Merece la pena preguntarse a qué se debe esto y si quizá
somos injustos con ellos.
La soledad es
un elemento central a la vida de nuestros mayores. Conforme pasan los años, nos
volvemos personas más solitarias. No se trata de una elección propia
o consciente, sino resultado de distintos procesos al que nos vemos enfrentados
las personas conforme nos hacemos mayores. Nuestros hábitos diarios cambian de
forma drástica: quizá el más importante de todos sea el aparejado a la
jubilación. Dejamos de ser personas activas y nos convertimos en
personas pasivas.
Naturalmente, esto tiene consecuencias en nuestro equilibrio
psicológico, nuestro estado emocional y nuestra personalidad. Las personas
mayores que llevan toda su vida trabajando de repente se encuentran con mucho
tiempo libre, no siempre acompañado con suficientes alternativas de ocio. Hay
varios estudios que se centran en cómo afrontar este nuevo estatus. Uno de
ellos es "Ocio en
los mayores: calidad de vida", realizado por Inés Alcalde,
psicóloga, y Milagros Laspeñas, socióloga.
Como explican, el proceso de envejecimiento tiene
dimensiones socioculturales que se expanden más allá de nuestro progresivo
deterioro físico. La vejez, en este sentido, tiene diferentes lecturas y
edades, entre las que los distintos mayores pueden moverse en función de su aproximación
personal. Hay, sin embargo, un elemento clave: nuestro estilo de vida cambia,
porque ya no trabajamos, y también nuestras relaciones sociales, que en
muchas ocasiones se reducen. El estatus social se modifica.
El abanico de opciones en el que emplear el tiempo de ocio
varía en función de las condiciones sociales, educativas o de salud de cada
individuo. En general, según se desarrolla en el trabajo, las personas mayores
tienden a elegir patrones posteriores a su vida laboral que imiten a los anteriores,
de modo que se sientan realizados con ellos. El ocio estaría relacionado de
este modo con esas preferencias determinadas, pero también con su capacidad de
acceso a diversas actividades.
El ocio de nuestros mayores debería importarnos. Y cada vez
más, dado el envejecimiento de nuestra sociedad. La jubilación debe ser una
etapa feliz en nuestras vidas, y no lo es en todos los casos, a menudo por un
deficiente empleo del tiempo libre o de cierta estigmatización social (como
la realizada por la Bolsa de Madrid). En datos de 2007, nuestros ancianos aún
tienen prácticas de ocio hogareñas, recluidas y poco específicas a lograr una
realización personal a través de una actividad no pasiva.
Y eso es un problema, no sólo moral en el tratamiento que
nuestra sociedad ofrece a la tercera edad, sino también físico y mental: el ocio puede
ser terapéutico; la carencia de él puede tener efectos letales, como el
suicidio, en los mayores; y, en términos genéricos, contribuye a mejorar su
salud y su calidad de vida.
Es necesario, aunque no estemos
prestando la suficiente atención.
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