Según cuenta Plutarco en sus "Vidas paralelas", un patricio
romano llamado Publio Clodio Pulcro, dueño de una gran fortuna y dotado con el
don de la elocuencia, estaba enamorado de Pompeya, la mujer de Julio
César.
Tal era su enamoramiento, que en cierta oportunidad, durante la fiesta
de la Buena Diosa -celebración a la que sólo podían asistir las mujeres- el
patricio entró en la casa de César disfrazado de ejecutante de lira, pero fue
descubierto, apresado, juzgado y condenado por la doble acusación de engaño y
sacrilegio.
Como consecuencia de este hecho, César reprobó a Pompeya, a pesar de
estar seguro de que ella no había cometido ningún hecho indecoroso y que no le
había sido infiel, pero afirmando que no le agradaba el hecho de que su mujer
fuera sospechada de infidelidad, porque no basta que la mujer del César sea
honesta; también tiene que parecerlo.
La expresión, con el tiempo, comenzó a aplicarse en todo caso en el que
alguien es sospechado de haber cometido alguna ilicitud, aun cuando no hubiera
dudas respecto de su inocencia.
Así, con esta frase, respondía Cayo Julio César a
las más conspicuas matronas del patriarcado romano cuando le pedían que no se
divorciara de su esposa, Pompeya, la que, al parecer, no había cometido acto
impuro ya que, su presencia en una Saturnalia, orgía permitida a las damas de
la aristocracia, solo había sido como espectadora... “La mujer del César no
solo debe serlo, sino parecerlo”, sentenció el Emperador.
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