“Solemos defender la libertad de
expresión, aunque no tenemos costumbre de pararnos a pensar si tenemos libertad
de pensamiento. Entendiendo a esta como la oportunidad de tomar una
decisión libre y meditada con la que elijamos nuestros valores sin
condicionamiento cultural, político, social ni económico.
Desde que nacemos, lo habitual es que las personas que
nos cuidan traten de hacernos partícipes de su manera de pensar. Pueden hacer
esto de una manera abierta, manifestándolo directamente, o indirecta, solo
permitiéndonos contacto social con las personas que siguen su misma línea de
pensamiento y no hablando demasiado bien de las que se oponen”
Es difícil saber si somos libres para pensar. Lo cierto es
que estamos condicionados
por lo que hemos vivido y
habitualmente lo tomamos como punto de partida para construir el resto del mapa
que configuran nuestros pensamientos. Así, este condicionante ha penetrado tan
hondo en nosotros que puede costarnos una gran cantidad de esfuerzo y tiempo determinar cuánta y
cómo ha sido su influencia.
Esto significa que es difícil opinar o
pensar de una manera distinta a la que estamos acostumbrados.
Hacerlo probablemente supondría
poner en cuestión otros aspectos que van más allá de la parcela que nos ha
elicitado ese pensamiento. Sería como arriesgarnos a que ocurriera un
pequeño o gran terremoto.
Sin
embargo, pensar libremente
sería “salirse” de cualquier opinión o forma de vida conocida cuando
en realidad, estamos acostumbrados a coincidir y agruparnos en semejanza de
opiniones.
Bien
mostrando acuerdo hacia lo que piensan “los nuestros” o bien mostrando desacuerdo
hacia lo que piensan “los otros”.
Sin duda, nuestros
progenitores fueron un referente -bueno o malo- en algún momento.
Así aunque más
tarde, nos desmarquemos de lo que nos enseñaron, siempre quedará en nosotros esa
forma particular de ver la vida nuestros padres nos enseñaron
.
Podemos diferenciarnos
mucho de ellos respecto a tendencias o matices, pero si buscamos en nosotros
mismos, encontraremos valores, opiniones, sentimientos y actitudes, que
reconoceremos en ellos también.
Esto también nos
condiciona para no ser “libres” pensando. No partimos de “cero”, sino desde una educación y
de unas vivencias de la infancia que nos predisponen para
enfrentar el resto de acontecimientos que se nos presenten.
Por otro lado, desde la infancia, todo nuestro contexto social,
cultural, político y familiar, nos transmite
claramente lo que se espera de nosotros. Es decir,
nos van indicando cual es nuestro sitio, o lo que es lo mismo, el lugar que la
vida espera que nosotros ocupemos.
Si bien, también
puede ser que sintamos un gran rechazo y oposición por lo que nos enseñaron y que en contra de esto nuestras decisiones
intenten oponerse de manera sistemática a
lo que nos intentaron trasmitir.
A pesar de la
muestra de desacuerdo hacia ello, seguimos influenciados por esos
mensajes ya que vamos a tomar una predisposición positiva a todo lo que se
oponga a ello antes de valorarlo, hasta el punto de ir al extremo opuesto,
en algunas ocasiones.
“No existe la
libertad, sino la búsqueda de la libertad, y esa búsqueda es la que nos hace libres.”
-Carlos Fuentes-
Por otro lado, crecemos inmersos en una cultura, con sus ideales y formas particulares de vivir.
Sin duda, esto es lo que en gran medida nos aporta
cierta seguridad y bienestar, ya que lo hemos hecho así durante muchos años y
al final hemos creado una manera particular de identificación.
En muchos
casos, no nos atrevemos a romper la “zona de confort” en la que hemos crecido, ya que nos aporta protección y comodidad.
Nos quedamos quietos a pesar, de que a veces no nos sintamos
dueños de nuestra vida, sino parte de una tradición o forma de vivir “que
siempre fue así”.
Sé creativo, atrévete a inventar tu propia
forma de vivir.
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