martes, 18 de agosto de 2020

Extramuros



No hay ni existencia inmortal, ni tiempo infinito, ni eternidad y mucho menos una Paz Perpetua. Acuso el nombre del libro de Kant no para plantear aquí una exégesis de la obra. Lo que me interesa es el sustantivo de perpetua que parece divinizar lo que de otra manera, podría llamarse orden. Si bien la paz es el tiempo de aparente e imaginaria tranquilidad entre una confrontación violenta y otra, cierto es que también nos referimos por paz a un orden perenne, un principio de estabilidad que permanece inquebrantable a costa de disimular las tensiones y disensos propios de las sociedades humanas. 

Se establece el orden como un estado ideal, sin embargo cabe cuestionar si ese “estado ideal” es principio o fin último de la sociedad.

Si es principio, la formación de quienes sostienen la comunidad, ha de ser desde la escuela resuelta desde valores éticos que regulen las manifestaciones agresivas entre individuos, apelando a la aceptación de las diferencias, la creación de una identidad que conlleve a que los infantes reproduzcan los valores externos dados por generaciones que ven en el acuerdo, el diálogo y el entendimiento formas propias para perpetuar la paz.

Si por el contrario, la paz se toma como fin, cabe aplicarse una ética utilitarista en dónde no importan los medios, a quienes haya que sacrificar, despojar o eliminar. Claro que el principio del utilitarismo “la mayor felicidad para el mayor número de personas” también habría que saltárselo si se habla de una democracia donde la mayoría es abstencionista y la minoría que decide ilegítimamente, es la misma que promueve la famosa frase “no importan los medios sino el fin”. 

Como principio o como fin el orden al que apela la paz es solo aparente.

Al intentar un ordenamiento perpetuo se niega el tiempo y el desarrollo. El tiempo que desautoriza la perpetuidad y que presenta la finitud de toda época, el final de todo cambio que implica nuevamente una transformación.

El desarrollo del ser humano como ser humano ha sido agresivo. Nuestra especie es la más violenta, tanto así que si bien no tenemos muchos depredadores naturales, tampoco nos hace falta, la autofagia y el canibalismo a todos los niveles hacen parte de nuestras costumbres.

Un pensador hace un par de siglos escribió “Un pueblo que excluye al tiempo de su metafísica y diviniza la existencia eterna, abstracta, es decir, aislada del tiempo, excluye también lógicamente el tiempo de su política y diviniza el principio de estabilidad contraria al derecho, a la razón y a la historia”. Quizá cuándo se habla de paz no se habla de política pues esta implica una confrontación permanente. 

Aquí, en los entuertos de este territorio cuando se habla de paz se habla de orden. 
Quizá también por eso cuesta tanto atender a los discursillos que oímos desde hace más de tres años.

La paz en Colombia es un orden impuesto, no se dialoga ni se negocia los términos de la paz. De hecho la paz es el resultado de un consenso, de múltiples partes que no discuten solo sobre un principio o un fin, sino sobre las maneras más apropiadas para convivir. La paz no es el resultado de una negociación. se habla de negociaciones en los negocios, lo que afirma que aquí la mal llamada paz es una empresa que será vendida al mejor postor (y mejor si su apuesta es en Euros).

Sin embargo las cuestiones económicas que parecen son el principio de una paz como objetivo político, no son en este escrito mi principal interés. Lo relevante es la paz como orden que condena a los extramuros todo el caos, el desorden, las confrontaciones violentas y pacíficas. No sólo me refiero a los extramuros de las urbes, también me refiero a los extramuros de nuestra conciencia.

La cosificación del individuo condenado a ser un agente de paz para no convivir con el repudio y señalamiento, pretende calar hasta su conciencia. No se trata de un dualismo entre los extramuros de un exterior y un interior. Lo que cabe indicar es que el conflicto y el caos quedan relegados y escondidos tras la fachada de la paz de manera individual y se manifiesta de maneras colectivas. 

Es la persecución de un control social “pro-paz” que no solo repudia sino que disfraza o niega los brotes de caos, confrontación y desacuerdo como ha pasado con los paros, las manifestaciones y la beligerancia que asoma en todas partes.

 El caos en los extramuros del orden social es el grito contra la paz como el velo de un control social más fuerte y más violento. Sin embargo cabe advertir que entre más se controle lo que es natural a la especie, se desatará con más fuerza y reclamará con una mayor violencia que aquella que lo marginó a los extramuros, el control, orden o paz social, es la fachada de la marginación de quienes no aceptan la paz como negocio.

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