domingo, 26 de febrero de 2017

La Impronta De Cada Día


Todo lo que hacemos o dejamos de hacer deja una huella que muy pocos humanos tenemos la capacidad de captar en nuestros receptores individuales, tal es lo que constituye nuestra impronta, esa señal que subyace imperceptible como una marca indeleble de generación en generación.

“Señal o carácter peculiar: huella. Conjunto de característica cultural o característica humana que son consecuencia del contacto con una persona o grupo social: la profesora ha dejado su impronta en los alumnos. En biología, tipo de aprendizaje propio de animal pequeño, por lo general durante un período crítico y receptivo de su vida”.

Durante este período, el animal joven aprende a dirigir su respuesta social hacia un objeto concreto, normalmente uno de los padres: proceso de aprendizaje para el que solamente se está sensibilizado durante la etapa juvenil y que tiene carácter irreversible.

El estrés y el desamor en el hogar suponen a los niños un daño evidente durante su crianza. Decenios de investigación han permitido documentar, además, las consecuencias psicológicas en la edad adulta de tales experiencias (entre ellas, depresiones latentes y dificultades para mantener relaciones afectivas). Estudios actuales confirman que una vida familiar conflictiva provoca efectos fisiológicos graves en el desarrollo neural.
El cerebro infantil posee una exquisita sensibilidad. Las discusiones acaloradas afectan a los pequeños incluso cuando duermen. Investigadores de la Universidad de Oregón han hallado, mediante imágenes por resonancia magnética funcional, que los niños de familias que informaban sobre fuertes conflictos hogareños (superiores a los habituales), se mostraban más sensibles a voces agresivas o airadas. De hecho, manifestaban un repunte de actividad cerebral en respuesta a frases leídas en tono agrio mientras dormían. La excitación cerebral se concentraba en las áreas responsables de la regulación de las emociones y del estrés.
Ni la negligencia afectiva ni las disputas familiares dejan señales externas, pero sí afectan de forma notable la arquitectura cerebral. Un estudio sobre adolescentes desarrollado por la Universidad de Yale halló, mediante resonancia magnética funcional, que el desamor y el abuso emotivo en la infancia reducen la densidad celular posterior de las regiones cerebrales que regulan las emociones. Según el artículo, publicado en Journal of the American Medical Association en 2011, aunque los adolescentes del estudio no llegaban a cumplir los criterios definitorios de trastornos psiquiátricos por completo, muchos de ellos sí experimentaban problemas emocionales (conductas irreflexivas o arriesgadas).
Aunque el descuido afectivo o el estrés en el hogar familiar parezcan lesionar fácilmente el cerebro juvenil, resulta improbable que tales daños se tornen permanentes si se tratan a tiempo, asegura Hilary Blumberg, profesora de psiquiatría en Yale y autora del estudio con adolescentes.
Asimismo, reconoce que si la falta de control de estos sujetos sobre sus impulsos pudiera corresponder a un síntoma de alteraciones cerebrales inducidas por la falta de cariño, tal fenómeno facilitaría a los asistentes sociales o a los profesionales de la salud la aplicación de los tratamientos apropiados.
En el futuro, algunas terapias podrían orientarse directamente hacia las alteraciones neuro­lógicas. Si bien se ha probado que el ejercicio regular frena la pérdida por envejecimiento de materia gris en el cerebro, tal vez pudiera proteger también contra pérdidas asociadas al desamor.
Se confía en que la investigación de los cambios cerebrales inducidos por una vida familiar tormentosa acabará proporcionando formas de deshacer tales daños en cualquier momento de la vida.
Hugo W Arostegui

No hay comentarios:

Publicar un comentario