Cuando nos referimos a los procesos de crecimiento y
desarrollo humanos, con mucha frecuencia, recurrimos a utilizar metáforas
espaciales para explicarlos. Sabemos que una metáfora es utilizar una cosa por
otra, como, por ejemplo, decir “labios de rubí” en lugar de “labios rojos”.
Al describir los procesos mentales y aquellos que están
relacionados con el crecimiento y desarrollo del ser humano, frecuentemente
usamos metáforas espaciales, las cuales nos indican no sólo la orientación,
sino también el tipo de proceso al que estamos haciendo referencia. No es
extraño, pues, que hablemos de “las dimensiones” de la mente, de la
“profundidad”, de la “altura”, del proceso de “interiorización, etc.
En sentido estricto las descripciones anteriores no son
reales, ya que la mente es a dimensional, es decir, no tiene dimensiones
espacialmente hablando. Sin embargo, como metáfora, dichas descripciones nos
ayudan a entender mejor estos aspectos y pueden ser verdaderamente útiles.
Es frecuente que el desarrollo humano se plantee como un
proceso que tiene que ver con “profundizar” en nosotros mismos, aunque también,
en otros casos utilizamos el término de “expandir” la consciencia.
A pesar de lo que pudiera parecer, dichos conceptos no son
antagónicos, sino que más bien son complementarios, porque tienen la capacidad
de hacer enfocar la atención hacia diferentes modos de procesar información
pero persiguen una finalidad común, la autorrealización.
La metáfora de profundidad hace referencia a la posibilidad
de llegar a las partes más hondas del ser. Tiene conexiones con lo no
consciente, con el mundo subterráneo, con la sombra, con lo reprimido,
etc. Básicamente, desarrollarnos en profundidad viene a ser algo así como
llegar a la raíz, a nuestras zonas más recónditas. Y esto nos ayudará en
nuestro proceso de desarrollo personal.
Sin embargo, hay que señalar que, si sólo progresamos en
profundidad, correremos el riesgo de olvidar hacerlo hacia otras dimensiones
del Ser. Es decir, además de profundizar (crecer hacia abajo) habría que
“ascender” (crecer hacia arriba).
Es por eso que resulta especialmente útil plantearse la
dimensión de la “altura del ser humano”, ya que hace referencia a procesos de
crecimiento y elevación hacia planos superiores de consciencia.
Otro aspecto interesante de estas metáforas espaciales se
refiere a la “interiorización”, lo cual significa pasar de fuera a dentro, de
lo exterior a lo interior, de lo periférico a lo más íntimo de nosotros mismos.
Pero este proceso de interiorización no puede transcurrir ajeno
a otro proceso, el de “expansión”, mediante el cual, a la vez que interiorizo,
expando mi consciencia hacia límites más allá de lo habitual y cotidiano. Es
por tanto una dinámica comparable a la sístole y diástole cardíaca,
(interiorización – expansión).
Así que, visto globalmente, podríamos decir que nuestro
crecimiento ha de ser multidimensional, ya que habrá de incluir arriba-abajo,
dentro-fuera así como la dialéctica en la relación entre el sí mismo y los
demás.
Tal vez por eso, cuando crecemos multidimensionalmente
abrimos la puerta del profundo misterio del ser humano que nos hace trascender
nuestros límites aparentes. Ampliar dichos límites es, sin duda, el proceso
necesario para acceder a la sabiduría, para descubrir que no estamos limitados
en esencia, sino en la concepción que cada uno de nosotros tiene de sí mismo.
Y podremos darnos cuenta de que, tanto en profundidad como en
altura, cuando la consciencia reflexiona sobre sí misma, cuando se produce un Insight,
ampliamos nuestros propios límites individuales trascendiendo lo meramente
personal (recordemos que “persona” significa “máscara”) para adentrarnos en la
dimensión Transpersonal del Ser (más allá de la máscara).
Llegados a la experiencia de que cuerpo y consciencia
corresponden no a dos cosas separadas sino a los aspectos cuánticos de una
misma realidad y que, ambos, están conectados y regidos por la propia energía
del ser humano, no podemos sino traspasar las fronteras de nuestras
limitaciones cotidianas para introducirnos en la senda evolutiva del progreso y
desarrollo humano.
Cuando una persona se encuentra en este estadio, no por la
mera lectura de un libro o unos apuntes, sino cuando llega a él desde la
vivencia integrada y plena, se puede decir que ha despertado al desarrollo
espiritual. Desde este punto de vista, existe, en lo que se refiere a los
niveles elevados y profundos del ser, un momento en el que de lo puramente
psicológico se pasa, sin solución de continuidad, a lo espiritual.
Y lo realmente fascinante de este tema es que desde el
principio de los tiempos y hasta nuestros días, han existido seres humanos que
afirman haber recorrido este camino. Y además enseñan que se puede aprender y,
por si fuera poco, han dejado métodos por escrito.
Lo anterior es una buena noticia, pero no hemos de olvidar
que una de las características que no deja lugar a dudas de que uno se
encuentra en ese nivel de desarrollo transpersonal, es que dicha vivencia
trascendente de la realidad ha de transformar al sujeto. La transformación
positiva de cada persona en un individuo más autónomo, libre y feliz,
irradiando dichas cualidades a su ambiente, son las pruebas fehaciente que
deberíamos tomar como testigos ciertos de que el proceso se ha realizado.
Cosas bonitas puede decir cualquiera, pero transformarse
positivamente como ser humano y, al mismo tiempo, mejorar el mundo que nos
rodea, sólo puede llevarse a cabo desde la autenticidad del desarrollo
interior.