En el
desarrollo de un tema tratado con anterioridad relacionado con la posibilidad
latente que tenemos de “ser creadores” de nuestro propio “microclima” o sea,
la facultad de poder recrear en nuestra mente instancias independientes del
entorno que nos rodea y de esta manera poder “ser y estar” en los más recónditos
lugares imaginables.
Una facultad inherente a nuestra naturaleza, que nos posibilita, la
transportación en la inmediatez del pensamiento, de la recreación de
experiencias compartidas que anidan atesoradas en nuestro corazón y vuelven a
la vida a través de nuestro intelecto.
Es por esta causa que nos tomamos un tiempo para mencionar a uno de
los dones más relevantes de nuestra capacidad cognitiva, nos referimos al
invalorable recurso de:
La Imaginación
“La imaginación es la capacidad que tiene la mente humana para
representar en el pensamiento las imágenes de cosas o hechos reales o
ideales.
A través de la percepción tomamos conciencia del mundo que nos rodea,
pero además de esto, tenemos también la capacidad de volver nuevamente a
representar en nuestro pensamiento estas vivencias, aunque ya no tengamos
ante nosotros el objeto o escena percibidos.
Para ello, lógicamente juega un
papel esencial la memoria o facultad de recordar.
Mediante la imaginación podemos «ver sin ver», es decir, somos capaces
de reproducir en imágenes todo cuanto queramos, ya sea real o falso.
Lo mismo
podemos repasar en nuestra mente la configuración de nuestra casa, aunque no
estemos en ella, como si contemplásemos una fotografía, que inventarnos algo
fantástico, como un elefante sin orejas y de color azul.
En la imaginación existen varios grados de claridad, desde imágenes
borrosas hasta reproducciones nítidas y exactas a la realidad.
Naturalmente esta
función variará mucho de unas personas a otras y depende de su potencia
intelectual.
Tal vez lo más importante de esta facultad mental sea el aspecto
creativo de la misma.
Podemos imaginar e inventar sin límite alguno, sabiendo
que no tiene por qué ser algo real. Aquí radica uno de los más grandes
legados del género humano: el arte.
Sin imaginación no existiría la expresión
artística en cualquiera de sus modalidades (pintura, música, literatura,
etc.).
Tampoco existiría el progreso, pues no habría inventores ni
investigadores, que fundamentan su trabajo en la imaginación. La imagen
inventada se crea en la mente y luego, si es factible, se elabora en la
realidad.
Hay dos tipos de imágenes del pensamiento que, por su peculiaridad,
merecen ser destacadas:
La imaginación eidética. Es una facultad bastante desarrollada en los
niños, pero que se tiende a perder con el crecimiento, aunque algunas
personas son capaces de conservarla. Consiste en la capacidad de percibir en
la mente una imagen con toda nitidez y exactitud aunque ya no esté presente
en la realidad.
No sólo se recuerda, sino que se puede ver como si estuviera
proyectada en una diapositiva sobre una pared, con gran realismo e incluso
corporalidad. Estas personas, así dotadas, son capaces de relatarnos y
ennumerarnos un sinfín de objetos distintos que previamente les hemos enseñado
en una fotografía o un dibujo, todos ellos en posición exacta y con todo
detalle.
Debe distinguirse la imagen eidética de la alucinación.
Mientras que
la primera es totalmente voluntaria y el sujeto la distingue de la realidad,
la segunda aparece involuntariamente y confunde al que la padece, pues no
sabe con seguridad si es real o imaginaria.
La imaginación onírica. Es la que tiene lugar cuando soñamos dormidos.
El mundo de los sueños tiene un capítulo aparte y ahora los mencionamos
solamente como producto de la imaginación.
Durante el sueño no hay un control
voluntario de la capacidad creadora de la mente, aunque algunas personas
digan que pueden soñar lo que quieren o dirigir sus sueños hacia los
derroteros deseados.
También deben diferenciarse de las alucinaciones porque
éstas ocurren cuando el individuo está despierto.
En el plano afectivo y sentimental de la persona, la imaginación
ejerce una función importante.
Primero como causante de variaciones en el
estado de ánimo: mediante la imaginación podemos provocarnos sentimientos de
tristeza o alegría a través de la creación de situaciones o imágenes
conflictivas o placenteras. Y en segundo lugar podemos utilizarla en sentido
inverso: para atenuar o reforzar una sensación.
Cuando nos sentimos
deprimidos o «bajos» de ánimo podemos compensar nuestro estado con la
fantasía y la ilusión del ensueño («soñar despierto»).
Percepciones, vivencias, conceptos y pensamientos pueden ser combinados,
en definitiva, constituyendo uno de los fenómenos psíquicos más
enriquecedores de la esencia humana.”
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