El
agotamiento emocional aparece cuando sobrepasamos esa cuota
psicológica de lo que uno puede gestionar, controlar y canalizar.
Hablamos,
cómo no, de todos esos universos emocionales en el que se contiene desde el estrés, las preocupaciones del día a
día, las tensiones que otros nos contagian, los miedos, el peso del pasado, el
miedo al futuro y hasta la angustia existencial.
Todos
nosotros tenemos muy claro qué es el agotamiento físico; sabemos identificar
los síntomas y atender de forma adecuada ese estado en el que nuestro cuerpo no
puede dar más de sí y exige descanso.
Sin
embargo, por curioso que parezca, el agotamiento emocional no es
tan fácil de identificar. Aún más, tampoco sabemos ofrecerle una respuesta
eficaz, una estrategia afrontamiento psicológico útil y efectivo.
Lo que hacemos muy a menudo es “tragar” una emoción tras otra. Las colocamos una a una en nuestra mochila personal sin ser
conscientes de su peso y de cómo afectan a nuestro bienestar y a la calidad de
vida.
Cada
día avanzamos con más lentitud, con menos ganas, con la motivación apagada
y la ilusión por los suelos.
Por
ejemplo, responsabilidades laborales como la que pueden tener los médicos,
enfermeras, bomberos, profesores, etc., hacen que muchas veces lleguen a
acumular emociones muy intensas que no tienen tiempo de gestionar en su
día a día.
Asimismo,
hechos como tener que cuidar de personas enfermas o dependientes, así como vivir en
un entorno familiar muy demandante, también generan un alto agotamiento
emocional.
Por
otro lado, situaciones tan comunes como haber experimentado una pérdida, una decepción o
un hecho traumático en el pasado, pero no haber podido pasar página, provocan
también un progresivo desgaste capaz de dejar una huella profunda en nuestra
mente.
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