Desde que iniciamos nuestra vida, tenemos dos caminos para
conseguir o lograr lo que nos proponemos: el del deber o el del querer y
también agregaría uno más, el del poder. Lamentablemente la mayoría toma la vía
del deber, inclinándonos por la creencia de que es el camino correcto y además
el único.
Nos enfrentamos a tomar esta decisión porque simplemente no
encontramos otras alternativas, culpamos a las circunstancias que nos rodean,
además de que nos dejamos guiar por otras opiniones que llegan a convencernos
de que si escogemos el camino de lo que queremos no tendremos un futuro
prometedor, lamentablemente entendemos demasiado tarde, que los únicos
responsables de elegir el camino correcto, somos cada uno de nosotros.
En
los inicios de la filosofía, al hombre le daba temor preguntarse el porqué de
las cosas que sucedían, por tal razón la mayoría de los filósofos se dedicó a
observar su entorno y contemplar todos los acontecimientos desde su más mínimo
detalle tanto en la naturaleza hasta en el comportamiento de los seres humanos.
Con respecto a este último, Aristóteles y Sócrates hablaron de la felicidad
perfecta y de lo que era una virtud.
Para
Aristóteles, la felicidad perfecta consistía en hacer lo que le causara más
placer a un ser humano, en su caso, era la contemplación, le gustaba pasarse
horas en esta actividad y descubrió que eran los momentos más felices de su
vida.
Para
Sócrates, aquel ser humano que era capaz de encontrar su virtud o areté, era el
ser más dichoso del mundo, en otras palabras, aquella persona que sabe para qué
es bueno será feliz desempeñando esa actividad o lo que sea que fuere.
A
qué viene lo anterior, que desde hace muchísimos años el ser humano descubrió
como ser feliz eligiendo el camino del querer. Pero entonces ¿Qué sucedió? ¿Por
qué el cambio repentino de decir “quiero hacer esto” a debo hacer esto” o más
aun “solo puedo hacer esto”?
La
respuesta, pues simplemente dejamos de hacer lo que queríamos porque
consideramos el deber como un mandato, una regla que debo de cumplir para
lograr mis metas; debo trabajar para tener una linda casa, debo tener una buena
figura para que alguien se fije en mí, debo comportarme según me dicte mi
entorno social para ser aceptado(a), etc., y la lista puede continuar y
encontraremos miles de cosas que anteponen el “debo”.
Ahora
hagámonos la siguiente pregunta: ¿Lo que hago es lo que realmente quiero hacer?
A lo largo de nuestra vida, cuantas cosas hacemos cuando ni siquiera tenemos
ganas ni el ímpetu de hacerlo, aquí es donde entra el “hago lo que puedo”, lo
que significa que hemos entrado en una etapa de conformismo personal “hago lo
que puedo porque no debo hacer más”, sin embargo, todas estas frases son las
que se utilizan cotidianamente en el léxico de cada persona, si ponemos
atención, escuchamos estas frases día a día, se han heredado de generación en
generación y le hemos inculcado a las generaciones futuras lo que deben hacer
mas no lo que quieran hacer.
Podemos
poner como ejemplo a los estudiantes que están por salir de un bachillerato,
personalmente me ha tocado escuchar a sus padres decir; que si eligen ser
músicos, artistas, cantantes, o profesiones que no son muy comunes; se morirán
de hambre; cabe mencionar que si sus progenitores se dedican a la medicina o a
la abogacía, pretenden que sus hijos sigan ese mismo camino sobre todo por
comodidad laboral, ya que no batallaran para conseguir algún trabajo, tendrán
buenas influencias debido al legado de sus padres.
En este momento, estas
personas que están por salir de su bachillerato se verán influenciadas para
tomar la decisión que deben más no la que quieren.
Debido
a lo anterior, frecuentemente los seres humanos están acostumbrados a que les
faciliten el camino a sus metas y si dentro de esto, está el no hacer lo que se
quiere, hará lo que debe por comodidad. Lo anterior en palabras de Ortega y
Gasset, quien decía que el ser humano se ha vuelto desagradecido y comodino,
por eso lo llamo el “hombre masa”, quien solo espera a ver quién le facilita
las cosas para poder hacerlas aunque no lo quiera.
Tenemos
que comprender que el deber y el querer, no significan lo mismo. El deber es
una palabra autoimpuesta por nosotros, por la sociedad en sí; hemos comprado la
idea de que el deber es más importante que el querer y que es una regla que
debo cumplir.
Querer,
significa tener una capacidad de elección y de ejercer voluntariamente mis
deseos o de rectificarlos, decidir qué es lo más importante para mí y para
cumplir mis objetivos, tomar en cuenta la viabilidad de lo que quiero realizar,
las oportunidades y todo lo que tenga que ver con el entorno de mi meta.
¿Y
qué sucede con el poder? Bueno, el poder tiene que ver con las circunstancias
que rodean mi objetivo, a veces se presentan situaciones que no dependen de
nosotros y que hacen que cambiemos de metas o de caminos, lo primordial en este
caso, es que no desistamos en ningún momento de lo que queremos, sin embargo,
cuando utilizo, el “yo solo puedo…” para quedarme conforme, solo estamos
limitándonos de saber de qué somos capaces, hasta donde somos aptos para llegar
a conseguir lo que deseamos.
Lo
importante hasta este momento es que ya se observe la diferencia entre el
querer, el poder y el deber. Ahora ya sabemos que de acuerdo a lo anterior, la
frase más importante es “lo que quiero es…” debemos dejar a un lado lo que los
demás quieren para nosotros, debemos pensar en que es lo más importante para
lograr mis objetivos pero sin afectar lo que realmente estoy dispuesto a hacer.
Y
ahora, ¿Cómo vamos a pensar en lo que queremos? En primer lugar debemos
discriminar lo que debes hacer de lo que quieres hacer, cambia el tengo o el
debo por el quiero, si ya estás en algo que debes hacer, busca el lado bueno y
aprende a querer lo que haces, aprende a cumplir lo que realmente debes y que
te corresponde solo a ti y por último, no desistas, si fallas en hacer algo que
quieres, sigue intentado, no hay límites.
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