Cuando la violencia ocurre durante la infancia, los daños que se generan
en la personalidad del niño o de la niña pueden ser para toda la vida. Si el
niño no recibió el afecto y el cuidado que necesitaba y en su lugar recibió
maltrato emocional o físico lo más probable es que desarrolle una personalidad
con baja autoestima, sentimientos de minusvalía, culpabilidad, gran inseguridad
y termine por no darle importancia ni valor a sus necesidades afectivas.
Durante su etapa escolar, en el mejor de los casos experimentará bajo
rendimiento y aislamiento social y en el peor se refugiará en las drogas, el
alcohol o la delincuencia.
Más adelante, en su edad adulta, formará relaciones interpersonales que
podrán ser insatisfactorias y conflictivas o podrán llegar a ser claramente
destructivas, con altos grados de violencia, porque eso fue lo que aprendió en
casa.
Cuando el maltrato es por parte del hombre hacia la mujer, la familia
entera se verá afectada. La mujer, además de sentirse devaluada, culpable y
temerosa experimentará “estrés emocional” afectando de manera importante su
desempeño laboral o su trabajo en el hogar. Difícilmente logrará cuidar
adecuadamente a sus hijos y brindarles el amor que ellos necesitan, en el peor
de los casos se desquitará con ellos replicando la violencia ejercida por la
pareja.
El abuso sexual, también provoca daños importantes en la
personalidad del que la padece, además de los sentimientos de minusvalía e
inseguridad que ya hemos mencionado, se añaden los trastornos que los
psiquiatras catalogan como “estrés postraumático”, es decir, la persona empieza
a experimentar un gran temor, culpabilidad, frustración, enojo soledad,
desesperanza, miedo intenso y una gran sensación de falta de ayuda y de horror.
Este “estrés postraumático” se puede experimentar también cuando el maltrato
físico es de grandes magnitudes.
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