Las realidades más
importantes son las más complicadas de ver y sobre las que es más difícil
hablar. Como el hecho diferencial
que nos hace humanos es que somos conscientes de ello, aunque no lo
apreciemos y tengamos dificultad de expresarlo.
Los homínidos, desde que surgimos en África,
nunca fuimos los animales más fuertes o rápidos y las amenazas han sido
evidentes. ¿Cómo hemos llegado a sobrevivir a las dificultades de una
naturaleza agresiva? La clave es el
desarrollo de una corteza cerebral, que nos ha dotado de una inteligencia
cognitiva y emocional. Gracias a esta ventaja evolutiva, nos hemos
extendido por todo el planeta, hemos superado las limitaciones físicas e
incluso exploramos los confines de nuestra galaxia.
Además, este
intelecto aplicado al conocimiento médico, ha llevado a que seamos el único organismo que ha vencido
a la evolución, llegando en el mundo
occidental a duplicar la esperanza de vida, que debería ser 40 años
como en todos los grandes primates.
No obstante, es la actuación de nuestro cerebro lo
que determina esa individualidad: allí anidan nuestros recuerdos, lo que
aprendemos, repudiamos o anhelamos, nuestra forma de entender y asumir
nuestro entorno (externo e interno) y lo que cada uno quiere representar. Por
eso, aunque se pudiera hacer un transplante de cerebro,
no funcionaría, pues dejaríamos de ser, para convertirnos en otro, y lo que éramos
desaparecería.
La angustia ante la
muerte nos ha marcado en toda época. El
culto a los muertos es propio de los humanos, desde muy al principio, y
ello, junto con el temeroso asombro de nuestra ignorancia
primigenia frente a las realidades naturales, debió impulsar la
aparición de las religiones y también, como diría Fukuyama, las estructuras
para el desarrollo de las sociedades.
Esa angustia hacia lo desconocido, ha incitado un deseo de perdurar por
dos caminos paralelos: la curiosidad y dominio de nuestro hábitat -base de la filosofía, tecnología y
ciencia, junto al intento de
inmortalidad en las obras que nos perduren, - como un legado a las
futuras generaciones -fundamento de todo lo artístico y cultural de nuestras
vidas-.
Los frutos de ambos
senderos son evidentes, con una mejora en la calidad y duración de nuestra vida
(resultados de la primera opción) y una
posibilidad de comunicarnos con los que ya no están a través de sus obras
plásticas y literarias, aprendiendo de las raíces culturales de otras
épocas (regalos de la segunda alternativa); en eso último, las artes nos dan opción también de prolongar nuestra existencia, con el viaje
intelectual a otras vidas reales o soñadas.
Pero a su vez,
aunque no tengamos méritos filosóficos, científicos o artísticos, hay una
tercera vía a la que todos estamos impelidos y sobre la que ha reflexionado Javier Gomá en su reciente libro La
imagen de tu vida: el ejemplo ético que aportamos a los demás en
nuestro transcurrir vital, como una condensación del imperativo categórico
kantiano; aunque, de alguna manera, esto también se contempla en las obras de Fernando
Savater quien, siguiendo a Spinoza, plantea la idea de la ética
del querer.
Como sucede con los
primates, los humanos actuamos socialmente por
imitación, para bien o mal, tendemos a seguir los comportamientos de aquellos a
quienes más valor otorgamos (cambiando según los momentos de
nuestras vidas); por eso, toda nuestra imagen es
pública y siempre influye en alguien.
De ahí, la importancia
de que cada uno, en su parcela personal, se
comporte con ejemplaridad y eso puede ser más determinante en los que asuman
mayores responsabilidades, como nuestros políticos y gobernantes.
Los
casos de corrupción en la política de nuestro país, pueden llevar a pensar si
son una anomalía temporal de nuestra sociedad o un reflejo de lo que somos;
pero en cualquier caso, no constituyen un limpio ejemplo de
conducta a seguir y ese es el grave problema, pues una sociedad sin
referencias éticas en su dirigentes es como un barco con el timón roto en plena
galerna: suele encallar o naufragar.
Según los clásicos, nadie está muerto, mientras se le
recuerde; aunque al final quien nos recuerde también desaparecerá, pero
si nuestra conducta sirve de ejemplo, igualmente la de ellos será recordada
para bien, avanzando el circulo virtuoso de las auténticas revoluciones.