Conforme
nacemos y crecemos creemos que pertenecemos a unos padres, pero ellos solo
vienen acompañarnos en la vida. Nadie es propiedad de nadie. La existencia es
un acto de bondad que se da con amor y gratuidad. Todos formamos partes del
árbol de la vida.
Cuando comenzamos a crecer nos
infunden en nuestro cerebro que pertenecemos a una familia, a un apellido o a
un linaje, pero la única familia de la cual formamos parte como una unidad sistémica
es la humanidad. El sentido de propiedad privada o individualidad es lo que ha
dividido la esencia del ser humano. Si tuviera que definir al ser humano diría
que es humanidad.
Pasamos
gran parte de nuestra vida formándonos en una escuela y en una
universidad, nos instruyen de tal forma que nos hacen pensar que pertenecemos a
ese centro escolar o a esa universidad. Nos damos cuenta que todo es
convencional. Nos quieren dar entender que tenemos que pertenecer a algo o
alguien para Ser. Le preguntamos a una madre en qué escuela o universidad
estudió su hijo, y ella llena de orgullo responde en Harvard.
Cuando comenzamos a trabajar en una institución para ser más productivo nos inculcan el sentido de pertenencia a la misma. La verdad es que se quiere vender que para ser digno de un apellido, una familia, una universidad o un trabajo se tiene que pertenecer a los mismos.
Si
entendiéramos que nada nos pertenece en este mundo. Ni los padres, ni los
amigos, ni la escuela, ni el trabajo e incluso ni nuestro propio cuerpo. Todo
esto lo dejamos en algún momento que tenemos que partir. Somos aves de pasos.
Seres que vienen a vivir una experiencia humana, prestado en un cuerpo humano.
Por
eso me atrevo afirmar que lo único que es nuestro, propio, que permanece, que
no perece y que nos pertenece es el alma. Cómo es posible que un ser tan
maravilloso lo deje todo en un cuerpo perecedero y corruptible. Pero lo más
paradójico es que dedicamos la mayor parte de nuestra vida a lo que no nos
pertenece. Y cuando nos damos cuentas de qué es lo único que nos
pertenece, entonces, ya no hay tiempo. En tal sentido, retumba la frase de
Sócrates: “Conócete a ti mismo”. La mayor sabiduría del Ser Humano está en el
conocimiento de sí mismo, en reconocer que somos seres espirituales que vinimos
a aprender en un cuerpo humano.
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