Unas veces vamos de listos, otras de tontos y otras no sabemos muy bien
de qué vamos. Y el asunto no es ir de listos o de tontos, sino saber estar a la altura de las circunstancias en cada
momento, que cuando hablemos con alguien lleguemos donde queremos llegar
utilizando la simple técnica de saber estar.
¿Qué significa esto? Pues que no es lo mismo hablar con un
ministro que con un obrero de la construcción, por ejemplo. A cada uno
hay que tratarle de una forma diferente, a todos con respeto pero de
manera distinta.
Por ejemplo, si queremos mantener una conversación o que
un ministro nos preste atención en una reunión de grupo, no podemos parecer
superiores a él. El ministro, por definición, sea del partido que
sea y del Gobierno que sea, es un ser engreído que se considera por encima del
bien y del mal y a quien le molesta que otros estén a su altura o sean
superiores a él. Bueno, como siempre, hay una excepción que confirma la regla.
Que dada uno busque su propia excepción.
Cuando tratamos con un ministro debemos situarnos un poco por
debajo de él, no mucho, pero sí lo suficiente para que el pobre se
sienta superior a nosotros.
He
dicho que se sienta, no que lo sea. ¡Podrecito! Él se lo cree. Con esto lograremos lo
que queremos de él, que no es otra cosa que nos escuche con atención en
una conferencia, que admita un proyecto para que legisle sobre él o que su
ministerio nos firme un contrato.
Repito, ministro por definición, y salvo la honrosa excepción que no voy
a citar, es un ser engreído, que está por encima del bien y del mal. Esto ha
pasado siempre, tanto ahora como con Franco o Felipe II. La diferencia quizá
sea que ahora, supuestamente, te llama el presidente para cesarte y en tiempos
de Franco te mandaba un chofer.
Pero
si en vez de estar tratando con un ministro lo estamos haciendo con un obrero
de la construcción, un carpintero o un cerrajero (que nadie se enfade que mi padre ha sido
cerrajero toda su vida y estoy muy orgulloso de él), entonces la cosa
cambia. Tenemos que situarnos un poco por encima de su nivel, pero solo un
poco. Lo suficiente para que si nos está escuchando en una conferencia o
estamos conversando con él sienta que estamos prácticamente al mismo
nivel.
Y que nos ponemos en su piel. Es lo que llaman
empatizar. Así lograremos crear un puente de confianza.
La
diferencia entre el ministro y el obrero es que con el obrero el puente de
confianza es real y duradero mientras que con el ministro es ficticio, y durará
lo que duren los intereses de él sobre nosotros. Ni un minuto más. Y ahora que hemos visto al ministro
y al obrero, vamos al punto intermedio.
Imaginemos que estamos en una reunión de
negocios donde hay un director general, varios subdirectores y algunas personas
más. Nuestra referencia siempre
deberá ser la persona que decida, generalmente el director
general. Debemos ponernos a su altura demostrando
que tenemos tanto o casi tanto poder como él, que somos iguales, que ambos
estamos por encima del resto de los presentes. Si no lo logramos esa persona
nos ninguneará y es muy posible que no consigamos lo que queremos, que no es
otra cosa que firmar ese sustancioso contrato.
Por eso, lógicamente, para ir a esa reunión hay que
preparársela. Y para esa preparación hay que tener en cuenta otras
circunstancias como su comunicación no verbal.
Por ejemplo, cómo va vestido ese director general, para no
desentonar. Si es un director general con vaqueros nosotros
deberíamos desechar la corbata. Si es un director general con corbata, que es
lo habitual, ni se nos ocurrirá ir en vaqueros.
Puede que estemos acostumbrados a ir en vaqueros, porque es lo más
acorde con nuestra personalidad, y puede que no queramos renunciar a
llevarlos porque tenemos nuestras propias convicciones y no nos vendemos a
nadie.
Pero también puede que queramos perder el contrato si mantenemos nuestra
postura por encima de todo.
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