Recordamos lo verdaderamente importante, lo que es capaz de
emocionarnos, porque activa en nosotros las regiones cerebrales y las hormonas
que ayudarán a guardar ese recuerdo. Un sabio mecanismo al que podemos ayudar
si escuchamos a la neurociencia.
A medida que nos hacemos mayores, empezamos a temer el
olvido. Cuando comenzamos a olvidar cosas habituales, lo que más tememos
es que eso sea el principio de una grave enfermedad, como el alzhéimer. Pero,
aunque todos estamos expuestos a padecer algún tipo de demencia, las señales de
olvido que aparecen tempranamente –antes, incluso, de los 50 años– no conducen
necesariamente a una enfermedad mental.
El olvido tiene muchas causas, no siempre patológicas, y olvidar no
siempre es malo. Prueba de ello es el mensaje de un cuento de Jorge Luis
Borges, Funes el memorioso, que relata la historia de un hombre con una memoria
prodigiosa, capaz de recordar todas las experiencias y acontecimientos de su
vida pasada, todas las personas que había conocido, todos los lugares que había
visitado.
Lejos de ser una bendición, tal memoria era un infierno para Funes, pues
interfería en su capacidad de pensar y razonar, al hacer aflorar continuamente
en su mente recuerdos múltiples e irrelevantes. Por fortuna, el cerebro
humano no es tan poderoso como el de Funes para almacenar recuerdos.
Las ochenta mil millones de neuronas del cerebro y las múltiples
conexiones que se establecen entre ellas le confieren una capacidad de memoria
mucho mayor de la que ejercemos, ya que, si lo hiciésemos, podríamos tener
problemas para pensar y razonar con normalidad, sin interferencias. Incluso
cuando somos jóvenes y estamos sanos, es mucho más lo que olvidamos que lo que
recordamos, aunque no podamos apreciarlo. Es así porque el cerebro posee mecanismos
que actúan como un freno para impedir que la memoria se cargue de información
irrelevante. Estos mecanismos se basan en proteínas –enzimas fosfatasas– que
dificultan la formación o el fortalecimiento de las conexiones neuronales que
constituyen el soporte físico de la memoria.
Pero, incluso con este freno, son muchas las cosas que recordamos. ¿Cómo
es posible, entonces
En cierta ocasión, alguien preguntó a Albert Einstein qué es lo que
hacía cuando tenía una idea nueva, si la apuntaba en un papel o en un cuaderno
especial. Al parecer, el sabio contestó con contundencia: “Cuando tengo una
idea nueva, no se me olvida”. Nada más cierto: cuando algo nos
emociona tanto como una idea nueva e interesante, es casi imposible olvidarla.
Lo que nos emociona no se olvida, y no importa que sean alegrías o
disgustos. El cerebro retiene esas situaciones porque la emoción que las
acompaña activa las regiones implicadas en la formación de las memorias, como
el hipocampo y la corteza cerebral.
Además, la liberación de hormonas como la adrenalina contribuye a
reforzar la memoria de las situaciones emocionales. Y como lo que nos emociona
son las cosas importantes, las emociones sirven para que solo lo importante se
registre en la memoria.
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