viernes, 6 de marzo de 2020

Saber Poner Límites

Si te faltan al respeto, pon límites y protégete de las agresiones (directas o indirectas). No hemos venido a este mundo para soportar agresiones (por muy veladas que sean estas), y menos aún cuando no hemos hecho nada para merecerlas. Piensa que no podemos controlar el comportamiento de todas las personas, pero sí podemos aprender a establecer límites y consecuencias cuando alguien los traspase.

Hemos llegado a normalizar la falta de respeto como algo que forma parte, sobre todo, de las relaciones de poder. Como si fuera una base tolerable en las relaciones entre personas de «diferentes niveles de una jerarquía». Nos excusamos y excusamos a los otros. «Bueno… es tu jefe, no te queda otra que aguantarlo.», «A ver… no esperes que te vayan a tratar bien si has llegado nuevo a ese trabajo», y un gran etcétera…

La línea que separa lo que es tolerable y de lo intolerable se vuelto borrrosa, como si fuera un trazo a lápiz sobre el que hemos pasado repetidas veces el dedo. Por otro lado, cada uno tiene la capacidad y la obligación de poner sus propios límites. No obstante lo que sí es cierto es que en muchas ocasiones nos encontramos a nosotros mismos dudando si algo ha sobrepasado los límites del respeto en una relación, o no.

Por ello es fundamental dejar claro qué vamos a tolerar y qué no vamos a tolerar en una relación. Con nuestros amigos, con los conocidos, con los compañeros de trabajo, con la familia… Hagamos un esfuerzo por ser escuchar las señales de nuestro cuerpo cuando alguien está sobrepasando la frontera.

Cuando el respeto hacia nosotros está siendo violado. Nuestro cuerpo es sabio y siempre nos avisará de ello. Escucharle y ser conscientes de él es nuestra tarea.

En las relaciones humanas nadie es superior a nadie. Todos somos diferentes y desempeñamos actividades diferentes, pero nadie es «humanamente superior» a nadie. Por tanto si permitimos que alguien nos dañe o nos hiera no deberíamos pensar la superioridad es una razón válida.

Aquello que no existe, no puede ser una razón. Además, que exista no implica necesariamente que lo sea.

Por esta regla de tres todas las personas «superiores» a nosotros tienen el derecho de herirnos y dañarnos. Si nadie es superior a nadie, entonces quizá sea bueno que te plantees hasta qué punto le estás dando ese poder TÚ mismo. Ese poder que otro de partida no tiene.

Nos encontramos dando poder a determinadas personas para herirnos, y hacernos sentir mal. ¿Cómo? Asumiendo su falta de respeto como algo natural, como algo que le permitimos. Como algo que le dejamos hacer. Te dejo entrar en mi castillo y además te dejo que hagas con él lo que quieras.

Hay muchas maneras en las que dejamos que los otros se sobrepasen y en las que les mandamos señales para «invitarles» a hacerlo. Por ejemplo, cuando alguien nos ha hecho sentir muy incómodos con algún comentario referido a nosotros. En vez de hacerlo saber, callamos y lo silenciamos. Lo guardamos en nuestra particular mochila de reconres guardados. Así, convertimos su falta de respeto en veneno para nosotros.

Aunque aguantar una falta de respeto en un determinado momento sea una cuestión de «supervivencia», no significa que la inmensa mayoría lo sean. Si alguien nos está faltando al respeto con frecuencia hemos de plantearnos si lo estamos «aceptando» para poder «sobrevivir» o porque no somos capaces de poner nuestros limites y no nos valoramos ni queremos lo suficiente.

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