Conocerse
bien a uno mismo, es indispensable en este proceso, como en muchos
otros, una vez más.
Ya que me permitirá saber si tiendo a:
Sobrevalorar
o infravalorar mi capacidad.
A
sobrevalorar o infravalorar las dificultades que me encuentro en mi camino.
Si
suelo definir de una forma “realista” o no mis objetivos.
Así
como saber con qué herramientas cuento para conseguir lo que quiero y seguir
motivándome.
Para
tratar de definir nuestras expectativas de una forma realista, la recomendación
general es que contrastemos nuestras expectativas con la realidad, considerando hechos objetivos frente a valoraciones subjetivas.
Considerando nuestras experiencias previas y sus resultados, aunque no sean garantía de qué va a pasar a continuación, pero es la información con la que contamos, y a la que realmente podemos acudir.
Hasta ahí, todo suena muy razonable.
¿Cuál es el problema entonces?
Pues que en ese camino, en muchas ocasiones, decidimos hacer “el estudio sociológico del año” y comenzamos la encuesta
pertinente.
Dicho de otro modo, empezamos a interrogar a los demás sobre su opinión, sus experiencias e incluso sus “predicciones”, esperando que “nos iluminen con su saber”, y nos ayuden a definir nuestras expectativas
.
Pero lo cierto es que, cuanta más información
recopilamos, menos claro lo tenemos, más confuso es, más variables
influyen, más implicaciones vemos en las relaciones entre dichas variables y
sus posibles consecuencias, hasta juntarnos con un maremágnum tan complejo, que
no sabemos qué hacer con él.
Se
suponía que el objetivo era “tener las cosas más claras”, y sin embargo, más
confusos estamos.
Tener
más información, no nos garantiza, necesariamente, tener las ideas más claras.
A
veces, la expectativa más realista que podemos tener es:
“No sé qué puede pasar, no sé cómo puede salir, ni cómo va a hacerlo, de hecho”.
“No sé qué puede pasar, no sé cómo puede salir, ni cómo va a hacerlo, de hecho”.
Y es que es mucho mejor, tener esta expectativa, que aunque resulte
imprecisa, me permite tener la “apertura mental” necesaria para “estar
preparado para lo que sea”, que contarme un bonito cuento, sin base ni
solidez, por muy bonito que sea y suene.
Dijéramos que tenemos que “llegar a un acuerdo con nosotros
mismos”, y decidir cuánto le vamos a atribuir a la objetividad, y cuanto a
nuestros deseos y anhelos, para saber el “grado de confiabilidad” que podemos
tener en nuestra expectativa, sin engaños.
Por ejemplo, si el 80% de mi expectativa se asienta en hechos objetivos,
y el 20% restante en mis deseos, podré decir con un grado de confiabilidad
elevado, que mi expectativa tiene bastantes probabilidades de cumplirse.
Si los números son al revés, 20% y 80%, mi expectativa difícilmente se cumplirá.
Yo elijo qué porcentajes me van a hacer decantarme hacia un lado u otro.
Digamos que si es un 60% basado en hechos objetivos y un 40% en mis deseos, decido que es el “margen mínimo” para que yo considere que es algo probable que mi expectativa se cumpla, y que si el primer porcentaje sube y el segundo decrece, entonces mi expectativa será poco probable, por ejemplo.
Pongo estos ejemplos, pero realmente no hay un criterio estándar.
Cada
uno tiene que decidir “cuáles son sus números”, por decirlo así.
Tú decides, tú eliges.
Tú decides, tú eliges.
Al
final, es nuestro criterio el que prevalece, y es por ello que es tan importante conocernos a
nosotros mismos, para saber qué mecanismos nos resultan más o menos
funcionales.
Hay
personas que dicen que prefieren “esperar lo peor” para así “no llevarse el
chasco”, y hay personas que, por el contrario, prefieren “tener esperanza” y
así “no sufrir por adelantado”.
Sea
como sea, es nuestra responsabilidad elegir nuestras expectativas, como
elegimos nuestros pensamientos en general, de ello dependerá que estemos
motivados o frustrados.
Por supuesto que también influye cómo se vayan desarrollando los acontecimientos, así como cuales hayan sido nuestras experiencias y los resultados que hayamos obtenido, tanto en el pasado como en el presente.
Lo que es claro es que si tenemos la creencia de que:
“si me esfuerzo y trabajo con empeño, me lleve más o menos tiempo, acabo
consiguiendo lo que quiero”, nuestra motivación se verá reforzada y,
precisamente, “nos moverá a actuar”.
Se que es difícil mantener esa actitud, sobre todo cuando nos
encontramos con situaciones en las que las variables que influyen con más peso,
escapan a nuestro control.
Pero la alternativa es darse por vencido, y yo no se vosotros, pero yo no conozco a nadie que sea feliz con esa actitud.
Una
de las partes muy duras de esta vida y que nos cuesta mucho asumir, es el
aceptar que hay cosas que, definitivamente, no van a salir como queremos y
deseamos, pero esa aceptación nos permite focalizar nuestros esfuerzos donde si
podemos conseguir los resultados que deseamos, y no en la frustración que
sentimos, por lo que no conseguimos
.
Dicho todo esto, en muchas ocasiones, como ya os dije cuando empezamos a
hablar de las expectativas, lo mejor que podemos hacer es intentarlo,
y según los resultados e información que vayamos obteniendo, decidir cuál es el
camino a seguir, el siguiente paso a dar, y entonces, sentar nuestras
expectativas.
Nuestras
expectativas están en proceso de reevaluación constante, no son estáticas ni
definitivas.
La
vida siempre puede sorprendernos, y nosotros a nosotros mismos también, o más
aún.
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