Dice un aforismo de Jung que: Quién mira hacia fuera sueña y quién
mira hacia dentro, despierta.
No obstante, la práctica de la introspección que por deformación
profesional yo tengo perfectamente asumida, es algo mucho menos abundante de lo
que parece. Los numerosos artículos y libros de autoayuda y
psicología divulgativa que existen podrían hacernos pensar que las personas
practican mucho ese autoconocimiento interior, pero la realidad es otra. Porque
además es muy frecuente como dice el refrán, ver la paja en el ojo
ajeno pero no la viga en el propio.
Y es muy habitual encontrarte con personas con una gran habilidad para
ver los defectos de los demás pero con una total ceguera a lo que les sucede en
su interior. Aunque ese interior que ellos no ven le hable a gritos a los
demás.
Muchas personas acuden a esas fuentes citadas porque sienten algún tipo
de inquietud o incluso malestar que les empuja a buscar respuestas o en
algunos casos, métodos o recetarios para sentirse mejor. Y en algunas ocasiones
eso puede funcionar.
Lo malo es que los resultados no suelen ser duraderos. Porque el
único cambio que de verdad perdura es el que proviene de un verdadero
autoconocimiento, de saber de verdad quién somos y cómo somos. Y desde ahí
poder conocer cuáles son nuestras necesidades y nuestros deseos más profundos,
esos que de hacerse realidad nos pueden llevar a un bienestar más duradero que
el que provee un método en diez pasos.
Como nos cuenta Alain de Botton: la introspección es de gran
valor para alcanzar la serenidad.
Gracias a ella podemos averiguar qué cosas nos producen estrés del bueno
y cómo, cuando este supera ciertos límites, se convierte en dañino. Por todo
ello es obvio que necesitamos mirar hacia adentro. Y esa no es una tarea fácil.
Primero de todo porque no estamos acostumbrados a ello, no nos han enseñado a
pararnos a reflexionar sobre nosotros mismos. Y segundo, porque muchas personas
temen lo que pueden descubrir en su interior y hacen todo lo posible para
evitar esos momentos, esos espacios en que podrían pararse a meditar sobre
ellos mismos y conocerse un poco mejor.
Como dice un antiguo cuento zen:
“Un maestro y su discípulo caminaban por un prado. En su paseo Iban
oyendo las voces de distintas criaturas: el mugido de las vacas, el trinar de
los pájaros, el balar de las ovejas, el relinchar de las caballerías…
-Si tan sólo pudiera comprender un instante lo que dicen -dijo en un
suspiro el discípulo refiriéndose a los animales.
Mucho más importante para ti sería si tan sólo pudieras comprender un
instante la verdadera esencia y significado de lo que tú mismo dices -respondió
el maestro.”
Así como en el caso del discípulo, una de nuestras tareas es entendernos
a nosotros mismos, saber lo que pensamos y lo que sentimos. La buena
noticia es que se puede conseguir y que además pasados
los miedos y obstáculos iniciales, resulta una tarea de lo más
apasionante y gratificante. Conocerte te permite tomar mejores decisiones y
como decía Shopenhauer, jugar bien las cartas que el
destino te da. Los métodos son variados, puedes hacerlo sólo o con la
ayuda de un profesional. Lo importante es que cada día que pase,
sepas mejor quien eres y qué quieres y des menos
palos de ciego.
Y además, si realizas un proceso introspectivo, no tienes nada que
perder en el proceso salvo el autoengaño en el que
posiblemente has vivido en muchos momentos.
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