lunes, 11 de junio de 2018

El Mundo Que Compartimos


No nos engañemos, el mundo no es ni de los más ricos, ni de los más guapos, ni de los más inteligentes. El mundo es de aquel que pasa a la acción, del que la saca a bailar y del que hace la llamada. De aquel que no se encoge ante el primer “no”, de quien se niega a vivir de prestado lo que por derecho le pertenece y de quien se ama lo suficiente como para poner sus sueños por encima de su ego.

Digámoslo de una vez: El mundo es de quien se la juega.

He visto a personas de talentos envidiables dejar tras su muerte fallecer sus ilusiones. Personas que teniendo mucho han conseguido poco y personas que con poco han logrado muncho. He visto a personas de extraordinaria belleza esperar a ser elegidas en lo alto de su torre y a personas de – digamos – dudoso atractivo dejar a un lado la carcasa y asaltar un corazón. 

Por todo eso, he llegado a una conclusión: el mundo no es de quien más tiene o más anhela, sino de aquel que es capaz de quererse sin medida, apartar de un golpe lo superfluo y lanzarse sin reserva tras aquello que desea.

El principal motivo por el que no sacamos el máximo partido a la existencia no es que no dispongamos de las capacidades adecuadas, sino que vivimos esperando a que el contexto o el entorno nos den su OK para actuar. Inundados de miedos, observamos la vida a través de un embudo por el orificio equivocado: En lugar de mirar desde el agujero pequeño para verlo todo grande, miramos desde el grande y lo vemos todo pequeño. Nos invade el sentimiento de que, como acabamos de llegar, el mundo es propiedad de otros y que debemos pedirles permiso para que alguno se apiade de nosotros y nos entregue una porción.

No te ofendas, pero no eres tan importante. Nadie lo es. Nuestra importancia solo cobra sentido a corto alcance. Es decir, con nuestras personas queridas y, por supuesto, con nosotros mismos. 


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