jueves, 19 de marzo de 2020

Desprolijos


La desprolijidad de la vida

Intentamos, nos esforzamos, tratamos... pero a veces no es suficiente. Y entonces advienen distintos sentimientos: impotencia, mortificación, culpa... “Si yo hubiera hecho”, “Tendría que haber...”, “No fui lo suficientemente...” Alto ahí! Porque la negligencia es un rasgo a corregir, sí, pero también lo es la auto injusticia que deviene en esperar de sí la capacidad de preverlo todo, controlarlo todo, poder todo.

Consideremos esto: decimos “nene”, “mujer”, “hombre”, “animal” y, si hace falta, contamos con sus diminutivos, “nenito”, “mujercita”, “hombrecito”, “animalito”… Pero no está instituido en nuestro lenguaje usar esta palabra: humanito. Sin embargo, en lo personal yo a veces la necesito para recordarme que soy nada más (y nada menos) que una persona en vías de despliegue

Esto significa que yerro, que no todo me sale como quisiera, que, como dijo el personaje de una película, a veces “tengo que lograr una acuerdo entre mis aspiraciones y mis limitaciones”. Y así invito a verse a otros, -sobre todo a quienes experimentan demasiado a menudo que sus limitaciones “deberían” ser menores, sintiéndose culpables por “no poder lo suficiente”-.

Pero hay algo más: quien intenta ser el mejor humano posible con frecuencia se encuentra lidiando no sólo con sus limitaciones: a veces pierde noción de sus propias fronteras e imagina que debería haber controlado factores que de ninguna manera están a su alcance. Perdemos el criterio para discernir lo que sí depende de nosotros respecto de lo que, simplemente, se llama “la vida”: múltiples variables que escapan a nuestra potestad de cambio. Darse cuenta de que uno es “solamente un humanito” también abarca este punto: sin justificarse, sin excusas que escondan realidades… descansar de todo auto acoso al respecto.

Dingo, mi perro, cuando está nublado suele asomarse a mi ventana con increíble insistencia hasta que, si el clima así lo dispone, sale el sol. El punto es que Dingo está convencido de que, así como yo tengo “el poder” de que él tenga comida, abrigo, cariño… debo tener cierta influencia para que el sol salga!

Y me lo reclama sin cejar. El problema no es que él lo crea, sino que, confieso, a veces yo me hago cargo de su expresión angustiosa y experimento una especie de culpa absurda por no darle el sol que necesita. No deja de ser una interesante constatación: una parte de mí es ajena a toda razonabilidad, y allí se evidencia. 

Éste es un fenómeno muy humano, curiosamente, pues esa razonabilidad nace de un área diferente del cerebro respecto de aquella en donde nace la mortificación o la culpa. Lo importante es darse cuenta en vez de actuarla, dándola por válida porque somos meramente… humanitos!


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