabilidad, el asunto que le
incomoda. Se convence de que, en realidad, el asunto en cuestión no
depende de ella ni de sus elecciones, sino de otras personas, de circunstancias
externas o, incluso, de su inconsciente, al cual tampoco puede controlar.
Si la persona se protege detrás del “yo no puedo hacerlo”, “no
soy capaz”, evade la responsabilidad de aquello que, en
realidad, no se atreve a enfrentar de manera directa.
Sería mejor que la persona se enfrentara cara a cara con el “no
quiero hacerlo”, así, por lo menos, podrá reconocer las
verdaderas razones o motivos de su elección y, además de asumir la
responsabilidad de que no son los otros, no es el destino, sino él mismo el que
elige o decide no hacerlo, podría recuperar su propio poder al darse cuenta de
que en realidad no es víctima de
otros ni del destino que no le permiten alcanzar una meta, sino que es una
elección personal con razones de fondo, que hasta ahora no
había podido reconocer.
Tal vez, con un poco de suerte, al reconocer las verdaderas razones por
las que has elegido que no quieres algo, puedas encontrar la solución a esos
problemas que te han perseguido desde hace tanto tiempo y ponerte en acción
para decidir lo que realmente quieres hacer de una manera más auténtica
y más responsable.
Si al final decides que, de cualquier manera, no quieres hacer
algo, la ventaja será de que ya no culparás a otros y te podrás responsabilizar
tú mismo de esa decisión asumiendo, con valor, las consecuencias.
Finalmente, eso ya es un cambio, reconocer las decisiones personales
claramente y asumir la propia responsabilidad y las consecuencias de nuestras
elecciones personales es, sin duda, un acto de madurez emocional.
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