¿No
puedes mantener tu atención en una misma cosa por mucho tiempo?
Esto
es un problema, pues si queremos ser productivos necesitamos ser capaces de
concentrarnos por largos períodos de tiempo en aquellas tareas que nos llevarán
a completar nuestros proyectos.
Solo
los proyectos terminados dan frutos, y es difícil terminar proyectos sin
concentración en el trabajo y sin atención en lo importante.
Pero
esto va más allá de la productividad. Mejorar nuestra capacidad de
concentración y de atención tendrá efectos positivos en otros aspectos también
importantes de nuestras vidas, como en el aprendizaje, en las relaciones
personales e incluso en nuestro estado psicológico y emocional, por sentir que
retomamos el control de las cosas, pasando de un modo de vida reactivo a uno
más proactivo.
La
atención está de moda, aunque al parecer, porque brilla por su ausencia. La
preocupación sobre su escasez actual se extiende desde el ámbito educativo
(docentes y padres alarmados por la falta de capacidad de niños y jóvenes para
mantenerse atentos ante cualquier tarea) hasta el de los medios de comunicación.
Ahora podemos medir el tiempo que se dedica a leer o ver una información, y los
resultados no parecen ser muy buenos.
Por ejemplo, en junio pasado Facebook cambió su
algoritmo para premiar las historias a las que se dedica más tiempo de lectura
en vez de contabilizar solo los “me gusta” y las veces que se comparte o
comenta. Es una manera de hacerse con el recurso más escaso: la atención
(Mangalindan,
2015).
Otro
ejemplo es la publicidad. El Financial Times está probando un método para
cobrar a los anunciantes por tiempo de exposición al anuncio, no por impacto.
El consejero delegado de Chartbeat, la compañía que monitoriza el
comportamiento de los lectores del FT lo explica claramente: “Es oficial:
podemos empezar a hablar de la economía de la atención. Hay gente que compra y
vende minutos de atención del público”. No es el único medio: The Wall Street
Journal, Bloomberg y The Economist ya lo hacen (Ingram, 2015).
Hace ya
años que de la ilusión sobre la multitarea hemos pasado a reconocer que muchos signos
alertan de que el ser humano tiene una capacidad limitada para prestar atención
y estamos desbordados. La culpa de nuestro pobre desempeño en ser atentos se
achaca habitualmente a la tecnología, a la multiplicidad de aparatos que nos
rodean; pero ya hay quienes piensan que la distracción tecnológica tiene unas
raíces aún más profundas y que nuestro ensimismamiento también está relacionado
con corrientes culturales que desde siglos nos apartan cada vez más de la realidad.
Así,
algunos libros como Educar en la realidad (L'Ecuyer, 2015), de Catherine
L’Ecuyer (cfr. Aceprensa, 27-05-2015), alertan sobre la diferencia entre el
rico estímulo que el asombro provoca y conduce al juego (Cruces Nogueiras,
2015), y el estímulo de las distracciones que nos convierten en espectadores y
embotan nuestra capacidad de atención
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