jueves, 20 de agosto de 2020

No Es Casualidad, Es Sincronicidad


 “Mil veces hemos escuchado que las casualidades no existen, que todo pasa por algo. Esto es compartido por algunos psicólogos y psiquiatras de renombre”
Claudina Navarro

Ibas a llamar a alguien por teléfono y cuando vas a marcar el número, te está llamando esa misma persona. Piensas en lo mucho que hace que no ves a tu amiga Clara y te la cruzas por la calle. Estás pensando en aprender francés y te llega un email ofreciéndote un curso que encaja perfectamente con tus horarios. Puede parecer casualidad, pero se trata de una sincronicidad.

La sincronicidad, mucho más que una coincidencia
El psicólogo C. G. Jung definió las sincronicidades como “coincidencias temporales de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal y que presentan alguna relación con los pensamientos y emociones de la persona que la experimenta”. Estas coincidencias suceden con más frecuencia cuando la persona está viviendo con especial intensidad, debido a procesos de crecimiento o de gran creatividad.

"Las sincronicidades son coincidencias temporales de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal y que presentan alguna relación con los pensamientos y emociones de la persona que la experimenta"

Según Jung, los períodos de transición o transformación de los seres humanos –como muertes, cambios de trabajo, divorcios– son más propensos a la ocurrencia de sincronicidades, posiblemente porque nuestra reestructuración interna causada por los cambios o crisis genera una energía de búsqueda de sentido que nos obliga a encontrar patrones en las circunstancias externas.

Mensajes orientativos de la realidad espiritual
Algunos autores sugieren que cuando ocurren estas coincidencias estamos en un camino vital correcto. Serían una especie de mensajes procedentes de la realidad espiritual. Existe una estrecha relación entre los acontecimientos interiores y exteriores que vivimos.

Algunos autores sugieren que cuando ocurren estas coincidencias estamos en un camino vital correcto
El psiquiatra Stanislav Grof recomienda interpretarlas como si se tratara de sueños y no caer en la tentación de tomar decisiones irracionales inmediatas. El ya totalmente aceptado concepto de la sincronicidad tiene también una vertiente lírica.

El azar objetivo
El poeta francés y teórico del surrealismo André Bretón hablaba también del "azar objetivo", que designa la confluencia inesperada o azarosa "entre lo que una persona desea y lo que el mundo le ofrece". El azar objetivo es uno de los conceptos fundamentales del surrealismo: coincidencias o casualidades cuya carga emocional las dota de significado.

Los fenómenos de coincidencia significativas ocurren generalmente en personas con elevado grado de espiritualidad, las que pueden percibir su oculto interior o aflorar su inconsciente más profundo conocimientos o sentimientos muy reservados.

Ocurren generalmente en personas con elevado grado de espiritualidad o que perciben su oculto interior.


La universalidad está coordinada en el ámbito psicológico interno con el externo mundo de los fenómenos tangibles, es decir: existe una estrecha relación entre acontecimientos interiores del espíritu con fenómenos de la vida exterior que se expresa en los fenómenos de sincronicidad no buscados por voluntad deliberada.


Sentido De Pertenencia


Del latín pertinentia, pertenencia es la relación que tiene una cosa con quien tiene derecho a ella. El concepto, por lo tanto, se utiliza para nombrar a aquello que es propiedad de una persona  determinada. A nivel social, la pertenencia es la circunstancia de formar parte de un grupo, una comunidad u otro tipo de conjunto. 

El sentido de pertenencia supone que el ser humano  desarrolle una actitud consciente respecto a otras personas, en quienes se ve reflejado por identificarse con sus valores y costumbres. 

Este sentido, por otra parte, confiere una conducta activa  al individuo que está dispuesto a defender su grupo y a manifestar su adhesión, apoyo o inclusión a la comunidad de manera pública.

Un ejemplo de sentido de pertenencia puede encontrarse en la relación entre una persona y su país. El lugar de nacimiento, sumado a la crianza y la educación en un determinado territorio, puede generar un sentido de pertenencia que lleve a un individuo a identificarse con sus compatriotas y a desear el bien a su nación, incluso cuando esto signifique que otra se vea perjudicada. Sin lugar a dudas, el ámbito en el que más comúnmente se aprecia este lazo aparentemente irrompible es el deporte, especialmente el fútbol.

El sentido de pertenencia remite al sentido de propiedad o de posesión que tiene una persona sobre un objeto o un bien material. Es decir, el sentido de pertenencia muestra la relación que existe entre el dueño de una cosa y dicha propiedad. El sentido de pertenencia aporta unos derechos concreto al dueño sobre el uso y disfrute de ese bien material.

El sentido de pertenencia muestra que las cosas se usan y se establece una relación instrumental de forma que cualquier dueño puede hacer un uso de un objeto pensando en su propio beneficio. 

Desde este punto de vista, conviene precisar que en cambio, una persona nunca es propiedad de otra por lo que es fundamental recordar que las relaciones personales se basan en la libertad. El celoso, por ejemplo, tiene una noción equivocada del amor porque ha interiorizado el sentido de pertenencia también en el plano del enamoramiento. Lo mismo sucede en el caso de una relación de dependencia.

Sin embargo, conviene recordar que los celos o una relación de dependencia no es amor sano. Mientras que en el plano de las cosas y del universo material, existe el concepto de propiedad, por el contrario, en el universo de las relaciones personales existe la libertad de establecer lazos o romperlos en cualquier momento.


El sentido de pertenencia es importante en nuestras vidas, porque nos lleva a creer, cuidar y defender las cosas que nos pertenecen, así como la cultura y raíces, cuando no se tiene sentido de pertenencia, cometemos errores, como por ejemplo: el denigrar de su país, alguien que tiene sentido de pertenencia, nunca se lamentara de su nacionalidad, es una persona que resalta las cosas buenas de su cultura de sus antepasados, aunque existan conflictos en dicho país, alguien con sentido de pertenencia, cuida su entorno, por ejemplo: no dañara las sillas y mesas de su colegio o universidad, ni dañara los objetos de su casa, una persona con sentido de pertenencia, cuida todo aquello que sabe que le presta un servicio o beneficio y reconoce lo importante que no solamente es para él sino también para los demás, el sentido de pertenencia, podría decirse que hace parte integral de nuestra autoestima.


Aquellos Días

A veces me siento como si viajara hacia atrás en el tiempo, muy lejos.

Sabes, cuando éramos niños, cuando éramos jóvenes, las cosas parecían
ser tan perfectas. Los días eran interminables. Éramos jóvenes, y estábamos locos.

El sol siempre brillaba, y vivíamos para divertirnos. A veces, no sé porqué, parece como si fuera demasiado tarde. El resto de mi vida ha sido como un espectáculo.

Fueron los mejores días de nuestras vidas. Los malos momentos fueron escasos.
Pero aunque aquellos días hayan pasado ya, hay algo que sigue estando ahí.

Cuando me paro a pensarlo, me doy cuenta de que todavía te quiero.

No puedes parar el reloj, ni hacer que vuelva la marea. Es una pena. Me gustaría
poder retroceder montado en una montaña rusa, hacia donde la vida
era tan sólo un juego. No tiene sentido el pararse a pensar lo que pudiste haber
hecho, cuando te puedes recostar hacia atrás y disfrutar de todo ello con tus
hijos. A veces, no sé porqué, parece como si fuera demasiado tarde.

Es mejor sentarse y dejarse llevar por la corriente. Porque éstos son los mejores días de nuestras vidas. Han pasado rápidamente a través del tiempo. Esos días se han ido ya, pero algo queda de ellos. Cuandome fijo bien, me doy cuenta de que  no ha cambiado nada.

Aquellos eran los días de nuestras vidas. Los malos momentos en la vida, fueron
escasos. Esos días, han pasado ya. Pero algo es cierto. Cuando te miro, me
doy cuenta de que todavía te quiero.

Todavía te quiero.



Suceda Lo Que Suceda


Todos los seres vivos mueren. Entender por qué tiene que ser así es difícil, incluso para los adultos. Tal vez sea la cosa más difícil de comprender. Lo mejor que podemos hacer es aceptar la muerte como algo connatural a la vida. Es algo que ocurre, y no podemos hacer nada para cambiarlo.

La mayoría de las veces, la gente tiene vidas muy muy largas. Mucha gente supera los 80 y los 90 años, y hay algunas personas que incluso viven más. De todos modos, el cuerpo, lentamente, con el paso de los años, se va gastando, exactamente igual que las ruedas de una vieja bicicleta o las pilas de tu juguete favorito. Cuando partes importantes del cuerpo —como el corazón, los pulmones o el cerebro— se desgastan y dejan de funcionar, lo más probable es que la persona muera. Cuando ocurre esto, decimos que la persona se ha muerto “de vieja".

A veces muere gente mucho más joven. Algunas personas se ponen muy enfermas y, a pesar del esfuerzo de los médicos y del uso de medicamentos, no hay manera de mantener funcionando al cuerpo de esa persona. Si una persona que estaba muy enferma muere, tal vez oigas decir a los adultos que ahora esa persona descansa en paz, puesto que ha dejado de sufrir. De todos modos, los médicos cada día descubren nuevas formas de prevenir y tratar enfermedades, de modo que las probabilidades de que una persona se recupere de una enfermedad aumentan día tras día.

Algunas personas mueren de repente, como en los accidentes. Este es probablemente el tipo de muerte más dura y difícil de asumir por los familiares y amigos del fallecido porque ocurre sin previo aviso y no hay tiempo para hacerse a la idea de que se va a perder a un ser querido. ¿Algo importante a recordar sobre este tipo de muertes? Suelen ser tan repentinas que las personas que mueren sienten poco dolor o nada de dolor en absoluto. Eso puede ser un consuelo para sus allegados.

Mucha gente cree que, cuando alguien muere, lo único que muere es su cuerpo. Es como cuando una botella llena de agua se rompe y pierde toda utilidad. El recipiente se ha hecho trizas, pero lo que había dentro -el agua— perdura. La parte de la persona que perdura tras la muerte del cuerpo a menudo se denomina "alma" o "espíritu". Algunas personas creen que el alma es la parte del ser humano que ama, siente y crea; es la parte que nos convierte en quienes somos.

Nadie sabe a ciencia cierta lo que le ocurre a una persona después de morir. Hay muchas creencias diferentes sobre esta cuestión, y lo mejor es que hables con tu familia para saber qué creen ellos que ocurre tras la muerte del cuerpo. Así podrás decidir en qué creer.

Cuando perdemos a un ser querido, lo pasamos mal. Nos entristece pensar que esa persona dejará de estar a nuestro alrededor, que no podremos hablar con ella ni pasárnoslo bien juntos. Esa ausencia deja un profundo hueco en nuestras vidas. Tal vez tenías una mascota en casa que murió. ¿Te acuerdas de las primeras veces que entraste en casa tras la muerte de tu gato o de tu perro? Te extrañó no encontrarlo allí y lo echaste de menos. Si lloraste, está bien.

Necesitamos expresar la tristeza y lamentar la pérdida de los animales u otros seres queridos cuando les llega la muerte.

Pero, como cuando te pelas la rodilla, el intenso dolor inicial desparecerá con el tiempo. La herida tardará un tiempo en curarse, pero te irá doliendo un poco menos cada día. Cuando alguien muere, ocurre lo mismo. Eso no significa que olvidemos o dejemos de echar en falta a la gente que ha muerto. Al cabo de un tiempo, podemos proseguir con nuestra vida, sin dejar por ello de querer al fallecido y recordándolo siempre.

Recordar a las personas fallecidas que queremos es una forma de mantenerlas vivas en nuestro recuerdo. Las fotos nos ayudan a hacerlo. Mirar un álbum de fotos puede ayudarnos a recordar los momentos felices que compartimos con esas personas. Muchas familias entierran los cuerpos de sus seres queridos en un cementerio. Luego pueden ir a visitar sus tumbas. No es que crean que las personas muertas están allí; solo se trata de un lugar especial para ir a pensar en lo mucho que significaron esas personas para ellos.

Cuando muera algún allegado tuyo, tal vez te preguntes si la demás gente importante en tu vida también morirá pronto. Tal vez te preguntes: "¿Morirá mi madre o mi padre?". Lo mejor que puedes hacer es compartir esos pensamientos con tu familia. Puede ser difícil —e incluso un poco doloroso— hablar sobre esas cosas, pero probablemente te irá bien expresar lo que sientes. Es importante que hables sobre los miedos que puedas tener en vez de ocultarlos o simular que no estás asustado. A la gente que te quiere le interesa saber lo que sientes para poderte ayudar.

¿Sabías que tú también puedes ayudar a los adultos con quienes convives si están tristes por la muerte de un ser querido? ¿Recuerdas algo divertido sobre la persona fallecida? ¿O un detalle que esa persona tuvo contigo? Comparte los buenos recuerdos que tengas sobre esa persona. Contribuirás a que todo el mundo se encuentre un poco mejor.


Hay muchas cosas sobre la muerte que no sabemos ni sabremos nunca. Sabemos que nos llegará a todos, algún día. Pero no es algo en lo que deberías pensar ni por lo que te deberías preocupar. Te aguardan demasiadas cosas estupendas por experimentar en los muchos años que tienes por delante.


miércoles, 19 de agosto de 2020

En La Diversidad De Los Libros


En toda Europa existe la impresión de que hay demasiados libros, al revés que en el Renacimiento. ¡El libro ha dejado de ser una ilusión y es sentido como una carga! El mismo hombre de ciencia advierte que una de las grandes dificultades de su trabajo está en orientarse en la bibliografía de su tema”, afirmaba de manera premonitoria Ortega y Gasset en la Misión del bibliotecario (1935).

En los últimos 80 años, esta impresión no ha hecho más que acrecentarse. Hoy, cualquier intento de estar al día de la bibliografía relevante en un área es una tarea inabarcable. Ni siquiera es posible recurriendo al gran invento de nuestra modernidad: la hiperespecialización.

Hace tiempo que el conocimiento no cabe en nuestros anaqueles, que se ha desbordado y no lo podemos contener ni en bibliotecas, ni en academias, ni en museos. Que no es posible encerrarlo tampoco en las aulas, ni dominarlo en los laboratorios.

El aumento exponencial de la producción de libros, informes y artículos ha convertido a la gestión de la información y el conocimiento en una de las competencias críticas para el futuro personal y profesional de cualquiera. Nos ha convertido a todos, en cierta manera, en bibliotecarios. Todos somos improvisados lectores para otros.

Nuestra modernidad se sustentó en un relato específico de cómo y dónde se producía y difundía el conocimiento. Un relato basado en el orden y la clasificación. Una historia de éxito soportada en los pilares de la especialización, la reducción, la simplificación y los protocolos. Un relato, en definitiva, el de nuestra modernidad, que tuvo que ignorar la complejidad para ser eficiente. Y que al hacerlo dejó de lado otros relatos posibles, otros actores, otros lugares, otras tradiciones y otras maneras de ver y hacer. 

Un modelo económico y un sistema educativo, basados en generar y gestionar la escasez. Esto ya no es así. El conocimiento es abundante. El mundo es complejo. Las soluciones son híbridas.

Siempre supimos que los espacios encarnaban las ideas y que las ideas daban forma a los espacios. Siempre supimos que cada espacio encerraba una lógica determinada. Que Villanueva diseñó el actual Museo del Prado no para albergar una colección de arte sino para ser una Academia, un Gabinete y un Laboratorio y que responder a ese triple uso determinó su arquitectura, sus diferentes accesos, salas y corredores.

De la misma manera, las escuelas con sus aulas separadas y preparadas para que los profesores impartan sus materias de manera sucesiva e independiente son en gran medida un producto de la tecnología del libro. 

Como las páginas de un libro, “todo está organizado para escuchar, porque estudiar simplemente las lecciones de un libro no es más que otra manera de escuchar, marca la dependencia de un espíritu respecto a otro“, se quejaba John Dewey en 1905 ante la disposición normal de las aulas que no permitían el tipo de pedagogía activa que él propugnaba.

Esto sigue siendo verdad. Las ideas determinan los espacios, las tecnologías marcan los procesos, las metodologías, por su parte, condicionan tanto los espacios como las tecnologías. Pensar en la gestión del conocimiento es pensar en los lugares donde se produce.

Internet no ha hecho más que añadir complejidad a la relación entre espacios y prácticas. Y al mismo tiempo ha acelerado, como nadie podía imaginar, la deriva inflacionista de conocimiento que nos señalaba Ortega.

La transformación digital ha modificado profundamente todos los aspectos de nuestra vida. Hemos cambiado para siempre la forma en que nos comunicamos, nos informamos, trabajamos, nos relacionamos, amamos o protestamos, dice Castells. Un impacto aún mayor en todo lo que tiene que ver con el conocimiento y el aprendizaje.

Internet es una plaza abierta y es una biblioteca. Un aula y un laboratorio. Un museo botánico y una selva por explorar. Internet es nuestra escuela y nuestro lugar de ocio. Es nuestro curriculum vitae y nuestro puesto de trabajo. Es, en definitiva, un gran archivo de información, un gigantesco commonplace book

Un lugar donde los trail blazers que identificó Vannevar Bush en 1945 bucean en los vastos océanos de la información, enhebrando un documento con otro, dejando una estela de significado entre las olas de ruido, contradicción y redundancia. Un lugar común y compartido, un laboratorio de producción colectiva en al que todos o casi todos tenemos la posibilidad de acceder para reordenar, modificar y reelaborar constantemente la información y el conocimiento.

Las instituciones que tradicionalmente tenían la exclusividad para producir y difundir conocimiento (el laboratorio, la universidad, la academia, el museo, la empresa o la escuela) se han visto obligadas a cambiar e incorporar procesos de trabajo y de gestión colaborativos y permeables a la participación. Internet ha acabado con el sueño de la modernidad, con el orden y la disciplinariedad. Internet es la infraestructura de nuestra vida. Es nuestro marco.


Nuestro gran desafío hoy es aprender a elegir. Nuestro reto más urgente es hacer frente a la incertidumbre del cambio y superar la parálisis que provoca la abundancia (Barry Schwartz). Más que respuestas debemos ser capaces de hacernos preguntas. Más que soluciones cerradas, nuestro tiempo reclama diversidad. 

Más que lugares concretos comunidades abiertas y más que contenidos necesitamos competencias. Más que saber vivir en la solidez de lo conocido necesitamos manejarnos en la liquidez de lo incierto. “Estamos tan acostumbrados a que alguien (normalmente ese grupo impreciso llamado expertos) nos diga siempre lo que debemos hacer o cómo debemos actuar que cuando no se nos suministra una receta parece que hubiera una omisión flagrante” (John Abbott: Battling for the Soul of Education). 

Este es el reto. Debemos desarrollar nuestro espíritu crítico.



Guerra De Dominantes


«Al hablar de cultura hay que referirse necesariamente a los problemas sociales. » A diferencia de otros investigadores de la cultura de masas, Armand Mattelart propone una desmitificación de este tipo de cultura, a pesar de que es dominante en el mundo de hoy. Docente e investigador en la actualidad en la Universidad de París, Armand Mattelart es de sobra conocido por el público lector español, entre otras, por sus obras La cultura como empresa multinacional, La comunicación en un proceso de liberación, Fuentes culturales y movilización de masas, Comunicación e ideologías de la seguridad y Comunicación y lucha de clases (libro este último todavía sin traducir del inglés). 

En el simposio sobre industrias de la cultura y modelos de sociedad, celebrado recientemente en Burgos, ha expuesto una ponencia sobre Cultura interior e internacionalización de la producción: una articulación polémica, tema que amplía en esta entrevista, . Pregunta. ¿Es válido todavía o tiene algún sentido el término cultura transnacional, o hay que seguir hablando de colonización cultural?Respuesta. Desde que existen grupos dominantes y otros dominados se ha dado un fenómeno de colonización cultural, pero ahora, en esta nueva etapa de desarrollo del capitalismo internacional, creo que hay que introducir un concepto nuevo, que no es exactamente el de cultura transnacional. 

Por cultura transnacional podemos entender la importación de modelos culturales entendidos en un sentido muy material. Por ejemplo, la cultura transnacional no es sólo la presencia de series de televisión norteamericanas en las televisiones francesas o españolas, es la manera de producir y de concebir las series de la televisión nacionales. Muchas veces se adoptan los modelos y modos de producir del imperialismo, y éste es el problema clave en la hora actual. No se trata sólo de enumerar los productos norteamericanos que salen en publicidad o en la televisión. Lo que se importa ahora son los modelos de producir las cosas. 

Se pueden obtener series en las televisiones europeas que reproduzcan peor los tics, los estereotipos norteamericanos, que, por otra parte, a veces son más eficaces porque responden a categorías nacionales.

P. Usted ha desarrollado el concepto de «agresión cultural», que sustituiría al de «intercambio cultural». ¿Cómo explica este fenómeno?
R. Se puede utilizar la palabra intercambio cultural a condición de que se aclare que los términos del intercambio son desiguales. Este término oculta en general el hecho de que detrás de este intercambio subyacen relaciones de fuerza en las que una parte de la ecuación está en condición inferior porque no posee la tecnología o se encuentra en un estado desfavorable en el concierto internacional.
P. ¿Tiene la tecnología, entonces, un papel predominante en el proceso de las relaciones culturales?
R. Una de las características del capitalismo de los últimos tiempos es que la cultura se asocia cada vez más a la tecnología. Por ejemplo, los grandes sistemas de satélites que difunden cultura y al mismo tiempo son un modelo de relaciones sociales.
P. ¿Qué es lo que defendería usted, una cultura uniforme y homogénea o una cultura para cada modelo de sociedad? ¿De qué manera se encarna esta contraposición en la práctica? ,
R. Es un tema que me interesa mucho. Yo diría que en el nivel de los proyectos de las clases dominantes existe una cultura que es uniformizante. 

Cuando hablamos de cultura transnacional entre comillas, justamente denunciamos este proceso de homogeneización de todas las culturas nacionales, que hace que se pueda encontrar en Madrid, o en París, o en Río de Janeiro el mismo tipo de producto. Esto es un proyecto. Pero dentro del establecimiento de este proyecto existen resistencias muy diversas que pueden venir de sectores populares, entendiendo por sectores populares tanto los movimientos de mujeres, movimientos feministas, como los movimientos de obreros, campesinos e intelectuales, que resisten a esta invasión de modelos culturales y tratan de imponer otro tipo de prácticas culturales más conforme con su identidad, identidad muchas veces de dominados.

P. ¿Acaso la cultura tiene una función diferente en los países industrializados que en los países en vías de desarrollo?
R. Es muy difícil razonar a partir de una dicotomía mundo desarrollado-mundo subdesarrollado. Es cierto que la cultura tiene formas de producción muy distintas en las sociedades capitalistas avanzadas que en las sociedades capitalistas no avanzadas.
Habría que ver también cuál es el estado de la cultura en países que han elegido otra vía que no es el capitalismo.
P. ¿Qué destacaría usted del momento cultural español actual?
R. Es un momento polémico porque nos encontramos actualmente en España con una sociedad donde no hay consenso. Y cultura es en gran parte consenso. 

La existencia de un grupo social como el del País Vasco, por ejemplo -y esto no quiere decir que esté de acuerdo o no con ellos-, demuestra que existen aspectos de la cultura que, aunque no sean los del grupo, hay que tomarlos en cuenta. Hablar de cultura es también hablar de los problemas sociales. Yo no podría hablar de cultura en Alemania sin referirme al problema que supone, por una parte, la existencia del terrorismo y, por la otra, la respuesta que da a este terrorismo la clase dominante en el estrechamiento del control social. Para mí la cultura actual de España se explica a partir de todas estas luchas que se llevan para recuperar identidades regionales dentro de un marco de una identidad nacional, pero no se debe caer en el concepto retrógrado, que mantienen algunos, de cultura popular, que corresponde a toda una tendencia de quienes, unilateralmente, quieren recuperar sólo determinados aspectos de las culturas regionales. Estos caen en la ineficacia de una cultura pasada y sin posible aplicación. 

Pero muchos movimientos regionales culturales tienen tal fuerza, dada su vivacidad y novedad, que serían idóneos para resistir a la internacionalización y al consiguiente proceso de uniformización.

Creo que España es uno de los países de Europa que más tardíamente ha accedido, juntamente con Portugal, a lo que se llama la cultura de masas. Esto se nota, sobre todo, en la diferencia de los quioscos desde hace cuatro años. La pornografía, el erotismo, son un índice de que existe una cultura que retorna también modelos extranjeros; el régimen anterior estaba en contradicción con la cultura de masas, por lo menos con ciertos sectores de esta cultura.

Hay hoy en España una explosión de la cultura de masas y, por tanto, hay que examinar este hecho y lo que representa como desafío, ya no sólo cultural sino también político.


martes, 18 de agosto de 2020

Recuerdos Del Pasado


Sensaciones y sentidos evocan, de forma enérgica y emotiva, recuerdos de nuestro pasado. Las emociones liberadas pueden ser positivas (placer y felicidad) o negativas (miedos y aversiones). El sabor o el gusto de un dulce desencadenan una respuesta muy intensa que nos devuelve a la infancia; una balada que creíamos olvidada nos transporta a la adolescencia. Los recuerdos sensoriales afectan a todos los sentidos. Un sonido, un paisaje o un suave rozamiento pueden evocarnos experiencias intensas de nuestra historia vivida.

Hace aproximadamente un siglo, el novelista francés Marcel Proust (1871-1922) describió esas vivencias en su obra A la recherche du temps perdu, donde relata cómo el olor y sabor de una magdalena devuelven a la infancia al protagonista, a sus colores, sabores y sentimientos. Es el hilo que le conduce al pasado. La ciencia se ha interesado también por el «efecto Proust», y estudia las bases neurológicas de la evocación de recuerdos y su aplicación, por ejemplo, en el campo de la recuperación de la memoria. Por efecto Proust se entiende la liberación vívida, emotiva, involuntaria e inducida por los sentidos de acontecimientos del pasado.

No existe, en neurociencia, la memoria como entidad única, sino que poseemos varios sistemas interrelacionados de memoria. Hay memoria a corto plazo y memoria a largo plazo; memoria para los actos automáticos (conducir un coche) y memoria consciente; memoria para las emociones y memoria para nuestra historia personal, y muchas más. Cada tipo de memoria sigue su propia trayectoria en el cerebro. A menudo, esas memorias se entrecruzan. Sucede así, por ejemplo, cuando escuchamos, mientras conducimos, una vieja canción que nos resulta entrañable y nos olvidamos de cambiar la marcha.

¿Pueden los estímulos sensoriales despertar recuerdos distintos de los evocados por las palabras? Medio siglo después del experimento de Nueva York, David Rubin y sus colegas, de la Universidad Duke, se aprestaron a someter a prueba experimental varias hipótesis entonces en boga. Los investigadores presentaron a un grupo de estudiantes quince olores familiares en tres formas: olores que se ofrecían a la olfacción, imágenes que representaban olores y textos escritos que describían olores. A los voluntarios se les preguntó cuán reales les parecían o cuán agradables les resultaban tales estímulos. El análisis estadístico de las descripciones no reveló diferencias notables entre las reacciones ante los olores reales, las representaciones o los textos. La única divergencia estribaba en que los olores reales evocaban con mayor frecuencia un recuerdo que el sujeto pensaba que había perdido para siempre.

A finales de los años noventa, Simon Chu y John Joseph Downes, de la Universidad de Liverpool, descubrieron que el efecto Proust no se hallaba vinculado a una edad determinada. Visitaron a un grupo de ancianos con un promedio de edad de 70 años e investigaron sus recuerdos olfativos. A los probandos se les presentaron dos tipos de estímulos: aromas reales y palabras relacionadas con un aroma; se solicitó de ellos que describieran los recuerdos promovidos por los estímulos en cuestión. Anotaron el año del recuerdo evocado. 

Los análisis mostraron que la olfacción de olores reales evocaba unos recuerdos más antiguos que los evocados por las palabras relacionadas con aromas: los olores despertaban recuerdos que se remontaban a entre los seis y los diez años de edad de los sujetos, mientras que las palabras retrotraían el recuerdo de los once a los veinticinco años. Otros investigadores han sostenido que los recuerdos infantiles emotivos, en particular los traumáticos, son difíciles de evocar a través de los textos (relatos, diarios), pero pueden despertarse utilizando claves situacionales, como las percepciones y sensaciones del entorno.
¿Por qué perdemos los recuerdos de nuestra infancia? Para la mayoría de los adultos, la edad de los primeros recuerdos se reseña en torno a los tres años, aunque hay diferencias muy pronunciadas entre unos individuos y otros. El número de recuerdos de los siete primeros años es menor de lo que cabría suponer de una erosión normal, lo que significa que se produce una tasa acelerada de olvido por lo menos hasta los once años. ¿Difieren de las memorias verbales las memorias sensoriales? Rachel Herz y su equipo, de la Universidad Brown, acometieron, a comienzos de los noventa, una serie de experimentos en los que demostraron que los recuerdos olfativos no eran verbales. Solicitaron a los voluntarios que oliesen diferentes aromas y describieran los recuerdos que estos desencadenaban. En un tercio de los casos, los voluntarios se mostraron incapaces de verbalizar el aroma.
Sensaciones y sentidos evocan, de forma enérgica y emotiva, recuerdos de nuestro pasado. Las emociones liberadas pueden ser positivas (placer y felicidad) o negativas (miedos y aversiones). El sabor o el gusto de un dulce desencadenan una respuesta muy intensa que nos devuelve a la infancia; una balada que creíamos olvidada nos transporta a la adolescencia. Los recuerdos sensoriales afectan a todos los sentidos. Un sonido, un paisaje o un suave rozamiento pueden evocarnos experiencias intensas de nuestra historia vivida.


Extramuros



No hay ni existencia inmortal, ni tiempo infinito, ni eternidad y mucho menos una Paz Perpetua. Acuso el nombre del libro de Kant no para plantear aquí una exégesis de la obra. Lo que me interesa es el sustantivo de perpetua que parece divinizar lo que de otra manera, podría llamarse orden. Si bien la paz es el tiempo de aparente e imaginaria tranquilidad entre una confrontación violenta y otra, cierto es que también nos referimos por paz a un orden perenne, un principio de estabilidad que permanece inquebrantable a costa de disimular las tensiones y disensos propios de las sociedades humanas. 

Se establece el orden como un estado ideal, sin embargo cabe cuestionar si ese “estado ideal” es principio o fin último de la sociedad.

Si es principio, la formación de quienes sostienen la comunidad, ha de ser desde la escuela resuelta desde valores éticos que regulen las manifestaciones agresivas entre individuos, apelando a la aceptación de las diferencias, la creación de una identidad que conlleve a que los infantes reproduzcan los valores externos dados por generaciones que ven en el acuerdo, el diálogo y el entendimiento formas propias para perpetuar la paz.

Si por el contrario, la paz se toma como fin, cabe aplicarse una ética utilitarista en dónde no importan los medios, a quienes haya que sacrificar, despojar o eliminar. Claro que el principio del utilitarismo “la mayor felicidad para el mayor número de personas” también habría que saltárselo si se habla de una democracia donde la mayoría es abstencionista y la minoría que decide ilegítimamente, es la misma que promueve la famosa frase “no importan los medios sino el fin”. 

Como principio o como fin el orden al que apela la paz es solo aparente.

Al intentar un ordenamiento perpetuo se niega el tiempo y el desarrollo. El tiempo que desautoriza la perpetuidad y que presenta la finitud de toda época, el final de todo cambio que implica nuevamente una transformación.

El desarrollo del ser humano como ser humano ha sido agresivo. Nuestra especie es la más violenta, tanto así que si bien no tenemos muchos depredadores naturales, tampoco nos hace falta, la autofagia y el canibalismo a todos los niveles hacen parte de nuestras costumbres.

Un pensador hace un par de siglos escribió “Un pueblo que excluye al tiempo de su metafísica y diviniza la existencia eterna, abstracta, es decir, aislada del tiempo, excluye también lógicamente el tiempo de su política y diviniza el principio de estabilidad contraria al derecho, a la razón y a la historia”. Quizá cuándo se habla de paz no se habla de política pues esta implica una confrontación permanente. 

Aquí, en los entuertos de este territorio cuando se habla de paz se habla de orden. 
Quizá también por eso cuesta tanto atender a los discursillos que oímos desde hace más de tres años.

La paz en Colombia es un orden impuesto, no se dialoga ni se negocia los términos de la paz. De hecho la paz es el resultado de un consenso, de múltiples partes que no discuten solo sobre un principio o un fin, sino sobre las maneras más apropiadas para convivir. La paz no es el resultado de una negociación. se habla de negociaciones en los negocios, lo que afirma que aquí la mal llamada paz es una empresa que será vendida al mejor postor (y mejor si su apuesta es en Euros).

Sin embargo las cuestiones económicas que parecen son el principio de una paz como objetivo político, no son en este escrito mi principal interés. Lo relevante es la paz como orden que condena a los extramuros todo el caos, el desorden, las confrontaciones violentas y pacíficas. No sólo me refiero a los extramuros de las urbes, también me refiero a los extramuros de nuestra conciencia.

La cosificación del individuo condenado a ser un agente de paz para no convivir con el repudio y señalamiento, pretende calar hasta su conciencia. No se trata de un dualismo entre los extramuros de un exterior y un interior. Lo que cabe indicar es que el conflicto y el caos quedan relegados y escondidos tras la fachada de la paz de manera individual y se manifiesta de maneras colectivas. 

Es la persecución de un control social “pro-paz” que no solo repudia sino que disfraza o niega los brotes de caos, confrontación y desacuerdo como ha pasado con los paros, las manifestaciones y la beligerancia que asoma en todas partes.

 El caos en los extramuros del orden social es el grito contra la paz como el velo de un control social más fuerte y más violento. Sin embargo cabe advertir que entre más se controle lo que es natural a la especie, se desatará con más fuerza y reclamará con una mayor violencia que aquella que lo marginó a los extramuros, el control, orden o paz social, es la fachada de la marginación de quienes no aceptan la paz como negocio.

Entendimiento



Filosofía

En filosofía, término que designa el conjunto de facultades intelectuales. Asimismo, puede
 designar la facultad que realiza la actividad discursiva o argumentativa que es propia de la ciencia. 

En la tradición clásica de la filosofía, el entendimiento se ha distinguido de la razón y de la sensación. Así, Platón distinguía entre el entendimiento meramente discursivo y la razón, que permitía conocer las ideas en sí mismas. Gottfried Wilhelm Leibniz diferenció, asimismo, entre el entendimiento y la sensación.

Immanuel Kant distinguió entre sensibilidad, entendimiento y razón. 

El entendimiento, según Kant, organiza los datos de la experiencia empleando las categorías; es, por lo tanto, una actividad intermedia entre la experiencia sensible y la razón, que plantea los argumentos más abstractos y permite elaborar los grandes sistemas de la metafísica clásica.

De manera general, facultad de comprender. En filosofía clásica se opone a la sensación y se distingue de la razón ya que ésta última abarca los objetos más elevados, mientras que para el entendimiento quedan reservados los dominios de la lógica y de las ciencias. 

Para Kant, el entendimiento que no se confunde con la razón tiene como función el elegir los datos de la sensibilidad con la ayuda de las categorías a priori: Todo nuestro conocimiento comienza por los sentidos, allí pasa al entendimiento y concluye en la razón.

"[David Hume] La misma imaginación cuando opera según reglas o principios permanentes: actúa bajo la " fuerza suave " de las propiedades asociativas de las ideas


Nuestro Legado

Los habitantes del mundo de principios del siglo XXI corremos el riesgo de dejar el peor legado en los anales de la civilización, puesto que es posible que nuestros descendientes, en el año 2100, se enfrenten a un calentamiento global acelerado que ya no podrán revertir. En ese caso, seguramente, esas personas se preguntarán por las causas que llevaron a sus bisabuelos a hipotecar las condiciones ambientales de su estancia en el planeta.

La amenaza se detectó con la suficiente antelación, se consiguió identificar a los principales responsables y se logró establecer las medidas que se deberían aplicar para intentar solventar el problema. Sin embargo, la fe en que la tecnología lograse eliminar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) sin mayores sacrificios, para de este modo conservar las condiciones del consumo masivo de bienes y servicios, se convirtió en una quimera de la esperanza tecnológica que se ha terminado constituyendo en nuestra mejor excusa para no asumir los esfuerzos que demanda el intentar solucionar la cuestión de forma efectiva. 

Y es que, finalmente, la gran incógnita sobre la herencia que dejaremos para el futuro reside en vislumbrar si el avance tecnológico acumulado podrá alcanzar a compensar el grave, y es probable que irreversible, desequilibrio infringido al ecosistema.

No obstante, no se puede obviar el beneficio que la explotación masiva de los combustibles fósiles ha supuesto para la mejora de las condiciones de vida de una gran parte de la población mundial y se debe reconocer que, sin ese aporte, hubiera sido imposible sacar de la pobreza a millones de personas en las últimas décadas. Precisamente, el gran dilema en las políticas contra el cambio climático reside en tener que elegir entre resolver el problema, eliminando de forma radical el uso de los hidrocarburos y condenando a una gran crisis energética a la economía y a la sociedad actual, o mantener el disfrute de las energías fósiles y sentenciar a nuestros descendientes a un hipotético gran desastre climático, económico y social.

El acuerdo de París, que se firmó en diciembre de 2015, supuso la mayor oportunidad perdida que se haya dado hasta la fecha para atajar el proceso climático, aunque sirvió para que la mayoría de los habitantes del planeta asumieran, erróneamente, que el combate contra el calentamiento global había alcanzado un punto de inflexión y que ya se comenzaba a implementar una solución eficaz. De tal forma, un acuerdo que fue clasificado previamente por la ONU como deficitario para lograr el objetivo de no superar los 2º C de incremento de temperatura con relación a los niveles preindustriales (ONU, 2015: 4) se convirtió en la mejor coartada, a corto y mediano plazo, para no afrontar una reducción radical en el uso de los combustibles fósiles.

El principal argumento que sustentó la esperanza depositada en el texto de París emanó de la supuesta capacidad para incrementar sus objetivos en el futuro, ya que el acuerdo prevé ajustar la diferencia que se mantiene entre las contribuciones presentadas por los emisores y las necesidades reales de reducción en el periodo que queda hasta su entrada en vigor, en el año 2020. 

Además, se confiaba en que la aparente disminución en el incremento de las emisiones anunciada para 2015 fuese el inicio de una tendencia hacia la estabilización que diera paso a la fase de restricciones posteriores. Sin embargo, dos años después de la firma, el nivel de emisiones globales marcó en 2017 un nuevo récord, con 32,53 Gt de CO2  (IEA, 2017), al tiempo que la acumulación de partículas de CO2 en la atmósfera continuó aumentando, con 410 ppm, y la deserción estadounidense dejó en evidencia la escasa capacidad del acuerdo para obligar a los firmantes a su cumplimiento.

Ante este escenario, una forma correcta de haber presentado el consenso de París hubiera sido reconociendo que, a pesar de tratarse de un convenio que se encuentra muy alejado de lo que se necesita para resolver el problema, se trata de un instrumento para caminar en la dirección de realizar mayores esfuerzos de reducción de emisiones de cara al futuro. Pero en ningún caso se debía anunciar como un gran logro en la lucha efectiva contra el cambio climático, ni como un gran avance en el compromiso real de los diferentes países para aplicar las reducciones de emisiones necesarias. 

Es preciso entender que el clima de la Tierra no responde de forma automática a los estímulos del ser humano, sino que se trata de un sistema que se ha mantenido en un cierto equilibrio desde la última gran glaciación, hace 12.000 años. Por lo tanto, una vez que se vea descompensado, difícilmente retornará a su ajuste original y las consecuencias para el hábitat de nuestros reemplazos en la superficie del planeta pueden resultar irreversibles, por mucho que se puedan reducir las emisiones con posteridad. Además, el peligro que supone el posible colapso de los sumideros y depósitos naturales de GEI incrementa las probabilidades de provocar un efecto de retroalimentación.

Algunos datos científicos ya resultan tan pesimistas que ponen en duda la capacidad para atajar el proceso, debido a la inercia de la concentración de GEI en la atmósfera y a la acumulación térmica desarrollada en los océanos, puesto que estos factores pueden seguir calentando la atmósfera a un ritmo similar al actual, incluso en ausencia de emisiones antropogénicas adicionales (IPCC, 2013: 27).

Así, el acuerdo de París no fue más que una nueva compra de tiempo, por parte de los gobiernos, a fin de aparentar que la situación se estaba solventando de manera efectiva, puesto que el texto se situó muy alejado del objetivo de control radical de emisiones que se requería, ya que dichas políticas implicarían un atentado tan grave contra la economía, asentada en el uso masivo de los combustibles fósiles, que ninguno de los gobiernos de los principales emisores sería capaz de asumir planteamientos de esa naturaleza. Sobre todo en el actual panorama de inestabilidad e incertidumbre internacional, donde las tensiones geopolíticas incentivan el crecimiento de los presupuestos militares y en el que las potencias globales y regionales interpretan las restricciones que puedan mermar sus crecimientos económicos como amenazas a su capacidad para sufragar los gastos en defensa (Wolin, 2008: 136).

Esta situación se puede alargar durante varias décadas, en base a que, según las proyecciones más optimistas de la Agencia Internacional de la Energía, para 2040 el uso de las energías no fósiles tan solo cubriría un 40% del mix energético global (IEAa, 2017). No obstante, incluso llegar a un hipotético porcentaje de empleo de renovables del 99% podría ser inútil para reducir las emisiones de GEI, siempre que ese progreso de las energías limpias se produjera sobre los incrementos de la demanda energética y el 1% en el uso de los combustibles fósiles siguiese representando un volumen neto similar al que se quema en la actualidad. De hecho, la gran ilusión que se fraguó en París fue que se podía luchar contra el cambio climático beneficiándose del gran negocio de la implantación expansiva de las renovables y, a la vez, mantener inalterado el acceso masivo a los combustibles fósiles.

Por supuesto, este horizonte no resultará tan perjudicial para el pequeño porcentaje de la población mundial que logre acceder a los niveles de rentas más elevados, al permitirle habitar en las zonas más seguras y menos expuestas a sufrir eventos climáticos catastróficos. En caso de emergencia, esta élite poseerá los recursos necesarios para poder desplazarse a otros lugares de residencia alternativos en los que, gracias a su alto poder adquisitivo, no suele provocar el rechazo que otro tipo de inmigrantes suelen generar entre la población de acogida. De hecho, las utopías de viajes interplanetarios están destinadas a este tipo de privilegiados, ya que, aun en el caso de que estos periplos espaciales se puedan llevar a cabo, difícilmente servirían para evacuar a la mayoría de los más de 10.000 millones de personas que en el año 2100 se estima poblarán nuestro planeta.

Desde la perspectiva de la equidad, es necesario recordar que, de media, un ciudadano estadounidense emite tanto CO2 como 10 habitantes de la India (BM, 2018) y que ese desequilibrio incentiva el incremento del consumo de energías fósiles, ya que una redistribución más equitativa de la riqueza permitiría reducir las emisiones globales a la vez que proporcionaría unas condiciones de vida dignas a una mayor cantidad de seres humanos.

Gran parte de los aumentos en la generación de GEI que experimentan los países en vías de desarrollo provienen del tejido productivo que los países más desarrollados mantenían en sus propios territorios y que, desde hace varias décadas, fueron deslocalizando hacia los países con menores costes laborales. 

En consecuencia, ahora esas emisiones se contabilizan en los países en desarrollo, independientemente de que una gran parte de los productos se continúen consumiendo en los países desarrollados. De tal forma, los países emergentes se oponen a que sus responsabilidades en el control de emisiones se equiparen a las de los países más desarrollados, a pesar de que, sin su colaboración, el proceso de incremento de las emisiones globales será imparable.

En este contexto, el colectivo de la sociedad civil ha sido señalado de forma repetida como el que debería impulsar el proceso de toma de conciencia y de cambio de actitud con respecto al problema climático. Sin embargo, al contrario de lo que esas esperanzas han planteado, el conjunto de la ciudadanía consumidora global constituye una de las principales barreras a las que se enfrentan los esfuerzos por implementar medidas radicales de reducción de emisiones. Como señala Bauman (2007: 141), la sociedad actual ha adoptado una actitud mayoritariamente depredadora y el interés conservacionista se ve sobrepasado por el deseo de absorber recursos a un ritmo cada vez más acelerado.

El pensamiento competitivo impregna hasta tal punto el tejido social que los tímidos y minoritarios intentos decrecionistas de algunos individuos se perciben como antítesis de lo que la mayoría entiende como un “estilo de vida satisfactorio”. Ese rechazo contra toda persona que se resista a seguir los patrones de adquisición, disfrute y desecho intensivo de recursos no se restringe a las sociedades más acomodadas. 

Por el contrario, la expansión del sistema capitalista a escala global provoca que los deseos energívoros y la crítica negativa contra todos aquellos que se resistan a adoptarlos se consolide en la mayoría de los grupos sociales, con independencia de sus capacidades económicas. Aunque las responsabilidades acumuladas en el agravamiento del proceso climático correlacionen, en gran parte, con los niveles de renta más elevados.

Esta pauta generalizada de derroche se ve instigada continuamente por parte de los intereses empresariales, a través de la omnipresente publicidad. Con lo que la mayoría consumista obtiene una coartada adecuada para sus hábitos. A su vez, el círculo se cierra cuando esa ciudadanía tiende a castigar, en las urnas o en la calle, aquellas políticas que planteen reducir sus capacidades de compra de bienes y servicios (Maravall, 2008: 194). De tal forma, los empresarios a la caza de beneficios, los políticos en busca de aprobación popular y los ciudadanos en pro del último bien de consumo con el que intentar mitigar nuestras insatisfacciones conformamos el enigma de principios del siglo XXI que tendrán que desentrañar nuestros descendientes, cuando en el año 2100 se pregunten por qué no fuimos capaces de evitar convertirnos en esa generación que les privó de disfrutar de las estables condiciones climáticas de las que el ser humano se había beneficiado desde que comenzó el proceso civilizador.


Es importante comprender que el cambio climático acelerado representa, además de una elevación generalizada de las temperaturas medias en el planeta, un incremento de los eventos de lluvias, sequías, calor y frío extremos, con todas las consecuencias perniciosas que esas condiciones catastróficas acarrean y acarrearán para unas sociedades y unas economías que ya sufren todo un abanico de situaciones de inestabilidad. Porque se empieza a tener constancia del quebranto que estamos provocando en la estabilidad climática, pero existe una gran incertidumbre sobre el impacto que esas alteraciones ocasionarán en las vidas de los que han de investigar en el futuro, asombrados y perplejos, lo que probablemente ellos interpretarán como nuestras desaprensivas conductas del presente.