Las convicciones no surgen ni se construyen solas; son
principios y valores que determinan conductas y decisiones como resultado de un
proceso de formación; el cual inicia, por lo regular, en el seno del hogar o de
la familia, y va cobrando forma con el tiempo a partir de las ideas y
enseñanzas que recibimos de las experiencias en nuestra relación con otras
personas, en la escuela, en la comunidad, en centros de trabajo o en la
experiencia diaria.
Las convicciones nos empujan, definen e incitan a actuar en
lo cotidiano. Si formulamos que todos los seres humanos tienen convicciones que
los distinguen, debemos notar la consistencia que cada quien tiene para con
ellas, porque aun cuando las poseemos, no siempre somos conscientes acerca de
éstas, de manera que podamos ordenarlas y examinarlas a fin de que continúen
rigiendo nuestras elecciones y comportamientos.
De ahí que algunas personas lleguen a establecer una escala
conceptual de principios y valores que derivan en causas e ideologías; dicho
sea de paso, estas últimas se relacionan con tener razones para proceder y
banderas que defender.
En la medida en que las convicciones constituyen un
ejercicio de certeza y persuasión respecto a ideas a las que estamos firmemente
adheridos, entonces nos conducen a adquirir compromisos y asumir
responsabilidades; y valga decir, estos dos componentes son los motores para
cumplir metas y obtener resultados en consecuencia.
Nuestras convicciones anuncian a otros lo que nos motiva y
las pautas bajo las cuales nos disponemos a alcanzar objetivos. Para afirmarse
como tal, la convicción necesita ser probada y esto ocurre cuando se enfrenta a
sucesos o circunstancias que la amenazan o desafían.
No es casual que una de las acepciones de la palabra
convicción sea "prueba". Desde esta perspectiva, nuestra convicción
puede o no pasar el examen de su solidez. Si lo hace, afirma que nuestras
acciones están en línea con lo que hemos creído; si no, evidencia que la
convicción no era tal o que se reducía a un plano estrictamente dogmático.
Lo importante es que en lo relativo a cuestiones en el plano
individual y de bienestar colectivo, nuestras convicciones deben ser firmes e
inalterables, ya que mantenerlas así, es fundamental para fortalecer la
identidad y permitirnos tomar decisiones que den congruencia al pensar, decir y
actuar.
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