Los grandes maestros de la moral, del intelecto y de la política, nos
han dejado grandes lecciones que nosotros tenemos que recrearlas para que nos
sirvan como escuela de aprendizaje para el hombre de hoy.
Carlos Arroyo del Río, al referirse a la personalidad de Montalvo sostiene que “…este fabuloso hombre fue un astro sin eclipses y sin ocasos. Tuvo fuerza y aciertos suficientes para poder elevarse a regiones de serenidad por encima del bastardo interés que todo lo desfigura y del fanático prejuicio que todo lo opaca. Su cerebro no reconoció limitativos confines, porque su corazón no admitió cadenas esclavizadoras.
Supo hacer de la palabra, lanza y escudo de andante caballero, porque si
para su palabra no hubo coraza invulnerable, en su palabra se embotaron, en
cambio, todas las flechas enemigas. Sus escritos fueron, a la vez, arma y
ornamento, porque en ellos hubo la gala de lo hermoso y la solidez de lo
profundo.
Rebelde, inquieto, convincente e indomable; voló como un águila, de
frente al sol y de cumbre en cumbre. Devoró los abismos, sabedor de que para la
inteligencia y el valor, no hay distancias insalvables ni profundidades
impresionantes. Por eso en la gama sorprendente de su producción intelectual,
hay desde la reposada frase del filósofo austero, hasta la imprecación iracunda
del polemista despiadado. Por eso, también, en sus escritos alternan la
tranquilidad azul de los horizontes y los raspantes latigazos de la tempestad”.
Este gran hombre luchó por la libertad, pero jamás por la anarquía; fue un organizador, pero no un disolvente. Fue un convencido, pero nunca un tránsfuga. Fue un hombre sincero, no oportunista.
Este gran hombre luchó por la libertad, pero jamás por la anarquía; fue un organizador, pero no un disolvente. Fue un convencido, pero nunca un tránsfuga. Fue un hombre sincero, no oportunista.
Cerebro equilibrado y vigoroso. Luchador severo, no permitió que su
estandarte de conquistas se manchara en los barrizales del sendero, ni encerró
sus gestos de honrado guiador de multitudes, dentro de la vanidad y codicia
impura.
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