La habilidad social de una
persona determina a menudo su éxito o su fracaso. El invitar a alguien a salir
o el expresar interés cara a cara, por teléfono, por medio de una tercera
persona o por escrito, son acciones que requieren diferentes habilidades, y
cada una debe ser objeto de atención especial. Pero ahora vamos a analizar solamente
las relaciones cara a cara. Los varios aspectos, verbales y no verbales, de
estas relaciones pueden desarrollarse de varias maneras.
Algunas personas
parecen querer expresar que en realidad no les importa que su petición sea
aceptada o no, que se trata sólo de un «por cierto, si no tienes nada que hacer
el viernes por la noche, ¿te gustaría...?» Otros hombres, en cambio, se
muestran bruscos y arrogantes; «¡Hola, guapa! ¡Vamos a salir el viernes tú
y yo! ¿Qué te parece?» Hay muchas maneras de arreglar con alguien una cita, y
cada una de ellas tiene más o menos probabilidades de ser bien recibida.
La habilidad social incluye
lo que decimos, cómo lo decimos y cuándo lo decimos y, una vez hemos adquirido
esta habilidad, nuestras probabilidades de tener relaciones sociales positivas
son mucho mayores. Cuando una relación social negativa no puede ser atribuida a
una escasa habilidad social, es importante esforzarse más, procurar usar
adecuadamente los mensajes verba les y no verbales. Es necesario observar
atentamente todas las señales importantes que pueden decirle qué estrategia y
qué táctica debe seguir. Y es necesario tener paciencia y perseverancia. Dadas
las circunstancias adecuadas y la disponibilidad de una persona para las
relaciones sociales, si no tiene usted éxito es porque no se ha esforzado lo
suficiente.
Y lo mismo puede decirse de
los hábitos verbales y no verbales en la relación social- Las personas que han
pasado por una gran variedad de experiencias sociales suelen haber adquirido
una variedad igualmente grande de experiencias sociales y, con el tiempo, estas
respuestas se han utilizado tantas veces que se convierten en grupos de
hábitos. Entonces, para poner en marcha estos hábitos, lo único que se
necesita es la valoración de la situación social en la que uno se encuentra.
La
utilización de estos hábitos nos libera de pensar constantemente en todas
aquellas cosas que facilitan las relaciones sociales: lo que vamos a decir
después, si debemos seguir con este tema o sacar otro, si deberíamos hacer un
comentario marginal, etc. Los grupos de hábitos verbales y no verbales nos
evitan el pensar de antemano lo que vamos a decir, el prepararlo. Los tímidos,
en cambio, no actúan según unos hábitos socialmente correctos.
La única actitud
habitual en una persona tímida es la de permanecer silenciosa e inexpresiva,
tanto en el aspecto verbal como en el no verbal. El tímido está tan preocupado
consigo mismo -piensa en lo que está diciendo, en cómo lo está diciendo, en el
efecto que causarán sus palabras- y con el deseo de escapar a la situación, que
no le cabe en la cabeza nada más. No tiene la mente libre para pensar en
aquellas cosas que harían la conversación agradable y fluida.
Ya hemos visto
que una de las razones de esta excesiva preocupación es el temor a la
valoración negativa; otra razón puede ser, simplemente, la falta de soltura o
de costumbre en lo referente a las situaciones sociales inesperadas o
informales, y, por ello, como el principiante en el golf, debe atender con
mayor cuidado a todos los detalles de su conducta. Sólo cuando estos detalles
se han ensayado, tanto en la teoría como en la práctica, pueden convenirse en
hábitos. Y sólo entonces pueden crearse grupos de hábitos y puede disminuir el
esfuerzo.
Estos grupos de hábitos que
facilitan las relaciones sociales informales dejan de funcionar cuando la
ansiedad persiste. Los psicólogos y otros investigadores estudian aún la
naturaleza de la ansiedad y de la tensión, sin haber llegado a comprender del
todo el mecanismo de dichas reacciones. Pero hay una cosa en la que todos están
completamente de acuerdo: la ansiedad inhibe la libertad.
Una
persona ansiosa ve limitada su libertad de respuesta. La tensión hace cerrarse
su mente, como una tuerca, en tomo a unas ideas fijas. Y el temor limita sus
pensamientos y acciones. Este principio es tan universalmente aceptado que se
ha aplicado a los programas de la enseñanza privada.
Estos efectos de la tensión
se dan también en las personas no tímidas. Cuando una persona no tímida se
encuentra en un ambiente social nuevo, tiene que hacer un esfuerzo consciente
para responder a las señales que capta. «Nunca había estado aquí. ¿Cómo será
esta gente? ¿Conoceré a alguien? Si encuentro a algún conocido, ¿qué le diré?
Lo mejor será que me atenga a mi conducta habitual.»
Cuando las personas se
encuentran en una situación social nueva y no saben cuál es la conducta más
adecuada, se limitan a decir y hacer aquello de lo que están seguras, aquello
que, con toda certeza, no puede molestar a nadie. Pero, incluso actuando de
este modo, la persona tiene que observarse continuamente para saber si se está
comportando con corrección.
La persona tímida tiene que
enfrentarse a dos motivos de ansiedad: el primero consiste en el temor a la
valoración negativa y al fracaso; el segundo consiste en el hecho de que las
situaciones nuevas coartan su pensamiento e impiden la expresión libre y
relajada de su conducta social.
Si las tensiones sociales alcanzan un cierto
grado de intensidad, pueden llegar a convertir en tímida a una persona que no
lo era.
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