El miedo a morir es el único miedo a una certeza
que sabemos inevitable. Unos lo temen más que otros, pero a todos se les pasa
alguna vez por la cabeza.
Esto afecta a nuestra personalidad, según
diferentes estudios realizados desde el punto de vista psicológico. El
psicólogo Matthew Gailliot y colegas de la Society for Personality and Social
Phycology concluyen que el temor a la muerte puede tener consecuencias
beneficiosas en nuestro comportamiento, haciéndonos más comprensivos, empáticos
y pacifistas, tal y como recogen desde Buena Vida.
Es un temor a lo desconocido y a algo que no
podemos controlar que provoca efectos positivos en nuestra psique. El respeto a
la muerte provoca a su vez otros miedos, como al dolor, la soledad o la
enfermedad. Todo ello condiciona nuestro comportamiento.
Estudios realizados en la Universidad de Harvard y
la Universidad de Kansas concluyen que este miedo provoca, incluso
comportamientos de mayor tolerancia a otras creencias (como la religiosa) y de
respeto al medioambiente (haciendo que las personas, por ejemplo, reciclen
más). Este miedo crece cuando sufrimos la pérdida de un ser cercano. Algo que
suele rompernos varios esquemas replantearnos cuestiones que acabamos
relativizando.
Tras el shock producido por la muerte del ser
cercano, la mente humana pasa por un proceso de re-evaluación vital, en el que
se cambian prioridades y decisiones. En esta re-evaluación entran una serie de
pensamientos que pueden modificar nuestra conducta futura a corto plazo: no
haber cumplido los propios deseos y haber buscado la felicidad, haber trabajado
demasiado, haber dedicado poco tiempo a lo importante y no haber expresado los
sentimientos. La muerte crea en la mente humana el sentimiento de lo que se
puede controlar (lo anteriormente citado) y lo que no (la propia muerte).
Si la pérdida de un ser cercano es reciente, esta
hace que pasemos por cinco estadios: negación (no me puede estar pasando a mí),
ira, regateo (recurrir a todo aquello que pueda alargar nuestra vida),
depresión y aceptación.
Todas estas etapas también se suelen relacionar con
nuestra edad, de manera que la negación sería más habitual a edades tempranas y
la aceptación en la vejez. Por este motivo, cuando se produce una muerte
cercana de alguien joven, sus allegados tardan más en asimilar lo ocurrido
El miedo a morir es el único miedo a una certeza
que sabemos inevitable. Unos lo temen más que otros, pero a todos se les pasa
alguna vez por la cabeza.
Esto afecta a nuestra personalidad, según
diferentes estudios realizados desde el punto de vista psicológico. El
psicólogo Matthew Gailliot y colegas de la Society for Personality and Social
Phycology concluyen que el temor a la muerte puede tener consecuencias
beneficiosas en nuestro comportamiento, haciéndonos más comprensivos, empáticos
y pacifistas, tal y como recogen desde Buena Vida.
Es un temor a lo desconocido y a algo que no
podemos controlar que provoca efectos positivos en nuestra psique. El respeto a
la muerte provoca a su vez otros miedos, como al dolor, la soledad o la
enfermedad. Todo ello condiciona nuestro comportamiento.
Estudios realizados en la Universidad de Harvard y
la Universidad de Kansas concluyen que este miedo provoca, incluso
comportamientos de mayor tolerancia a otras creencias (como la religiosa) y de
respeto al medioambiente (haciendo que las personas, por ejemplo, reciclen
más). Este miedo crece cuando sufrimos la pérdida de un ser cercano. Algo que
suele rompernos varios esquemas replantearnos cuestiones que acabamos
relativizando.
Tras el shock producido por la muerte del ser
cercano, la mente humana pasa por un proceso de re-evaluación vital, en el que
se cambian prioridades y decisiones. En esta re-evaluación entran una serie de
pensamientos que pueden modificar nuestra conducta futura a corto plazo: no
haber cumplido los propios deseos y haber buscado la felicidad, haber trabajado
demasiado, haber dedicado poco tiempo a lo importante y no haber expresado los
sentimientos. La muerte crea en la mente humana el sentimiento de lo que se
puede controlar (lo anteriormente citado) y lo que no (la propia muerte).
Si la pérdida de un ser cercano es reciente, esta
hace que pasemos por cinco estadios: negación (no me puede estar pasando a mí),
ira, regateo (recurrir a todo aquello que pueda alargar nuestra vida),
depresión y aceptación.
Todas estas etapas también se suelen relacionar con
nuestra edad, de manera que la negación sería más habitual a edades tempranas y
la aceptación en la vejez. Por este motivo, cuando se produce una muerte
cercana de alguien joven, sus allegados tardan más en asimilar lo ocurrido
No hay comentarios:
Publicar un comentario