sábado, 9 de junio de 2018

La Vejez No Paraliza La Vida

La estampa es habitual para cualquier persona que haya paseado por las calles de su ciudad al menos un puñado de veces. Hay grupos de abuelos por doquier: se reúnen en las esquinas de las calles observando el ruidoso transitar de las obras, en los bancos de las plazas públicas alimentando a las palomas, a la sombra de un árbol en un parque, cerca de una fuente pública en verano. Siempre están juntos y no aparentan hacer nada. Un símbolo del envejecimiento de un país vetusto.

Merece la pena preguntarse a qué se debe esto y si quizá somos injustos con ellos.

La soledad es un elemento central a la vida de nuestros mayores. Conforme pasan los años, nos volvemos personas más solitarias. No se trata de una elección propia o consciente, sino resultado de distintos procesos al que nos vemos enfrentados las personas conforme nos hacemos mayores. Nuestros hábitos diarios cambian de forma drástica: quizá el más importante de todos sea el aparejado a la jubilación. Dejamos de ser personas activas y nos convertimos en personas pasivas.
Naturalmente, esto tiene consecuencias en nuestro equilibrio psicológico, nuestro estado emocional y nuestra personalidad. Las personas mayores que llevan toda su vida trabajando de repente se encuentran con mucho tiempo libre, no siempre acompañado con suficientes alternativas de ocio. Hay varios estudios que se centran en cómo afrontar este nuevo estatus. Uno de ellos es "Ocio en los mayores: calidad de vida", realizado por Inés Alcalde, psicóloga, y Milagros Laspeñas, socióloga.

Como explican, el proceso de envejecimiento tiene dimensiones socioculturales que se expanden más allá de nuestro progresivo deterioro físico. La vejez, en este sentido, tiene diferentes lecturas y edades, entre las que los distintos mayores pueden moverse en función de su aproximación personal. Hay, sin embargo, un elemento clave: nuestro estilo de vida cambia, porque ya no trabajamos, y también nuestras relaciones sociales, que en muchas ocasiones se reducen. El estatus social se modifica.

El abanico de opciones en el que emplear el tiempo de ocio varía en función de las condiciones sociales, educativas o de salud de cada individuo. En general, según se desarrolla en el trabajo, las personas mayores tienden a elegir patrones posteriores a su vida laboral que imiten a los anteriores, de modo que se sientan realizados con ellos. El ocio estaría relacionado de este modo con esas preferencias determinadas, pero también con su capacidad de acceso a diversas actividades.

El ocio de nuestros mayores debería importarnos. Y cada vez más, dado el envejecimiento de nuestra sociedad. La jubilación debe ser una etapa feliz en nuestras vidas, y no lo es en todos los casos, a menudo por un deficiente empleo del tiempo libre o de cierta estigmatización social (como la realizada por la Bolsa de Madrid). En datos de 2007, nuestros ancianos aún tienen prácticas de ocio hogareñas, recluidas y poco específicas a lograr una realización personal a través de una actividad no pasiva.


Y eso es un problema, no sólo moral en el tratamiento que nuestra sociedad ofrece a la tercera edad, sino también físico y mental: el ocio puede ser terapéutico; la carencia de él puede tener efectos letales, como el suicidio, en los mayores; y, en términos genéricos, contribuye a mejorar su salud y su calidad de vida. 

Es necesario, aunque no estemos prestando la suficiente atención.

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