¿Cuántas veces nos hemos dicho esto a nosotros mismos? ¡Quiero
cambiar! Ya sea una rutina, un hábito, un aspecto de nuestra
personalidad o forma de ser, nuestra forma de afrontar una determinada
situación, etc. Vemos el problema, analizamos la situación que siempre se
repite y que no queremos continuar, hasta sabemos objetiva y racionalmente qué
deberíamos hacer para cambiarlo y no parece tan complicado… ¿no? Sin embargo,
cada día que lo intentamos no lo conseguimos, o si lo conseguimos suele ser un
cambio temporal, duramos unos días, conseguimos afrontar varias situaciones del
modo que nos hemos propuesto pero al final volvemos a caer en lo mismo de
siempre y que queríamos dejar atrás.
Y aquí llega lo que también conocemos: ese sentimiento de
frustración, culpa e incluso rabia hacia nosotros mismos por
no conseguir avanzar del modo que racionalmente sabemos que nos beneficiaría
cuando en principio es “fácil”, ¿por qué entonces no lo hago?
Para colmo, la respuesta que nos damos a esa pregunta suele estar
relacionada con el cuestionamiento de nuestro valor y capacidad personal:
es que soy un vago/a, es que no puedo hacer nada, no soy capaz, soy un
desastre, los demás pueden pero yo no, etc. O si el aspecto que queremos
cambiar está relacionado con la interacción con otras personas o reacciones que
nos dañan a nosotros y a los demás, es fácil confirmar el que somos ese tipo de
persona sin opción a cambiar.
¿Entonces? ¿Qué está pasando para que aunque sepamos qué podemos
hacer diferente no lo hagamos? Esta no es precisamente una
pregunta que se pueda responder generalizando precisamente, cada uno tenemos
nuestra historia y nuestros motivos para comportarnos del modo en el que lo
hacemos, pero lo que sí puedo decir es que toda conducta tiene una razón de
ser, una finalidad y una utilidad primaria, la entendamos en un principio o no,
y es muy difícil modificarla sólo a base de fuerza de voluntad como solemos
intentar hacerlo. ¿Por qué? Tenemos varias teorías al respecto:
Por un lado, las personas somos un todo y por tanto,
nuestras emociones, pensamiento y conducta van a tener un sentido conjunto y
congruente. Por ejemplo, una persona que tiende a huir, ya sea de un problema,
una obligación o incluso de una oportunidad: la conducta sería la huida, pero
esa conducta está justificada de algún modo (“para empeorar más las cosas mejor
desaparezco”, “de todos modos no podría haber hecho nada”, “es que en realidad
no es lo mío, no habría podido”, etc.), ese pensamiento a su vez está
sustentado en otro más profundo y más difícil de ver, como por ejemplo: no
valgo, fallar está mal, no merezco que las cosas me salgan bien, si no soy
perfecto no soy nada… Todos estos pensamientos y la conducta que les sigue,
están a su vez sustentados por emociones que surgen cuando se da la situación
de la que huye: miedo, tristeza, rabia… Que a su vez están conectadas
con emociones más profundas, y complejas. Así, cuando a esta
persona se enfrenta a un problema, se dispara, por ejemplo, un miedo profundo
(y no siempre fácil de ver conscientemente) a mostrar que no es válido y que le
rechacen, eso genera emociones y sentimientos más fáciles de ver, como miedo a
afrontarlo y lanzarse, angustia, tristeza, frustración, etc. Unidos a ese
pensamiento más profundo en el que se dice que es que tiene que ser perfecto y
si falla ¿qué pasará después?, o que en realidad no vale, no puede, etc.
De modo que esta persona acabará llevando a cabo esa conducta de huida
basándose en pensamientos como los que expuse antes: “si en realidad es que
otros lo harán mejor”, o “yo es que no tengo esta capacidad, no podría aunque
lo intentara”, “Sólo empeoraría las cosas así que mejor me voy”.
¿Cómo funcionaría esto en poder o no cambiar? Si sólo intentamos cambiar
la conducta y los pensamientos de “no puedo”, “sólo lo estropearía todo” por
los ahora tan famosos “pensamientos positivos”, estamos sólo cambiando las
capas más superficiales de nosotros, mientras que todos esos pensamientos,
miedos y emociones más profundas se mantienen como base de nuestro ser, por lo
que al final es fácil que el supuesto cambio sólo sea temporal y que al final
volvamos a caer en la misma conducta o sustituyamos por otra que siga siendo
congruente con esa base que tenemos. Es decir, que si no profundizamos y
buscamos modificar la base del problema y sólo cambiamos lo externo, los
síntomas, al final volveremos a desarrollar una superficie que vaya acorde con
esa base que no hemos modificado.
Con todo esto, quiero animar a que no seamos tan duros con nosotros
mismos cuando nos pongamos objetivos y cambios que luego nos cuestan alcanzar,
puesto que todo lo que hacemos tiene bases más profundas y complejas de las
cuales no solemos ser siquiera conscientes y que a veces no podemos afrontar
solos…
Que además de algo nos está sirviendo, ayudando,
salvando, todo tiene su función y eso complica el cambio, así que quizás,
en lugar de encima fustigarnos y culparnos aún más, estaría bien mirarnos con
más amor, paciencia y honestidad que nos permita entendernos sin juzgarnos, ver
qué es lo que nos pasa realmente y qué es lo que de verdad necesitamos.
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