miércoles, 19 de agosto de 2020

En La Diversidad De Los Libros


En toda Europa existe la impresión de que hay demasiados libros, al revés que en el Renacimiento. ¡El libro ha dejado de ser una ilusión y es sentido como una carga! El mismo hombre de ciencia advierte que una de las grandes dificultades de su trabajo está en orientarse en la bibliografía de su tema”, afirmaba de manera premonitoria Ortega y Gasset en la Misión del bibliotecario (1935).

En los últimos 80 años, esta impresión no ha hecho más que acrecentarse. Hoy, cualquier intento de estar al día de la bibliografía relevante en un área es una tarea inabarcable. Ni siquiera es posible recurriendo al gran invento de nuestra modernidad: la hiperespecialización.

Hace tiempo que el conocimiento no cabe en nuestros anaqueles, que se ha desbordado y no lo podemos contener ni en bibliotecas, ni en academias, ni en museos. Que no es posible encerrarlo tampoco en las aulas, ni dominarlo en los laboratorios.

El aumento exponencial de la producción de libros, informes y artículos ha convertido a la gestión de la información y el conocimiento en una de las competencias críticas para el futuro personal y profesional de cualquiera. Nos ha convertido a todos, en cierta manera, en bibliotecarios. Todos somos improvisados lectores para otros.

Nuestra modernidad se sustentó en un relato específico de cómo y dónde se producía y difundía el conocimiento. Un relato basado en el orden y la clasificación. Una historia de éxito soportada en los pilares de la especialización, la reducción, la simplificación y los protocolos. Un relato, en definitiva, el de nuestra modernidad, que tuvo que ignorar la complejidad para ser eficiente. Y que al hacerlo dejó de lado otros relatos posibles, otros actores, otros lugares, otras tradiciones y otras maneras de ver y hacer. 

Un modelo económico y un sistema educativo, basados en generar y gestionar la escasez. Esto ya no es así. El conocimiento es abundante. El mundo es complejo. Las soluciones son híbridas.

Siempre supimos que los espacios encarnaban las ideas y que las ideas daban forma a los espacios. Siempre supimos que cada espacio encerraba una lógica determinada. Que Villanueva diseñó el actual Museo del Prado no para albergar una colección de arte sino para ser una Academia, un Gabinete y un Laboratorio y que responder a ese triple uso determinó su arquitectura, sus diferentes accesos, salas y corredores.

De la misma manera, las escuelas con sus aulas separadas y preparadas para que los profesores impartan sus materias de manera sucesiva e independiente son en gran medida un producto de la tecnología del libro. 

Como las páginas de un libro, “todo está organizado para escuchar, porque estudiar simplemente las lecciones de un libro no es más que otra manera de escuchar, marca la dependencia de un espíritu respecto a otro“, se quejaba John Dewey en 1905 ante la disposición normal de las aulas que no permitían el tipo de pedagogía activa que él propugnaba.

Esto sigue siendo verdad. Las ideas determinan los espacios, las tecnologías marcan los procesos, las metodologías, por su parte, condicionan tanto los espacios como las tecnologías. Pensar en la gestión del conocimiento es pensar en los lugares donde se produce.

Internet no ha hecho más que añadir complejidad a la relación entre espacios y prácticas. Y al mismo tiempo ha acelerado, como nadie podía imaginar, la deriva inflacionista de conocimiento que nos señalaba Ortega.

La transformación digital ha modificado profundamente todos los aspectos de nuestra vida. Hemos cambiado para siempre la forma en que nos comunicamos, nos informamos, trabajamos, nos relacionamos, amamos o protestamos, dice Castells. Un impacto aún mayor en todo lo que tiene que ver con el conocimiento y el aprendizaje.

Internet es una plaza abierta y es una biblioteca. Un aula y un laboratorio. Un museo botánico y una selva por explorar. Internet es nuestra escuela y nuestro lugar de ocio. Es nuestro curriculum vitae y nuestro puesto de trabajo. Es, en definitiva, un gran archivo de información, un gigantesco commonplace book

Un lugar donde los trail blazers que identificó Vannevar Bush en 1945 bucean en los vastos océanos de la información, enhebrando un documento con otro, dejando una estela de significado entre las olas de ruido, contradicción y redundancia. Un lugar común y compartido, un laboratorio de producción colectiva en al que todos o casi todos tenemos la posibilidad de acceder para reordenar, modificar y reelaborar constantemente la información y el conocimiento.

Las instituciones que tradicionalmente tenían la exclusividad para producir y difundir conocimiento (el laboratorio, la universidad, la academia, el museo, la empresa o la escuela) se han visto obligadas a cambiar e incorporar procesos de trabajo y de gestión colaborativos y permeables a la participación. Internet ha acabado con el sueño de la modernidad, con el orden y la disciplinariedad. Internet es la infraestructura de nuestra vida. Es nuestro marco.


Nuestro gran desafío hoy es aprender a elegir. Nuestro reto más urgente es hacer frente a la incertidumbre del cambio y superar la parálisis que provoca la abundancia (Barry Schwartz). Más que respuestas debemos ser capaces de hacernos preguntas. Más que soluciones cerradas, nuestro tiempo reclama diversidad. 

Más que lugares concretos comunidades abiertas y más que contenidos necesitamos competencias. Más que saber vivir en la solidez de lo conocido necesitamos manejarnos en la liquidez de lo incierto. “Estamos tan acostumbrados a que alguien (normalmente ese grupo impreciso llamado expertos) nos diga siempre lo que debemos hacer o cómo debemos actuar que cuando no se nos suministra una receta parece que hubiera una omisión flagrante” (John Abbott: Battling for the Soul of Education). 

Este es el reto. Debemos desarrollar nuestro espíritu crítico.



No hay comentarios:

Publicar un comentario