Esta vez, la reunión con el profeta Agabo, no sería una reunión como las que habíamos tenido anteriormente, es decir, exenta de condicionantes que pudiesen limitar en alguna forma la participación de los convocados.
La convocatoria, fue muy clara y
precisa, los convocados, hombres y mujeres, deberían ser todos pertenecientes a
la Orden de Melquisedec y haber sido iniciados en las ordenanzas y convenios
que abren la puertas de acceso a la Mansión del Señor.
Llegamos, provenientes de muy
variados lugares, no solamente en lo referido a la geografía, sino también, en
lo concerniente a los tiempos y dispensaciones, en los cuales nos ha
correspondido vivir nuestras experiencias terrenales.
El ingreso a la gran sala iluminada
donde tendríamos la reunión requería un pasaje previo por el control de los
centinelas, los cuales corroboraban nuestro “nombre nuevo” con los registros de
la Mansión, y una vez constatada nuestra identidad, se nos proveía de las
investiduras sagradas, requisito imprescindible para nuestra presencia ante el
velo.
Todos ingresamos vestidos de blanco,
con el manto sobre el hombro derecho, sin delantal, usando a la cintura, una
especie de cordón blanco trenzado con grandes bordones en sus extremos, que
caían a un costado de la cintura hasta la altura de nuestras rodillas.
Una vez instalados en nuestros
lugares, los varones a la derecha, de frente al símbolo de Yahweh, y las mujeres a la izquierda, de frente a
símbolo de Shekinah.
Ante a un pequeño estrado, situado al
frente de la gran sala iluminada, nos esperaba vestido igual que nosotros, el
profeta Agabo, el cual nos informaron, había sido asignado, por el Gran
Consejo, para conducir la sesión para la cual habíamos sido formalmente
convocados.
Confieso, que yo, en lo personal, y
creo que para muchos de los que habíamos sido convocados, me encontraba un
tanto confuso, la invitación recibida nos decía que tendríamos una charla sobre
María Magdalena, y no veía la relación que podría tener este tema, con la
formalidad requerida para asistir y sobre todo me preguntaba ¿Qué tendría que
ver Melquisedec, en todo esto?
Seguramente, Agabo, se encargaría de
despejar nuestras inquietudes, una vez que comenzase su disertación, la
ansiedad, a esta altura de los acontecimientos, me había dominado por
completo.
Hablar sobre María Magdalena,
comienza Agabo, y sobre todo, entender lo que ella significa para la humanidad,
requiere de una predisposición especial, de aquellos que pretendan acceder a
uno de los llamados “misterios mejor guardados” que ha dado lugar a la difusión
relatos y leyendas desde los albores de la historia conocida.
Observen que he usado el término
predisposición, y lo hago en el verdadero sentido de la palabra, predisposición
significa, que previamente a disponerme a hacer o recibir algo, debo estar
debidamente informado, el estado “pre” de esta sesión a la que participaremos,
ha sido vuestras ordenaciones y las ordenanzas y convenios que cada uno ha
recibido, y las investiduras que simbolizan al Sacerdocio de Melquisedec.
Una vez, entendido este principio,
pasamos del estado “pre” al estado de
“disposición” es decir, tener el deseo de saber, y la responsabilidad de asumir
todas las consecuencias que el conocimiento adquirido, puedan generar en
nuestra vida, y en nuestro entorno, la luz de la verdad, una vez encendida,
iluminará para siempre nuestra conciencia, y seguramente reclamará lo suyo.
Es imposible comenzar una charla
sobre María Magdalena, sin que hablemos previamente, de su compañero eterno,
nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo.
Como ya lo hemos mencionado
anteriormente, desde su nacimiento, los padres terrenales de Jesús, han dado un
estricto cumplimiento de lo prescrito en la ley de Moisés, leamos al respecto
el relato de Lucas:
“Cumplidos los ocho días para circuncidar
al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el
ángel antes de que fuese concebido.
Y cuando se cumplieron los días de la
purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén
para presentarle al Señor (como está escrito en la ley del Señor: Todo varón
que abriere la matriz será llamado santo al Señor), y para ofrecer conforme a
lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas o dos palominos.
Después de haber cumplido con todo lo
prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.”
Lucas 2: 21 – 24, 39
“Iban sus padres todos los años a
Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a
Jerusalén conforma a la costumbre de la fiesta.”
Lucas
2: 41
Como se puede apreciar, desde su
tierna infancia, Jesús se ajustó plenamente a lo prescrito en la ley de Moisés,
dando cumplimiento sus padres a lo requerido por la justicia, tal como se lo
manifestara, años mas tarde, a su primo, Juan el Bautista, cuando recurrió a él
para ser bautizado.
Leamos nuevamente las escrituras:
“Entonces Jesús vino de Galilea a
Juan al Jordán, para ser bautizado por él.
Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo
necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Pero Jesús le respondió: Deja ahora,
porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.
Y Jesús, después fue bautizado, subió
luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de
Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.
Y hubo una voz de los cielos, que
decía: Este es mi Hijo amado, en quién tengo complacencia.”
Mateo
3: 13 – 17
Jesús, había sido presentado en el
templo, tal como lo exigía la ley de Moisés, cuando cumplió los doce años de
edad, fue llevado a Jerusalén, y cuando llegó el momento oportuno, el mismo
procuro a Juan el Bautista, para ser bautizado y posteriormente confirmado por
el Espíritu de Dios, que descendió de los cielos, mientras una voz manifestaba
que él era Hijo amado en quién tengo complacencia.
En el proceso del cumplimiento de
toda justicia, Jesús debía cumplir con algo que no estaba exigido en la ley de
Moisés, pero que le sería requerido efectuar para enseñar correctamente, todos
los pasos que son necesarios realizar, para lograr el objetivo de su misión
entre los hombres, tal cual se le es manifestado por el propio Señor a Moisés,
veamos:
“Porque, he aquí, ésta es mi obra y
mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”
Perla
de Gran Precio – Moisés 1: 39
Le sería requerido a Jesús, recibir
su ordenación al sacerdocio de Melquisedec, para cerrar el círculo perfecto, el
Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios, le sería retornado, por la
imposición de manos, de alguien que poseyese esa autoridad,
y ese alguien no fue otro que el
propio Moisés, en lo que se registra en las escrituras con el subtítulo de: La
transfiguración.
Leamos:
Previamente a la lectura que hago
referencia, me gustaría que prestemos atención a lo que Jesús les manifiesta a
sus discípulos, veamos:
“Pero os digo en verdad, que hay
algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que vean el
reino de Dios.”
Lucas 9: 27
Muchos, al leer este pasaje, han
creído, de que Jesús les prometía a algunos de los discípulos, de que no
gustarían de la muerte física y que vivirían hasta ser testigos de todos los
acontecimientos que habrían de venir, pero sus palabras estaban relacionadas
con lo que habría de suceder en muy poco tiempo; y eso es precisamente lo que
les dije que leeríamos;
“Aconteció como ocho días después de
estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.
Y entre tanto que oraba, la
apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente.
Y he aquí dos varones que hablaban
con él, los cuales eran Moisés y Elías;
quienes aparecieron rodeados de
gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén.
Y Pedro y los que estaban con él
estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de
Jesús, y a los dos varones que estaban con él.
Y sucedió que apartándose ellos de
él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y
hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no
sabiendo lo que decía.
Mientras él decía esto, vino una nube
que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube.
Y vino una voz desde la nube, que
decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd.
Y cuando cesó la voz, Jesús fue
hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de
lo que habían visto.”
Lucas 9: 28 – 36
Este acontecimiento que relatan los
evangelistas, para comprenderlo mejor, es preciso, recurrir a las palabras del
apóstol Pablo a los Hebreos; leamos lo que les manifiesta:
“Así tampoco Cristo se glorificó a sí
mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el
que le dijo: Tu eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy.
Como también dice en otro lugar:
Tú eres sacerdote para siempre, Según
el orden de Melquisedec.
Y Cristo, en los días de su carne,
ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar
de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.
Y aunque era Hijo, por lo que padeció
aprendió la obediencia;
y habiendo sido perfeccionado, vino a
ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;
y fue declarado por Dios sumo
sacerdote según el orden de Melquisedec.”
Hebreos 5: 5 – 10
Para reafirmar lo que les estoy
exponiendo, acerca de la ordenación de Jesús al sacerdocio de Melquisedec,
dejemos que Pablo continúe con su enseñanza:
“Si, pues, la perfección fuera por el
sacerdocio levítico (porque bajo él recibió el pueblo la ley) ¿qué necesidad
habría aún de que se levantase otro sacerdote, según el orden de Melquisedec, y
que no fuese llamado según el orden de Aarón ?
Porque cambiado el sacerdocio,
necesario es haya también cambio en la ley; y aquel de quién se dice esto, es
de otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar.
Porque manifiesto es que nuestro
Señor vino de la tribu de Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al
sacerdocio.
Y esto es aún más manifiesto, si a
semejanza de Melquisedec se levanta un sacerdote distinto, no constituido
conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el
poder de una vida indestructible...
Pues se da testimonio de él: Tú eres
sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.”
Hebreos
7: 11 – 17
Ahora, la orden del sacerdocio de
Melquisedec, no prevé solamente el sacerdocio ejercido por los hombres, sino
que éste debe ser complementado con el ordenamiento de la mujer, de hecho, en
las ceremonias que se realizan en los santos templos, las mujeres participan de
las ordenanzas y convenios, y son
sostenidas junto al varón, como sacerdotes y sacerdotisas, para compartir
juntos la gloria de Dios.
Al ser ordenado Jesús al sacerdocio
de Melquisedec, para cumplir con la justicia, era necesario que recibiese también
todas las ordenanzas previstas en este orden, y para alcanzar este grado de
ordenación, Jesús, en cumplimiento de la ley del sacerdocio, debía encontrar su
ayuda idónea.
Es aquí, que comenzaremos a entender,
el significado de María Magdalena, en la vida de Jesús, y por extensión, en la
vida de todos los mortales, sin excepción.
Leamos las escrituras;
“En la gloria celestial hay tres
cielos o grados;
Y para alcanzar el más alto, el
hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio
[Es decir, el nuevo y sempiterno
convenio del matrimonio];
Y si no lo hace, no puede alcanzarlo.
Podrá entrar en el otro, pero ése es
el límite de su reino; no puede tener progenie.”
Doctrina
y Convenios sección 131: 1 – 4
María Magdalena, es la compañera eterna
de Jesús, según el orden de Melquisedec,
es el Santo Grial, celosamente
custodiado, ella representa las puertas de la exaltación y la vida eterna, al
alcanzar el más alto grado, en el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio.
Jesús, instruyó a algunos de sus
apóstoles a los cuales invitó, a que le acompañaran al monte de la
transfiguración, y a quienes pidió el más estricto sigilo, nadie podría conocer
esta sagrada ordenanza, hasta que no fuesen cumplidos los designios previstos
por el Padre, sin sacrificio expiatorio y sin resurrección, el convenio del
sacerdocio no tendría sentido, era el tiempo de orar y esperar.
La apostasía, ese tremendo desvío de
las enseñanzas de Jesús el Cristo, consistió en la persecución y muerte de
todos los testigos presénciales de la unión de Jesús de Nazaret, príncipe de la
tribu de Judá, con María Magdalena, princesa de la tribu de Benjamín, unidos en
el sempiterno convenio del matrimonio eterno.
Les comenté, dice Agabo, que he
tenido la responsabilidad de velar por la seguridad de María Magdalena, y del
fruto de su vientre, su descendencia nacería bajo el signo de la promesa,
sellados eternamente por el poder del sacerdocio de Melquisedec.
Jesús, nació y vivió como un hombre
mortal, y como tal, cumplió con todas las exigencias de la justicia, soportó
las pruebas y tentaciones, no como un ser divino dotado de poderes especiales a
los cuales podía recurrir, sino que los enfrentó y superó como un hombre, el es
nuestro ejemplo, nuestro camino, y nuestra vida.
Este es el conocimiento que quería
compartir con ustedes, el secreto del Santo Grial les ha sido revelado, ahora
seguramente conoceréis mejor a María Magdalena, la primera mujer en ser
ordenada en el sagrado convenio del matrimonio, la compañera eterna del Salvador
de la humanidad.
María Magdalena, simboliza la
reivindicación de la mujer a su verdadero estado, la parte invertida del
triángulo, el único medio por el cual el varón puede alcanzar el grado mayor de
gloria, la puerta de entrada, la matriz, la continuidad de la vida, la mitad de
un todo, la sangre de Cristo en el cáliz de su madre terrena.
Lucifer, ha intentado desde las
tinieblas, sembrar la confusión, lo que no pudo lograr en su intento de engañar
a Eva, lo ha hecho a través de su simiente, no existe mayor blasfemia que negar
el Espíritu Santo, y no ha habido mayor desviación en la historia de la
humanidad, que la de asociar a la mujer con el pecado original y por ende con
el padre de las mentiras.
Agabo, había terminado su exposición,
el rompe cabezas, el puzzle, el desorden
en el cual estábamos, las piezas que no encajaban en nuestro modo de
concebir los hechos, se habían encontrado, casi milagrosamente, las unas con
las otras.
En la sencillez de su relato, brotaba
el agua de vida, que vivificaba y expandía la luz de la verdad.
“Encuentro que la verdad que un
hombre descubrió, o la luz que proyectó sobre algún punto oscuro, puede, un
día, tocar en otro ser pensante, conmoverlo, alegrarlo y consolarlo; es a él a
quien le hablamos, como nos hablaron otros espíritus semejantes, y que nos
consolaron a nosotros mismos en este desierto de la vida.”
Schopenhauer
Casi sin darnos cuenta, la charla de
Agabo había concluido, fuimos desalojando la gran sala iluminada en dirección a
los vestuarios, donde nos despojaríamos de la ropa ceremonial que habíamos
utilizado, para luego prolongar nuestro encuentro con un paseo informal por los
hermosos jardines exteriores de la mansión.
La serena belleza del lugar nos
invitaba a compartir unos con otros, distintos aspectos de la magistral
exposición de Agabo, todos queríamos intercambiar impresiones, y de ser
posible, prolongar la emoción que nos embargaba, la imagen de María Magdalena,
había adquirido para cada uno de nosotros una nueva e impactante dimensión.
El camino que recorríamos nos fue
conduciendo hacia una hermosa fuente, en cuyo alrededor se habían colocado
mesas y sillas para que pudiésemos sentarnos, al acercarnos, percibimos de que
nos estaban esperando un grupo de jóvenes de ambos sexos, vestidos como
camareros de confitería, los cuales, una vez que nos fuimos ubicando, nos
ofrecieron alimentos y refrescos
finamente elaborados.
Nos sentimos halagados, por este
gesto inesperado, alguien se había preocupado de que tuviésemos una oportunidad
de interactuar los unos con los otros, en un clima distendido, una magnífica
oportunidad de estrechar lazos, que ninguno de los presentes quería
desaprovechar.
Todos hablábamos unos con otros,
intercambiando lugares a veces para estar un poco en cada lado, nos sentíamos
hermanados, unidos por un vínculo muy especial, sabíamos que existía una buena
razón para que estuviésemos juntos, en esta ocasión, y en las otras anteriores
que habíamos tenido, quizás no llegábamos a comprender las razones por las
cuales habíamos sido escogidos, pero fuere cual fuere esa razón, el simple
hecho de estar allí, nos colmaba de gozo, agradecimiento, y nos imbuía un
sentimiento de profunda humildad.
De pronto, nos llamó la atención, el
hecho de que se habían juntado unas cuantas mesas y sillas, y en medio del
grupo, se podía escuchar la inconfundible voz de Agabo, que intentaba dar
respuesta a varias preguntas que se le formulaban.
Al acercarme, pude escuchar que se le
estaba preguntando a Agabo la causa por la cual, no había hecho referencia
alguna a los llamados, Evangelios Gnósticos, que él mismo, nos había dicho
anteriormente que utilizaría, como argumentos de apoyo a su disertación sobre
María Magdalena.
Agabo, se sonrió, y respondió: Existen
innumerables pasajes en las escrituras oficialmente aceptadas por todos, que
como lo han podido apreciar por sí mismos, nos han arrojado muchísima luz,
sobre la íntima relación que unía a Jesús con María Magdalena.
Por esta sencilla razón no he querido
abundar en otras fuentes, un poco, para no caer en el uso de referencias, que
los inquisidores, se habían encargado de eliminar de los registros oficialmente
aceptados, con el argumento de que tales escritos sólo podían ser apócrifos.
No obstante, si les interesa, puedo
mencionarles algunos pasajes de estos escritos que han podido recuperarse en
este último siglo, mas precisamente, en el mes de diciembre de mil novecientos
cuarenta y cinco, en Gebel Tarif, a unos cinco kilómetros de Nag Hammadi, en el
medio Egipto, lo que allí se encontraba, para sorpresa de todos, eran restos de
una antigua biblioteca copta y habían sido preservados por algún monje, que los
ocultó, a sabiendas de que sobre ellos, pesaba la sentencia de destrucción.
La historia, al igual que la verdad,
tiene caminos propios, siempre,- y esta vez voy a emplear el término correcto –
gracias a Dios, algún personaje anónimo, quizás hasta considerado
insignificante, tiene la lucidez de los cielos, y se constituye en un
instrumento vital en la preservación de elementos de prueba de hechos que la
soberbia del poder, se empeñan infructuosamente en ocultar.
Estos escritos encontrados, difieren,
o no coinciden, con los evangelios registrados en la Biblia, pues como ya les
habíamos explicado, sólo se preservaron aquellos que se ocuparon de relatar los
aspectos divinos de Jesús, es decir, su relación con el Padre, relataron parte
de sus palabras y acciones, se concentraron en los hechos “milagrosos” , más
trascendentales, y apenas hicieron alguna
mención de los hechos cotidianos, que como hombre, cumplidor de la ley de
Moisés, habían sido parte esencial en su estancia entre nosotros, sus hermanos.
Los llamados, evangelios gnósticos,
nos revelan aspectos de la vida de Jesús en tanto hombre, con sus gustos y
aficiones, un Jesús integrado a la vida en sociedad, con hermanos y hermanas,
hijos de su madre mortal y de José, con parientes, amigos y compañeros, un
Jesús desconocido, para aquellos, que sólo dependen del “relato oficial”, el
cual se limita a mencionar, solamente lo siguiente:
“Y el niño crecía y se fortalecía, y
se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él.”
Lucas 2: 40
Voy a darles lectura, comenta Agabo,
y a modo de ejemplo, dos pasajes de éstos escritos, que nos demostrarán, la
verdadera relación que existía, entre Jesús y María Magdalena.
De los escritos atribuidos a Felipe,
leemos lo siguiente:
“Y la compañera del Salvador es María
Magdalena.
Cristo la amaba más que a todos sus
discípulos y solía besarla en la boca.
El resto de los discípulos se
mostraban ofendidos por ellos y le expresaban su desaprobación.
Le decían: ¿Por qué la amas más que a
todos nosotros?”
Del evangelio de María Magdalena, les
leeré lo que sigue:
“Y Pedro dijo: ¿Ha hablado el
Salvador con una mujer sin nuestro conocimiento?
¿Debemos darnos todos la vuelta y escucharla?
¿La prefiere a nosotros?
Y Leví respondió: Pedro, siempre has
sido muy impetuoso.
Ahora te veo combatiendo contra la
mujer como contra un adversario.
Si el Salvador la ha hecho digna, ¿quién
eres tú para rechazarla?
Seguro que el Salvador la conoce muy
bien.
Por eso la amaba más que a nosotros.”
Como pueden apreciar, a través de
estos relatos mencionados, se pueden intuir los gérmenes de cierto celo, entre los
discípulos varones más allegados a Jesús, con la posición de privilegio que
éste le daba a María Magdalena, sobre todo a un hombre impetuoso como Pedro,
que se había regido desde siempre por la ley de Moisés, y no podía concebir,
que una mujer, estuviese por encima de ellos en la preferencia de su Maestro.
No entendieron, que el sacerdocio de
Melquisedec, del cual Jesús era Sumo Sacerdote, le daba a la mujer una
preeminencia mucho mayor y trascendente, que la simple sumisión prescrita en la
ley de Moisés.
Como les comenté en la exposición que
tuvimos en la gran sala, luego del sacrificio expiatorio del Salvador, nos
urgía la inmediata evacuación de María Magdalena, para poder preservar el cáliz
sagrado, la sangre de Jesús, en el vientre de su compañera eterna, y es por
esta honrosa circunstancia, que hoy tuve el inmenso placer de compartirlo con
todos ustedes.