Los pintores Impresionistas, que en ese entonces no sabían que lo eran,
porque el término es posterior, se juntaron y armaron su propia exposición en
un espacio al que se denominó el “Salón de los rechazados”. Parece que los
Muchachos de la crítica fueron en tropel a ver de qué se trataba aquello, y se
encontraron con las pinturas, y con una multitud que había concurrido… a
abuchear a los pintores.
Ahí nomás hicieron uso de sus respectivos talentos y defenestraron a más
no poder a los artistas, a los que trataban como a tontos, cuando los
calificativos eran piadosos.
Pasó mucho hasta que a alguien se le ocurrió “mirar desde lejos” los
cuadros impresionistas. Y ahí fue cuando se dieron cuenta de que aquello que a
simple vista aparecía como un estropicio de pintura sin sentido, o formando
bultos apenas identificables se convertía en imagen cuidadosamente trabajada a
través de la observación de los efectos lumínicos, el movimiento, la
descomposición del color, etc. Para ese entonces, sin embargo, los cuadros de
los rechazados ya eran furor en Europa, y costaban mucha plata, mucha.
Reflexiona Ernest H. Gombrich en su “Historia del Arte” que a los
críticos que se burlaron de aquellos que crearían uno de los movimientos
estéticos más revolucionarios, hubieran hecho un gran negocio comprando por
pocas monedas algunas de sus obras. Sin embargo todos ellos hoy habitan en el
olvido, compartiendo habitación con los que pagaron la entrada para
reírse.
Cometieron un muy sencillo error que ustedes ya advirtieron: No haber
dado dos pasos atrás para observar desde cierta distancia los cuadros del
“Salón de los Rechazados”.
Bien, eso es lo que tengo para decir sobre los pintores impresionistas,
además de recomendar algunos cuadros como el de Renoir, “Le Moulin de la
Galette”, el de Pissaro, “Le Boulevard Montmartre” o el de Monet, “Boulevard
des Capucines”, por decir algunos que a mí me gustan.
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