Pero, sobre todo, el hombre es el "animal que se interroga", un interrogante que camina por la vida. El hombre es una pregunta que brota en cualquier momento existencial y surge el tan inquietante ¿por qué?: ¿por qué existe el mal? ¿Por qué estoy aquí en el mundo? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Por qué existe el ser y no la nada? ¿Qué es el ser humano? ¿De dónde venimos? ¿A dónde voy? ¿Dónde alcanzar la auténtica felicidad...?
Lo importante debe ser suscitar preguntas últimas e
interrogantes profundos, que ayuden a superar posturas superficiales,
pragmáticas y evasivas. Séneca afirmaba
que "no puedo decirte quiénes me irritan más, si los que quieren que no
sepamos nada o los que ni siquiera nos dejan ignorar", y bien sabemos por
experiencia propia que la vida posee ciertas incógnitas que ni el estudio ni el
razonamiento, ni la experimentación ni las más grandes sabidurías humanas
pueden desvelar. Y el ser humano tiene derecho a que nadie, en nombre de ningún
poder ni autoridad científica, quiere desvelárselo.
Hoy, en nuestra sociedad, donde los valores de moda son el
consumo, la insolidaridad, el hedonismo, la competencia más atroz, el
materialismo, la adoración del cuerpo... parece que se arrinconan los grandes interrogantes
vitales como absurdos y poco eficaces para la preparación técnico-profesional
de los ciudadanos, pero ella misma abre la ventana para que busquen
"sustitutos enfermos" que amenazan la misma estabilidad social y
humana de la vida, porque los hombres que se niegan a ver más allá de las
apariencias y se niegan a las creencias y a los mismos sueños atentan contra la
misma dignidad del ser humano, que siempre ha soñado más allá de su propia
pequeñez y ha mirado más allá de lo que simplemente palpa y toca.
A fin de
cuentas, solamente las preguntas existenciales, que enlazan con la búsqueda de
sentido global último a la vida, son las que nos harán más humanos y más
sedientos de perfección.
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