viernes, 21 de septiembre de 2018

El Ser Persona

"Persona", por definición, sería cualquier ser que posee subjetividad, es decir, conciencia de sí mismo y de sus experiencias. Una persona es un ser que tiene un yo. Por tanto, persona sería todo ser que tiene capacidad de sentir puesto que la capacidad de sentir implica la conciencia. Éste es el requisito a nivel fisiológico para ser incluido en el concepto de persona, en oposición a la noción de cosa. 

Lo moralmente relevante del concepto de persona está en lo que implica como tal. Es decir, una persona es un ser que, a diferencia del resto de seres, tiene un valor intrínseco. Y si un ser tiene un valor intrínseco esto quiere decir que no se lo puede tratar justificadamente como si sólo tuviera un valor instrumental. Eso sería explotación y es la razón por la cual la esclavitud es inmoral. Porque un valor intrínseco es un valor absoluto e inherente que nosotros no podemos modificar ni cambiar para nuestro gusto o conveniencia. 

Los únicos seres que pueden valorar son los seres sintientes. Sólo ellos pueden generar valoraciones (preferencias, deseos, intereses). Además, todos los seres sintientes se valoran a sí mismos (valoran su conservación, su bienestar y su libertad) aunque nadie más lo hiciera. Esto es lo que quiere decir que ellos tienen, de hecho, un valor intrínseco: un valor fijo e inherente que se dan a sí mismos necesariamente por el hecho de ser sintientes. 

Al ser sintiente también lo podemos denominar como individuo. El hecho de ser sintiente implica que uno se identifica a sí mismo (A=A) como una unidad diferenciada - dividida - del resto que lo rodea. Esto es el individuo. Y también es sinónimo de sujeto, en oposición a objeto. 

Por tanto, el concepto de persona incluye tres aspectos: 1) la sintiencia; 2) el valor intrínseco; y 3) la noción de que el individuo merece ser considerado y respetado siempre como un fin en sí mismo y nunca como un simple medio para un fin. 

La noción moral de persona y el hecho fisiológico de la sintiencia coinciden a través del principio de identidad. 

Ser sintiente = Valor intrínseco = Persona. 

La razón nos obliga a respetar a los seres sintientes. Porque son los únicos seres que tienen identidad. Mejor dicho: son identidad. La identidad (la conciencia) es lo que caracteriza esencialmente al ser sintiente. Y dado que un ser sintiente es un sujeto, y no un objeto, entonces no sería lógicamente correcto considerarlo ni tratarlo como un objeto, como una mera cosa. 

Sentir no significa simplemente "obtener información" sino procesar percepciones en forma de sensaciones, es decir, experiencias subjetivas. Eso es la conciencia: la conciencia sensitiva. En eso consiste ver, oír, oler, saborear, disfrutar, sufrir... Esto es sentir. 

Las máquinas no ven, ni oyen, ni huelen. Tampoco las plantas. No sienten. Aunque puedan detectar la luz o los sonidos, ni las máquinas ni las plantas tienen ninguna capacidad para procesar esa información en forma de experiencias subjetivas, puesto que carecen de órgano o dispositivo que pueda ejercer esa función. Sólo los animales que poseen un sistema nervioso tienen la facultad de sentir, ya que sabemos que precisamente una de las funciones principales del sistema nervioso centralizado consiste en generar sensaciones. 

El dolor es una sensación. El placer es una sensación. La imagen también lo es. Al igual que los sonidos, los olores, las texturas, los placeres. Son fenómenos físicos que existen en determinada forma de la materia. Son producto de la actividad química y eléctrica del sistema nervioso. El problema es que se trata de una experiencia privada que no se puede observar desde fuera ni medir ni cuantificar. Por eso, la única evidencia es la conciencia personal que tiene cada uno de sí mismo. Todo lo demás son siempre deducciones; no evidencias objetivas. Pero si las deducciones son lógicamente consistentes y se basan en evidencias empíricas, entonces hay que aceptarlas racionalmente. 

Sabemos con certeza que nosotros podemos sentir porque tenemos estructuras neuronales especializadas en nuestro sistema nervioso que generan las sensaciones. Y resulta que los demás animales poseen esas mismas estructuras en forma idéntica, análoga o muy similar en su sistema nervioso. Por tanto, la única conclusión razonable sería deducir que ellos sienten. Y si sienten entonces son seres conscientes. Y por tanto merecen ser considerados y respetados como personas. La sintiencia implica la conciencia. Todo ser sintiente es por ese motivo un ser consciente. 

¿Podemos cuestionar el hecho de que "ver una imagen" implica "ser consciente de la visión de una imagen"? Hacerlo sería tan absurdo como suponer que es posible sentir dolor sin ser consciente de que se siente dolor. 

Siempre que hay una sensación tiene que haber necesariamente conciencia de esa sensación. Por ejemplo, si hay dolor tiene que haber por fuerza alguien que siente ese dolor. !No puede haber dolor sin que haya alguien que le duela! El fenómeno de la sensación requiere de la subjetividad. Es por ello que entendemos que cualquier ser sintiente debe disponer, como mínimo, de una conciencia básica de sí mismo y de lo que le sucede. 

Si otros animales pueden ver, pueden oír, pueden oler,.... entonces necesariamente tienen que tener, al menos, una conciencia básica: un yo que experimenta las percepciones procesadas en sensaciones. La sensación implica conciencia (alguien-siente-algo). Esto es la naturaleza de la subjetividad. La diferencia radical entre objeto y sujeto: entre cosa y persona. 

Por otra parte, el simple hecho de ser persona no implica ninguna obligación ni responsabilidad. Sólo implica que los agentes morales respetemos su valor intrínseco, es decir, que consideremos a un ser sintiente siempre como un fin en sí mismo y no como un medio para los fines nuestros o de otros. 

La responsabilidad y obligación sólo competen a los individuos que tienen una conciencia moral desarrollada. Persona no equivale a ser agente moral. Los animales no humanos son personas, pero no son agentes morales (ni tampoco lo son todos los humanos) porque no tienen conciencia moral y es por esto que no pueden de hecho tener obligaciones ni responsabilidad, ni sería lógico pretender que las tengan. 

La Honestidad


La honestidad es una cualidad que define la calidad humana y consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, de acuerdo con los valores de verdad y justicia.

En el sentido más evidente de la palabra, puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas.
Pero no siempre somos conscientes del grado en que está presente en nuestros actos. El autoengaño hace que perdamos la perspectiva con respecto a la honestidad de los propios hechos, obviando todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión.

En estos tiempos, cuando comentamos sobre la pérdida de valores en algunos segmentos de la sociedad, es oportuno reflexionar acerca de esa cualidad, que constituye ante todo una actitud hacia nosotros mismos.

Representa, sin dudas, una condición fundamental en las relaciones interpersonales, para lograr la amistad y la auténtica vida comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto, impostado, ficticio.

Pero sucede que se ha perdido por estos días eso que nuestros abuelos y padres llamaban dar la palabra, que no era otra cosa que comprometerse a cumplir con algo acordado, sin necesidad de firmar un papel, porque estaba de garante la honestidad.

Y es así como algunos presumen de ser muy cumplidores de la palabra que dan a otros con respecto a hacer un trabajo y luego no lo cumplen, o son reacios a pagar un préstamo, y también se muestran como personas fanfarronas que especulan con bienes que en realidad no poseen.

Quienes son honestos se alejan de la pereza y cumplen sus deberes, sin necesidad de dar pretextos o mentir para encubrir la falta de responsabilidad.

Igualmente son fieles a sus promesas y compromisos por pequeños que puedan parecer.

Tampoco se dedican a alabar a las personas para conseguir su beneplácito, ni siguen una doctrina o filosofía en la que no creen, solo por pertenecer a un grupo o ser popular. Quien es honesto acepta cuando comete un error o equivocación y no culpa nunca a alguien más por ello.

Estudiosos del tema señalan que la honestidad es uno de los valores que más genera imagen, siendo por ello esgrimida como cualidad” por aquellos que quieren ganarse el favor de los demás
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Resulta oportuno aclarar que no consiste solamente en la franqueza o la capacidad de decir la verdad, sino en asumir que la verdad es solo una y que no depende de personas o consensos.

Requiere por lo tanto un acercamiento a la verdad, no mediatizado por los propios deseos.

El filósofo Sócrates fue quien dedicó en la antigüedad mayores esfuerzos al análisis del significado de la honestidad.

Posteriormente, dicho concepto quedó incluido en la búsqueda de principios éticos generales que justificaran el comportamiento moral.

Un individuo honesto es el que actúa y habla de conformidad con lo que considera correcto, pero no hace de tales actuaciones un escenario teatral para ser reconocido por los otros.

Los buenos o malos sentimientos y cualidades no nacen con las personas, se forman mediante un proceso educativo que debe comenzar desde edades tempranas, y en el cual el ejemplo y la actitud de la familia son factores principales para lograr individuos sensibles.

Así, cada uno valorará lo que le corresponde y actuará ba­sándose en sus propios principios.


Lazos Ancestrales


Un grupo de investigadores de la Universidad Stony Brook (Estados Unidos) y del Instituto Max Planck de Ciencia de la Historia Humana (Alemania) acaba de publicar un artículo en la revista PNAS donde presentan el hallazgo del cementerio más antiguo y extenso de África oriental. 

Se trata del yacimiento de Lothagam Norte, un enterramiento monumental construido hace 5.000 años por pastores que vivieron en las cercanías del Lago Turkana, en Kenia, cerca de una región donde se han hallado los restos fósiles de los primeros ancestros del hombre. Una de las cosas más interesantes del hallazgo es que la disposición de los restos contradice mucha de las asunciones que se habían hecho hasta ahora sobre las sociedades tempranas.

Principalmente, hasta ahora se ha considerado que los grandes monumentos solo aparecieron en aquellas sociedades complejas que desarrollaron una estructura social estratificada. Sin embargo, se cree que el grupo de pastores que lo levantó formaba una sociedad igualitaria, sin estratos.

«Este descubrimiento contradice nuestras ideas sobre la monumentalidad», ha dicho en un comunicado Elizabeth Sawchuck, coautora del estudio. «Lothagam Norte es un ejemplo de monumentalidad que no está vinculado con la aparición de la jerarquía, lo que nos obliga a considerar otras narrativas del cambio social».

Una tumba para hombres iguales
Pero, ¿qué es el yacimiento de Lothagam Norte? Según han ido averiguando los arqueólogos, se trata de un cementerio comunal construido durante siglos, hace 5.000 a 4.300 años. Está constituido por una plataforma de unos 30 metros de diámetro en cuyo centro hay una importante cavidad para enterrar a los fallecidos. 

Según han averiguado, una vez que el hueco se llenó, los pastores lo cubrieron con piedras y levantaron pilares megalíticos encima, algunos de los cuales procedían de lugares situados a un kilómetro de distancia. En los alrededores, se añadieron círculos de piedras y mojones.

En total, Lothagam Norte es el lugar de reposo de 580 personas. Entre ellos hay hombres, mujeres, niños y mayores. Todos ellos fueron enterrados con el mismo tratamiento. Básicamente, recibieron los mismos ornamentos, lo que indica que se trataba de una sociedad igualitaria sin una estratificación social fuerte

Ecuanimidad


Si algún vocablo adquiere especial relevancia ante el entorno económico actual, es ecuanimidad. Literalmente significa igualdad de ánimo, imparcialidad de juicio, equidad, desapasionamiento. La ecuanimidad consiste en aceptar lo que sucede, en entender verdaderamente lo que es 'dejar pasar’, sin que ello signifique en modo alguno pasividad. La ecuanimidad no es indiferencia y está directamente asociada con apertura mental.

A nivel empresarial, la palabra ecuanimidad no hace parte del léxico habitual de los negocios. Desde luego se reconoce fácilmente cuando se actúa con la misma, pero solo ocasionalmente se encuentra incluida expresamente en los valores de las organizaciones. Johnson & Johnson, por ejemplo, la postula dentro de los mismos. Explícita o no, la ecuanimidad debe inculcarse y fortalecerse si se quiere tener una sana y sólida cultura empresarial, enfrentada siempre al terreno de lo incierto.

Sin embargo, las épocas o situaciones de mayor incertidumbre constituyen una amenaza para actuar con ecuanimidad. Ello se da por el afán de encontrar rápidas soluciones a aquello que perturba la calma. Despidos apresurados, recortes de gastos al azar, cancelación de proyectos y planes, y en general negativas a toda iniciativa que parezca no absolutamente indispensable para el corto plazo del negocio, suelen ser algunas de las manifestaciones de las épocas más inciertas. Lamentablemente, el actuar sin ecuanimidad en la toma de tales decisiones, puede significar sacrificar el futuro por apaciguar la ansiedad del presente. La productividad a corto plazo forzada por recortes abruptos, está afectando la iniciativa empresarial, según estudios del profesor Henry Mintzberg de la Facultad de Administración de Universidad de McGill en Canadá, al que hizo alusión un reciente artículo publicado por PORTAFOLIO.

Desde luego que en momentos inciertos hay que tomar decisiones, muchas de ellas difíciles y de alto riesgo. Lo importante es sopesarlas con objetividad, comunicarlas con sinceridad y anticipar sus efectos, sobre todo en el largo plazo. No decidir oportunamente, puede ser tan nefasto como la falta de ecuanimidad, al añadir a la tortura de la incertidumbre el de la indecisión.

Otra amenaza proviene de la necesidad de mantener los ingresos y el flujo de caja. Cuando éstos se disminuyen, se argumenta que todo negocio sirve, olvidando que éstos deben ser alimento para nutrir la empresa , sin exponer al sistema organizacional a digerir lo no digerible, forzándolo en aspectos económicos, financieros, operativos, logísticos, de talento y recursos humanos, etc. La madurez exige seleccionar conscientemente lo que no se debe hacer. Lo anterior no significa dejar de incursionar en nuevos negocios cuando éstos son producto de la innovación y del conocimiento, pero sí cuando surgen de la improvisación desesperada.

Caer en la tentación que ofrece el azar de enriquecerse o recuperarse económicamente, comprando y vendiendo a toda velocidad títulos valores y divisas en su impredecible volatilidad, es otra amenaza contra el actuar ecuánime y prudente, así como tomar riesgos no controlados en operaciones en moneda extranjera. Naturalmente, en esta materia cada empresa y actividad tiene características diferentes, lo cual hace que generalizar no sea una sana práctica a utilizar.

Proceder con ecuanimidad empresarial en tiempos de mayor incertidumbre requiere convicción sobre el diagnóstico particular de cada caso, pero también atenta escucha y respetuosa evaluación de posiciones diferentes, dando cabida, cuando fuere del caso, a la orientación y consejo independiente de un tercero con capacidad de análisis y criterio.

De cara a la gestión, es hora de sacar a relucir la importancia de las competencias en los ejecutivos, y premiar la innovación, el logro y su motivación, para actuar con cordura y ecuanimidad sin perder el sano optimismo ni el foco del negocio.

Elocuencia


La elocuencia es una capacidad o habilidad que tienen ciertas personas para expresarse de manera clara, concisa y directa. La elocuencia puede estar presente en el habla pero también en otros espacios como imágenes que envían un mensaje claro y evidente. La elocuencia es una capacidad muy importante para aquellas personas que hacen de la comunicación su arma laboral, por ejemplo vendedores, comunicadores, etc.

La palabra elocuencia viene del idioma latín elocuentia, que significa exponer hacia fuera. La elocuencia era para los antiguos una de las capacidades más importantes en la comunicación, especialmente siendo que la escritura estaba reservada para las clases más altas y que, por tanto, el resto de la población debía lograr comunicarse de manera clara y concisa.

La elocuencia es una habilidad, una destreza, lo cual quiere decir que uno puede fácilmente desarrollarla con la práctica. Para eso, es importante tener una idea clara y armada a desarrollar o presentar y buscar los argumentos que la hagan aún más clara y evidente para el público al cual se trata de atraer. Otra de las características de la elocuencia es la adaptabilidad que supone ante diferentes tipos de público, no sólo en el lenguaje que se usa, si no también en los modismos, en los gestos, en muchas cosas más.

En la actualidad, la elocuencia es parte importante de muchas áreas laborales así como también, por ejemplo, de la política. Se considera que un político elocuente que sabe expresar sus ideas de manera simple pero clara y que puede presentarse ante diversos tipos de público tiene muchas más chances de ser reconocido y aprobado por la gente que uno que no se maneja de manera elocuente o que muestra una actitud mucho más recelosa. La comunicación, la venta, la propaganda, la publicidad son todas áreas en las que la elocuencia también es muy importante.

Compasión Humana

La fuerza de la compasión: ese tejido invisible que sostiene el mundo
La compasión es una predisposición natural que, si se potencia, protege de las emociones destructivas y aporta serenidad a la vida.

Cada día, en todo momento, en todo el mundo, se producen millones de actos espontáneos de bondad. En el ser humano hay una tendencia instintiva hacia la bondad y la compasión que a menudo no percibimos, porque la damos por supuesta y porque los medios de comunicación tienden a dirigir nuestra atención hacia acontecimientos violentos y estridentes.

Un tejido invisible de bondad sostiene la cohesión de la sociedad, de las familias, de las amistades, de los amores. Es invisible, pero ante las turbulencias del mundo de hoy conviene recordar que está ahí.

Compasión y bondad, por naturaleza
La psicología y la neurología nos muestran, como explica el psicólogo Daniel Goleman, que el cerebro tiene una predisposición hacia la bondad. Según el ejemplo que ponía hace un siglo el científico finlandés Edvard Westermarck, al igual que no podemos evitar sentir dolor si el fuego nos quema, tampoco podemos evitar sentir compasión por nuestros semejantes.

El sabio chino Mencio lo ilustraba con la angustia y la compasión que cualquier persona en su sano juicio sentiría si ve a un niño a punto de caer en un pozo. 

Nuestra tendencia espontánea es sentirnos mal con el sufrimiento de los otros e intentar aliviarlo.


De esa fuerza natural nace el poder del amor. La empatía es la capacidad de resonar con lo que siente otro ser. Y puede acabar resultando agotadora (como a veces experimentan, entre otros, médicos, enfermeras y activistas dedicados al bien común) si no está infundida de amor compasivo y de una profunda confianza en la bondad última de la naturaleza humana.

El Hombre Y Sus Valores


La moralidad histórica se ha inclinado a exigir que el sujeto moral tenga como motivación fundamental la preocupación por el ser humano en el sentido de posibilitar su desarrollo, logrando la satisfacción de sus necesidades fundamentales. 

El humanismo, como valor, comporta la convicción ilimitada en las posibilidades del ser humano y en su capacidad de perfeccionamiento; presupone la defensa de la dignidad personal; proclama la concepción de que el individuo tiene derecho a la felicidad y exige validar el criterio acerca de que la satisfacción de las necesidades e intereses del ser humano debe constituir el objetivo esencial de la solidaridad, en la búsqueda de un mundo más cooperativo.

La solidaridad es el valor moral que expresa la necesidad de vincular la existencia individual al objetivo de potenciar la diversidad de relaciones que une a los miembros de la sociedad. Relaciones que se establecen afectuosamente entre los individuos, en función de objetivos comunes de la clase, sector, grupo, países, etc., en aras del  beneficio común; por eso adquiere también connotaciones internacionales, significando, en ese sentido, la manifestación colectivista de todas las fuerzas progresistas de la humanidad.

La solidaridad demanda la adopción de la causa del humanismo como fundamento primordial de la vida personal; admite el reconocimiento de nuestros semejantes a fin de lograr el necesario entendimiento y comprensión entre todos los miembros de la sociedad; implica la comprensión del humanismo como actitud del sujeto moral encaminada a potenciar a los más débiles; sustenta la igualación de oportunidades como condición del libre desarrollo de cada uno de los seres humanos. 

El valor moral de la solidaridad constituye un verdadero corolario de la lucha del ser humano, por hacer realidad el valor del humanismo.

El humanismo, que sólo puede plasmarse como realidad a través del ejercicio de la solidaridad, se expresa en las relaciones interpersonales en forma de colectivismo. El colectivismo, negación del individualismo fomentado por la desigualdad social, promueve la dedicación de la vida personal a ideales y objetivos que comportan la satisfacción de intereses humanos.

En su condición de valor humano, el colectivismo fomenta el desarrollo de capacidades para la ejecución de acciones conjuntas y se caracteriza por la entrega de la existencia individual a fines que tienen una significación colectiva.

Si bien es verdad que el colectivismo supone la primacía de los intereses sociales por encima de los intereses personales, esto no significa que el sujeto moral no pueda concretar sus aspiraciones individuales, pues hay que tener presente que todo interés personal racionalmente entendido, tendrá siempre un carácter social.

El colectivismo cumple el rol de aglutinador de todos los demás componentes del sistema de valores humanos, ya que expresa la esencia social del hombre, quien ha vivido, vive y continuará viviendo en colectividades sociales; expresa la esencia de los medios fundamentales de producción, basados en la propiedad colectiva sobre los mismos y aglutina en su seno el resto de los valores morales de la sociedad.


Esta última tesis se fundamenta en que los hombres realizan su actividad vital no de una manera aislada, sino en colectividades sociales y los vínculos que se establecen son de diferentes tipos: consanguinidad y en este caso nos encontramos ante la célula básica de cualquier sociedad: la familia, en la cual se sientan las bases de las relaciones colectivistas. 

Pero el vínculo también es de tipo social, político y cultural, y en este sentido se forman agrupaciones que se denominan Patria, la cual tiene un significado extraordinariamente importante en la existencia social de los hombres; ya que la conciencia social moral ha fijado, desde hace mucho tiempo la unidad del hombre y la Patria como el valor moral del patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en este tipo de colectividad.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Caminante No Hay Camino


Todos tenemos las huellas de un pasado al cual no podemos volver, un presente que estamos formando y un futuro desconocido, incierto. ¿Qué implicaciones tiene decir esto? La primera es que no se puede volver al pasado; la segunda es que nosotros mismos tomamos la decisión de caminar y la forma de hacerlo; y la tercera es que no hay destino, no tenemos un futuro ya determinado, sino que se va construyendo con nuestros pasos del día a día
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“Caminante no hay camino se hace camino al andar” es una frase que quizá muchos conocemos por la canción Cantares de Juan Manual Serrat, cantante español con mayor apogeo en los 70´s y 80´s tanto en su ciudad natal como en América Latina, pero sin duda vigente. Sin embargo, los versos de la canción pertenecen al poeta modernista Antonio Machado también español. Esta frase pensada por Machado y retomada o popularizada por Serrat, encierra un conocimiento importante sobre la vida, del cual intentaré hablar en este espacio, a propósito de este año nuevo 2019 y fin del 2018.

Comparar al hombre con un caminante tiene un gran significado porque nos remite directamente a la vida en sí; refiriéndose a éste como alguien que transita o anda por este mundo. Caminar tiene siempre una determinada duración, tiene un inicio y un final, no podemos caminar eternamente. Lo mismo sucede con la vida, tiene un inicio y un final: un día nacemos iniciando nuestra caminata y a partir de ahí andamos hacia delante, podemos voltear a ver las huellas de nuestro pasado, pero así como el caminante no puede andar hacia atrás, nosotros no podemos regresar a nuestro pasado, sólo caminar hacia nuestro futuro y muerte, pues ésta es el fin de nuestra caminata.

Son estrofas que acompañan al verso referido y en ellas se continúa haciendo referencia a la vida comparada con un camino. El cual sea por tierra o por mar, sólo se puede ver lo ya transitado por medio de las huellas o estelas, pero no hay nada trazado adelante, sino lo que nosotros vamos formando cada día. Todos tenemos las huellas de un pasado al cual no podemos volver, un presente que estamos formando y un futuro desconocido, incierto. ¿Qué implicaciones tiene decir esto? La primera es que no se puede volver al pasado; la segunda es que nosotros mismos tomamos la decisión de caminar y la forma de hacerlo; y la tercera es que no hay destino, no tenemos un futuro ya determinado, sino que se va construyendo con nuestros pasos del día a día.

Aunque parezca innecesario mencionarlo porque de sobra se sabe que no se puede regresar al pasado, sí es necesario repetirlo porque hay quien camina mirando siempre hacia atrás. Para dos cosas se puede mirar al pasado: para anhelar los buenos momentos vividos o para lamentarse por las decisiones tomadas. Mirar hacia atrás es válido para reflexionar sobre lo que hemos hecho y. al regresar nuestra mirada, nos permite dar el siguiente paso. Pero lo que no se puede es querer caminar todo el tiempo mirando nuestro pasado, eso sólo entorpece el andar. 

Anhelar o lamentarse de lo sucedido es algo que la gente hace todo el tiempo.

Desear el tiempo de su niñez o juventud, una forma de vida antigua o algún amor pasado. Arrepentirse por las decisiones que provocaron alguna ruptura, pobreza, soledad o hasta una muerte. Así pues, anhelar o lamentarse por el pasado es absurdo porque, como se ha dicho, no se puede volver a él ni mucho menos cambiarlo; entonces se debe evitar vivir en lo sucedido.

Ser consciente de que tú eres el caminante, aquel quien da los pasos y forja su propio camino, te permite dejar de buscar culpables y justificaciones en tus decisiones. Cuando se anda no hay rastros de otros sobre nuestro camino. 

Se puede seguir a una persona o se puede caminar junto a ella, pero nunca los pasos van a ser iguales. De esta misma forma las huellas de nuestro andar no son causa de nadie más que de nosotros mismos. 

Es muy frecuente en las personas que cuando les va bien o están satisfechas con lo que son y tienen, se lo atribuyen a sí mismas; sin embargo cuando les va mal, echan culpas a todo su exterior.


Encontrar El Libro Adecuado


Me he dado cuenta de que existen muchas personas que dicen que no les gusta leer, pero llenan sus redes sociales de frases, las comparten, les dan like en instagram, las convierten en su nuevo tatuaje, o las ponen como mensaje en todas sus fotografías. 

Y además están las personas que leen cadenas, estados largos de confesiones de otros usuarios y miles y miles de tweets.

Si eres de esas personas, te hago esta pregunta:
¿De verdad no te gusta leer, o solo no te estás dando la oportunidad de encontrar algo que te gusta?

Entiendo que nuestro sistema educativo le ha quitado todo el romance a la lectura, y ha hecho que se vuelva una obligación de mal gusto, a pesar de que sus beneficios son hasta transformadores; pero si a ti te encanta leer frases, quizá hay en ti un lector reprimido que está esperando por algo que lo inspire.

Te aconsejo que hagas la prueba: si te gusta una frase, busca quién es el autor, en qué libro dijo lo que tanto te gustó y leas ese libro. ¿Quién sabe? En una de esas hasta termina siendo tu libro favorito.

Que no te importe si la portada no se ve muy bonita, o si el libro tiene más de 100 páginas. Inténtalo, que tu vida está ahí para que hagas algo nuevo cada día, y para que todo eso que hagas te ayude a seguir creciendo.


Derechos Fundamentales

El recuerdo de un viejo campo de la “minoridad”, hegemonizado por concepciones autoritarias y moralistas, puede convocar a confusiones de quienes lo miran desde lejos. Nuestra sociedad ha cambiado, la Convención sobre los Derechos del Niño tiene más de un cuarto de siglo de vigencia, el campo de la infancia no es ya el de la caridad o los “salvadores del niño”. 

Las sanciones penales que hoy se proponen derogar no se muestran en los ámbitos sociales e institucionales de protección a la infancia como tutela de ninguna vida, sino todo lo contrario. Desde la perspectiva del sistema de protección de derechos de la niñez y la adolescencia, dicha legislación no soluciona ningún problema real, sino que crea nuevos y agrava otros ya existentes.

Es por eso que entre los trabajan con chicos y chicas -en especial en los barrios, escuelas o clubes más pobres- y también entre quienes defienden sus derechos, son muchos, cada día más, los actores que apoyan los proyectos despenalizadores del aborto. Por el contrario, la resistencia al cambio proviene casi exclusivamente de quienes –con mayor o menor compromiso con esos pibes y pibas- asumen la cuestión en debate desde perspectivas fundamentalmente religiosas.

De la mano de juristas del campo más conservador, hace años que quienes resisten la idea de ampliar la legalidad del aborto voluntario agitan la bandera de una supuesta enemistad, de un enfrentamiento entre nuestra Constitución Nacional y el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, por un lado, y la posibilidad de despenalizar el aborto, por el otro.

Si bien podría llamar la atención que abogados y jueces –o ex miembros de la Corte Suprema menemista, como Rodolfo Barra- que nunca defendieron al Pueblo ni apoyaron las luchas por la Memoria, la Verdad y la Justicia utilicen a los Derechos Humanos para justificar su posición, lo cierto es que habían logrado confundir a no pocos referentes o legisladores.

El debate permitió escuchar precisas explicaciones sobre el fallo “F.A.L.” de nuestra Corte Suprema, la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el caso “Baby Boy”, la sentencia de la Corte Interamericana en “Artavia Murillo” o el dictamen del Comité de Derechos Humanos de la ONU en el caso “L.M.R.”. También se divulgaron las recomendaciones y observaciones de otros organismos de Naciones Unidas como el Comité de Derechos del Niño o el Comité para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer, que los juristas conservadores por lo general omiten u ocultan.

Tanto la Corte argentina como los organismos de protección de Derechos Humanos a nivel americano o global no reconocen un derecho absoluto o categórico de tutela del embrión en las etapas prenatales, sino que adhieren a un concepto de protección gradual e incremental de la vida en ese estadio prenatal. 

La conclusión del Derecho Internacional de los Derechos Humanos -que refuta las tesis de Barra y sus seguidores- es que la protección de la vida en formación debe ser armonizada con los derechos fundamentales de las mujeres. En otros términos: no hay contradicción entre el aborto legal, gratuito y seguro, tal como lo postulan los proyectos propuestos, y la vigencia de la Convención sobre los Derechos del Niño.

Las audiencias se han convertido en bisagra, marcan un antes y un después: los y las representantes del Pueblo en las cámaras pueden o no estar a favor de la aprobación de los proyectos, pero ahora ha quedado muy claro que los mismos no colisionan con la Constitución Nacional ni con los Tratados de Derechos Humanos, en particular la CDN. Las propuestas de despenalización son, entonces, plenamente constitucionales y convencionales.

En los diferentes proyectos despenalizadores se observa un valorable esfuerzo por regular el acceso al aborto legal y seguro de niñas y adolescentes y garantizar el ejercicio efectivo del derecho que se les reconoce.

Ese compromiso de los y las diputadas se corresponde con una realidad dramática, cada día más visible. Lo que hoy llamamos maternidad infantil forzada cambia drásticamente la vida -para mal, claro- de miles de niñas y adolescentes. Más de 3.000 de ellas, menores de 15 años son madres anualmente en nuestra Patria. Entre las más pequeñas los embarazos son causados, mayoritariamente, por abusos sexuales, violaciones. 

La sanción de una ley nacional que garantice el aborto legal y seguro es una necesidad imperiosa para las pibas, para las gurisas, para las changuitas, muy especialmente a la luz de las dificultades que se evidencian para que la protección provenga solo de guías, protocolos y recomendaciones.

Sin embargo, el mero reconocimiento del derecho puede ser insuficiente si no se prevén algunas condiciones de su posterior ejercicio. Hay un tema particularmente complejo en relación con la edad y las competencias bioéticas de las niñas, en especial con las que tienen menos de 13 años y carecen de acompañamiento de sus progenitores o directamente los mismos se oponen al aborto, muchas veces contrariando su interés superior, garantizado en la Convención y leyes locales.

Los proyectos tienen un justificado espíritu desjudicializador, que yo comparto. Sin embargo, dudo que los equipos profesionales de los hospitales u otros establecimientos sean idóneos para –en situaciones legalmente complejas- adoptar decisiones cuando haya posicionamientos contrapuestos o, al menos, no coincidentes entra la niña o adolescente y sus progenitores. 

Estimo que el procedimiento podría ser superador dando intervención a los órganos administrativos de protección de derechos previstos en la Ley nº 26.061 y que el nuevo Código Civil ha reconocido al regular las adopciones. Las Defensorías, los Órganos de Protección, los Servicios Locales –diversos nombres, conforme la organización de cada jurisdicción- pueden contribuir a superar ese tipo de tensiones escuchando a las niñas y promoviendo soluciones que respeten sus superiores intereses.

Convertir en ley la ampliación de la legalización del aborto voluntario y asegurar que el mismo se desarrolle en condiciones de seguridad es una buena noticia para nuestra sociedad y los derechos de nuestras mujeres. 

Y muy probablemente sea aún una mejor noticia para los derechos de nuestras niñas y adolescentes de toda la Patria.


Ponerse En La Piel Del Otro

Dicen que a la lectura sólo hay que dedicarle los ratos perdidos, que se pierde vida mientras se lee. Lo cierto es que, agradable pasatiempo para muchos, obligación para otros, leer es un beneficioso ejercicio mental.

Rendir culto al cuerpo está en boga, pero ¿y dedicar tiempo al cultivo de la mente? “Al igual que nos cuidamos y vamos cada vez más al gimnasio, deberíamos dedicar media hora diaria a la lectura”, sostiene el escritor catalán Emili Teixidor, autor de La lectura y la vida (Columna) y de la exitosa novela que inspiró la película Pa negre.

Favorecer la concentración y la empatía, prevenir la degeneración cognitiva y hasta predecir el éxito profesional son sólo algunos de los beneficios encubiertos de la lectura. Sin contar que “el acto de leer forma parte del acto de vivir”, dice el ex ministro Ángel Gabilondo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid y autor del reciente ensayo Darse a la lectura (RBA). Para Gabilondo, la lectura “crea, recrea y transforma. Una buena selección de libros es como una buena selección de alimentos: nutre”.


De la lectura de los primeros jeroglíficos esculpidos en piedra a la de la tinta de los pergaminos, o a la lectura digital, el hábito lector ha discurrido de la mano de la historia de la humanidad. Si la invención de la escritura supuso la separación de la prehistoria de la historia, la lectura descodificó los hechos que acontecían en cada época. Los primeros que leyeron con avidez fueron los griegos, aunque fuesen sus esclavos quienes narraban en voz alta los textos a sus amos. Siglos más tarde, la lectura se volvió una actividad silenciosa y personal, se comenzó a leer hacia el interior del alma. “Los grecolatinos vinculaban la lectura a la lista de actividades que había que hacer cada día”, sostiene Gabilondo. “Convirtieron el pasatiempo en un ejercicio: el sano ejercicio de leer”. Fueron los romanos quienes acuñaron el “nulla dies sine linea” (ni un día sin [leer] una línea).
¿Por qué es tan saludable? “La lectura es el único instrumento que tiene el cerebro para progresar –considera Emili Teixidor–, nos da el alimento que hace vivir al cerebro”. Ejercitar la mente mediante la lectura favorece la concentración. A pesar de que, tras su aprendizaje, la lectura parece un proceso que ocurre de forma innata en nuestra mente, leer es una actividad antinatural. 

El humano lector surgió de su constante lucha contra la distracción, porque el estado natural del cerebro tiende a despistarse ante cualquier nuevo estímulo. No estar alerta, según la psicología evolutiva, podía costar la vida de nuestros ancestros: si un cazador no atendía a los estímulos que lo rodeaban era devorado o moría de hambre por no saber localizar las fuentes de alimentos. Por ello, permanecer inmóvil concentrado en un proceso como la lectura es antinatural.


Según Vaughan Bell, polifacético psicólogo e investigador del King’s College de Londres, “la capacidad de concentrarse en una sola tarea sin interrupciones representa una anomalía en la historia de nuestro desarrollo psicológico”. Y aunque antes de la lectura cazadores y artesanos habían cultivado su capacidad de atención, lo cierto es que sólo la actividad lectora exige “la concentración profunda al combinar el desciframiento del texto y la interpretación de su significado”, dice el pensador Nicholas Carr en su libro Superficiales (Taurus). Aunque la lectura sea un proceso forzado, la mente recrea cada palabra activando numerosas vibraciones intelectuales.

En este preciso instante, mientras usted lee este texto, el hemisferio izquierdo de su cerebro está trabajando a alta velocidad para activar diferentes áreas. Sus ojos recorren el texto buscando reconocer la forma de cada letra, y su corteza inferotemporal, área del cerebro especializada en detectar palabras escritas, se activa, transmitiendo la información hacia otras regiones cerebrales. Su cerebro repetirá constantemente este complejo proceso mientras usted siga leyendo el texto.

La actividad de leer, que el cerebro lleva a cabo con tanta naturalidad, tiene repercusiones en el desarrollo intelectual. “La capacidad lectora modifica el cerebro”, afirma el neurólogo Stanislas Dehaene, catedrático de Psicología Cognitiva Experimental del Collège de France en su libro Les neurones de la lecture (Odile Jacob). 

Es así: hay más materia gris en la cabeza de una persona lectora y más neuronas en los cerebros que leen. El neurocientífico Alexandre Castro-Caldas y su equipo de la Universidad Católica Portuguesa lo demostraron en uno de sus estudios, junto a otro curioso dato: comparando los cerebros de personas analfabetas con los de lectores, se verificó que los analfabetos oyen peor.

La Ayuda Espontánea



Servir es ayudar a alguien de manera espontánea, como una actitud permanente de colaboración hacia los demás. La persona servicial lo es en su trabajo, con su familia, pero también en la calle ayudando a otras personas en cosas aparentemente insignificantes, pero que van haciendo la vida más ligera. Todos recordamos la experiencia de algún desconocido que apareció de la nada justo cuando necesitábamos ayuda que sorpresivamente tras ayudarnos se pierde entre la multitud.

Las personas serviciales viven continuamente estuvieran atentas, observando y buscando el momento oportuno para ayudar a alguien, aparecen de repente con una sonrisa y las manos por delante dispuestos a hacernos la tarea más sencilla, en cualquier caso, recibir un favor hace nacer en nuestro interior un profundo agradecimiento.

La persona que vive este valor, ha superado barreras que al común de las personas parecen infranqueables:

- El temor a convertirse en el “hácelo todo”, en quien el resto de las personas descargará parte de sus obligaciones, dando todo género de encargos, y por lo tanto, aprovecharse de su buena disposición.

La persona servicial no es débil, incapaz de levantar la voz para negarse, al contrario, por la rectitud de sus intenciones sabe distinguir entre la necesidad real y el capricho.

- Vernos solicitados en el momento que estamos concentrados en una tarea o en estado de relajación (descansando, leyendo, jugando, etc.), se convierte en un verdadero atentado. ¡Qué molesto es levantarse a contestar el teléfono, atender a quien llama la puerta, ir a la otra oficina a recoger unos documentos... ¿Por qué “yo” si hay otros que también pueden hacerlo?

Quien ha superado a la comodidad, ha entendido que en nuestra vida no todo está en el recibir, ni en dejar la solución y atención de los acontecimientos cotidianos, en manos de los demás.

- La pereza, que va muy de la mano a la comodidad también tiene un papel decisivo, pues muchas veces se presta un servicio haciendo lo posible por hacer el menor esfuerzo, con desgano y buscando la manera de abandonarlo en la primera oportunidad. Es claro que somos capaces de superar la apatía si el favor es particularmente agradable o de alguna manera recibiremos alguna compensación. ¡Cuántas veces se ha visto a un joven protestar si se le pide lavar el automóvil...! pero cambia su actitud radicalmente, si existe la promesa de prestárselo para salir con sus amigos.

Todo servicio prestado y por pequeño que sea, nos da la capacidad de ser más fuertes para vencer la pereza, dando a quienes nos rodean, un tiempo valioso para atender otros asuntos, o en su defecto, un momento para descansar de sus labores cotidianas.

La rectitud de intención siempre será la base para vivir este valor, se nota cuando las personas actúan por interés o conveniencia, llegando al extremo de exagerar en atenciones y cuidados a determinadas personas por su posición social o profesional, al grado de convertirse en una verdadera molestia. Esta actitud tan desagradable no recibe el nombre de servicio, sino de “servilismo”.

Algunos servicios están muy relacionados con nuestros deberes y obligaciones, pero como siempre hay alguien que lo hace, no hacemos conciencia de la necesidad de nuestra intervención, por ejemplo:

- Pocos padres de familia ayudan a sus hijos a hacer los deberes escolares, pues es la madre quien siempre está al pendiente. Darse tiempo para hacerlo, permite al cónyuge dedicarse a otras labores.

- Los hijos no ven la necesidad de colocar la ropa sucia en el lugar destinado, si es mamá o la empleada del hogar quien lo hace regularmente.

Algunos otros detalles de servicio que pasamos por alto, se refieren a la convivencia y a la relación de amistad:

- No hace falta preocuparse por preparar la cafetera en la oficina, pues (él o ella) lo hace todas las mañanas.

- En las reuniones de amigos, dejamos que (ellos, los de siempre) sean quienes ordenen y recojan todo lo utilizado, ya que siempre se adelantan a hacerlo.

No podemos ser indiferentes con las personas serviciales, todo lo que hacen en beneficio de los demás requiere esfuerzo, el cual pasa inadvertido por la forma tan habitual y natural con que realizan las cosas.

Como muchas otras cosas en la vida, el adquirir y vivir un valor, requiere disposición y repetición constante y consciente de acciones encaminadas para lograr el propósito. 

Equilibrio Emocional


"Una vez que sentimos el delicioso sabor del equilibrio emocional, es fácil identificar los fantasmas vigilantes que están a la espera de la más mínima presunta oportunidad para interferir con mantos de ceguera. Pues momentos como estos se convierten en decisiones importantes de vida, ya tu LUCIDEZ te invita a decidir de manera objetiva."

Los entornos confusos generados por sentimientos propios del ser humano, que entendidos bajo un razonamiento consciente no deberían tener peso ni afectación alguna a tu libre existencia. El danzar con entera libertad en el ahora llenan ese espacio de ideas y sentimientos desordenados que en momentos de falta de lucidez se encuentran vulnerables al contagio de las incoherencias existenciales de mentes borrosas con las que debemos interrelacionarnos día a día.
 
Siendo así, tu equilibrio emocional no es más frágil hoy y tampoco se vuelve víctima de las circunstancias externas, a través de nuestro encuentro propio tenemos claro que queremos y que desechamos, protegiendo de esta manera nuestro ser como el único aliado y compañero de la existencia. 

Es importante permanecer alertas y guardar coherencia, no únicamente en nuestros pensamientos si no en las acciones que cristalizan los mismos.
 
Viviremos cuidadosos de participar de las turbulencias de la vida o de actuar en ellas en consciencia por ende en COHERENCIA con nuestra verdadera esencia, ya nada la tornará obscura.

La inestabilidad emocional es sin duda alguna la más clara demostración de falta de lucidez, solo sin engañarnos y auto convencernos somos los VERDADEROS BAILARINES de nuestra hermosa canción de vida.

Saber Reconocer

El valor del reconocimiento, es el valor de ser justo con otros y con nosotros mismos para atribuirle los logros y fallas que se merece.

Este valor es el que otorga a cada persona lo que realmente se ha ganado.
Por ejemplo, reconocimiento es aplaudir a aquel niño que toca la flauta en la estación del tren y denota gran talento.

El reconocer está presente tanto en lo bueno y lo malo… Hay gente que simplemente se gana reconocimientos negativos por las cosas que ha hecho mal y que a lo mejor sigue haciendo.

Por otro lado, estamos nosotros mismos, está el reconocimiento que nos debemos a nosotros mismos por lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal.

Este reconocimiento es el que nos permite premiarnos cuando hemos llegado a una meta trazada y también es el que nos vuelve consciente para analizar las debilidades de haber cometido un error.

Si en tu vida no eres capaz de reconocer cuando has hecho algo bien o mal, no eres capaz de hacer relucir tus talentos y de asumir tus defectos cuando es necesario, jamás sabrás si vas por el camino correcto. 

Ahora, si te auto engañas para no sentirte mal… Peor. 







Asumir Los Errores



Pese a nuestras mejores intenciones y esfuerzos, es inevitable: en algún momento de tu vida estarás equivocado.

Los errores pueden ser difíciles de asimilar, por lo que a veces nos rehusamos a admitirlos, en vez de asumirlos. Nuestro sesgo de confirmación se impone y esto provoca que comencemos a buscar cómo probar nuestras creencias. El auto al que le bloqueaste el paso ya tenía una abolladura en la defensa, lo cual demuestra que fue culpa del otro conductor.

Los psicólogos denominan esto como disonancia cognitiva (el estrés que experimentamos cuando tenemos dos pensamientos, creencias, opiniones o actitudes contradictorias). Por ejemplo, es posible que pienses que eres una persona amable y razonable. Por lo tanto, al bloquearle el paso a alguien de forma abrupta, lo que experimentas es una disonancia y para poder sobrellevarla, niegas tu error e insistes en que el otro conductor debería haberte visto o que tenías el derecho de paso, aunque esto no haya sido así.

 “La disonancia cognitiva consiste en lo que sentimos cuando el concepto que tenemos de nosotros mismos (soy inteligente, soy amable y estoy convencido de que esto es verdad) se ve confrontado por el hecho de que lo que hicimos no fue lo mejor, que lastimamos a otra persona y que esa creencia no es verdad”, dice Carol Tavris, psicóloga social y coautora del libro Mistakes Were Made (But Not by Me).
Asimismo, Tavris añade que la disonancia cognitiva amenaza nuestro sentido de identidad.
“Para reducir la disonancia, debemos cambiar el concepto que tenemos de nosotros mismos o aceptar los hechos”, dice. “¿Y qué camino crees que va a preferir la gente?”.
Tal vez lo enfrentas al buscar cómo justificar tu error. El psicólogo Leon Festinger propuso la teoría de disonancia cognitiva en la década de 1950, cuando investigó a un pequeño grupo religioso que creía que un platillo volador los rescataría de un apocalipsis que tendría lugar el 20 de diciembre de 1954. Al publicar sus descubrimientos en el libro When Prophecy Fails, Festinger escribió que los miembros del grupo se rehusaron a aceptar que su creencia era errónea y mencionaron que Dios simplemente había decidido perdonarlos, mientras lidiaban con su propia disonancia cognitiva al aferrarse a una justificación.
“La disonancia resulta incómoda y eso nos motiva a disminuirla”, menciona Tavris. Cuando nos disculpamos por haber cometido un error, tenemos que aceptar esa disonancia, aunque no sea placentero.
Por otra parte, los estudios han demostrado que podemos sentirnos bien cuando mantenemos nuestra postura. En un estudio publicado en la revista European Journal of Social Psychology se descubrió que las personas que se rehúsan a disculparse después de cometer un error tienen más autoestima y creen tener más control y poder, en comparación con las personas que asumen sus errores.
“En cierta forma, las disculpas les dan una sensación de poder a quienes las reciben”, menciona Tyler Okimoto, uno de los creadores de ese estudio. “Por ejemplo: al disculparme con mi esposa, asumo haber hecho algo mal, pero esa disculpa también le permite a ella elegir entre aminorar mi pena al perdonarme o intensificarla al guardarme rencor. Nuestro estudio ha descubierto que las personas experimentan un aumento a corto plazo en los sentimientos de poder y control personal después de rehusarse a pedir disculpas”.
Sentirnos poderosos puede ser un beneficio atractivo en corto tiempo, pero a la larga existen consecuencias. Negarnos a pedir disculpas podría poner en riesgo “la confianza en la que se basa una relación”, tal como lo menciona Okimoto, y añadió que esto podría prolongar desacuerdos e incitar atropellos o represalias.
Según los expertos, cuando uno se rehúsa a admitir sus errores, también se está menos dispuesto a recibir críticas constructivas, lo cual podría ayudarnos a perfeccionar habilidades, rectificar malos hábitos y mejorar en general.
“Nos aferramos a nuestro modo de hacer las cosas, incluso si existen maneras más apropiadas, sanas y astutas de hacerlas, así como a creencias contraproducentes que ya han caducado”, dice Tavris. “Y provocamos que nuestras parejas, colegas, padres e hijos se enojen con nosotros”.

En otro estudio, realizado por los investigadores de Stanford Carol Dweck y Karina Schumann, se descubrió que los sujetos eran más propensos a asumir sus errores cuando creían ser capaces de cambiar su comportamiento.

Resulta más fácil decirlo que hacerlo, pero ¿cómo podemos cambiar nuestro comportamiento y aprender a aceptar nuestros errores?

El primer paso es identificar la disonancia cognitiva en el momento en que la experimentamos. La mente hará todo lo posible para preservar el sentido de identidad, por lo que es útil saber cómo se siente tener dicha disonancia. Por lo general, la disonancia se manifiesta en forma de confusión, estrés, vergüenza o culpabilidad. Estos sentimientos no siempre implican que uno está equivocado. Sin embargo, pueden utilizarse como recordatorios para analizar una situación desde un punto de vista imparcial, y cuestionarnos de forma objetiva si uno es culpable o no.

Del mismo modo, debemos aprender a identificar nuestras justificaciones y racionalizaciones habituales. Piensa en algún momento en que, estando consciente de un error, hayas tratado de justificarlo en vez de aceptarlo. Recuerda cómo te sentiste al racionalizar su comportamiento, y determina ese sentimiento como una disonancia cognitiva la próxima vez que te ocurra.

Okimoto menciona que esto puede ayudarnos a tener en cuenta que a menudo las personas son más indulgentes de lo que uno cree. Rasgos como la honestidad y la humildad nos hacen más humanos y, por lo tanto, más cercanos. Por otra parte, si no hay duda de que hemos cometido un error, negarnos a disculparnos denota una falta de confianza en nosotros mismos.


“Si es evidente para todos que has cometido un error”, dice Okimoto, “ser obstinado le muestra a la gente una debilidad de carácter, en vez de una fortaleza”.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Zombie Con Digital


Todos hemos visto, o lo que es peor, lo hemos hecho: caminar por medio de la calle, o cruzar de acera escribiendo como locos mensajes a través del móvil, haciendo caso omiso de los demás e incluso chocando con la gente. Aunque ese comportamiento puede ser molesto, hay estudios que prueban que también puede ser peligroso. Este fenómeno ya tiene nombre en los países anglosajones: “distracted walking”, aunque más bien parece el episodio jamás contado de la serie “The walking dead”, y así es como yo prefiero llamarlo. Es ver a alguien sacar el móvil por la calle y a mí ya me entra el mismo miedo que si hubiera visto un muerto viviente, porque esta gente son verdaderos zombies digitales.

¿Cómo reconocer al zombie digital?
Los que se tropiezan con cualquier objeto: hasta que no llevas a cabo el arte de ver el móvil y caminar por la calle al mismo tiempo, no te das cuenta de la cantidad de obstáculos a los que nos enfrentamos diariamente: bordillos, papeleras, escaleras…incluso cuando aún eres novato en esto, llegas a pensar que el Ayuntamiento ha puesto más farolas a propósito. ¿Saben esa sensación de que te descubres un moratón que no sabes cómo te lo has hecho? Pues ya tienes la respuesta. Haz la prueba al final del día: cardenales vs mensajes de Whatsapp. No falla.

Los que se paran en seco: Los más peligrosos y detestables, sin duda. Vas por la calle (generalmente a toda prisa), y de repente el que va delante siente la llamada y deja de seguir su ritmo natural. Es que no lo ves venir porque, o agudizas los reflejos para esquivarlos, y para esto hace falta mucha experiencia, o te topas con ellos irremediablemente. Es una de las cosas más irritantes. 

Una de las mejores medidas para evitarlo es darles un empujoncito al pasar. Además te lo ponen fácil, porque como están obnubilados en su dispositivo, dejan el pestorejo al descubierto, y es perfecto. ¡Zas, que espabile!

Los que dejan de escucharte por contestar al móvil: Vas acompañado en tu camino, y a tu acompañante le llega un mensaje. Te vuelves estúpido. Sí tú, no el del móvil, tú que sigues sólo por la calle hablando en alto. En el caso de que continúe a tu vera, por pura inercia, es la ocasión perfecta para contar aquello que llevas mucho tiempo queriendo confesar pero no te atreves. Total, no te va a escuchar…


Gracias a que ya existe una gran concienciación ante estos individuos, y debido a los numerosos accidentes que existen, algunos países ya están multando estas actitudes. Otros han aprovechado para lanzar al mercado aplicaciones que convierte tu pantalla en transparente y así puedas ver los riesgos con los que puedes toparte mientras juegas al Candy Crush por la vía pública. 

Sin embargo, ni las medidas más estrictas, ni las aplicaciones más absurdas pueden frenar algo que, a menos que sea ultra importante, está en manos del sentido común del propio individuo.  

La Muchedumbre Solitaria


Las semblanzas del hombre medio -aquel que no es rico ni pobre, libre ni esclavo- se suceden a lo largo del último siglo. Sus anhelos y pesadillas han ocupado tanto a sociólogos e historiadores como a escritores y artistas. Con la transición del capitalismo de producción al de consumo se fue perfilando y consolidando un nuevo estrato social: la clase media. Y con ella subieron a escena el hombre y la mujer que la conforman.

Aman, sufren; creen en algo o deambulan, desconfiados; a veces protestan, otras concuerdan. Pueden ser justos o réprobos. Pero el eje de su vida es el consumo. El marketing y la publicidad tienen el ojo puesto en ellos. En conjunto, gastan y hacen ganar millones. Desde la infancia hasta la vejez se los escudriña y disecciona; sus hábitos, costumbres, necesidades, son cuidadosamente registrados y analizados para adecuar la oferta a la demanda. Y en épocas electorales adquieren relieve fugaz, pues se transforman en el objeto de deseo de los candidatos. Esos votantes distantes y veleidosos, en su mayoría de clase media, eligen los gobiernos.

No obstante su importancia, el hombre medio nació apático, como anestesiado. Al principio no se lo diferenció del hombre masa, a quien Ortega, entre otros, estigmatizó: "La estupidez es vitalicia y sin poros", afirmó con ingenio despectivo para referirse al nuevo tipo humano. No era para menos: desde fines del siglo XIX la elite se sintió asediada por la irrupción de un individuo que adquiría identidad en la aglomeración, fuerza en el amontonamiento. 

El comunismo, el fascismo, el nacionalismo, condujeron a esos hombres y mujeres a la plaza pública, dotándolos de consignas y reivindicaciones amenazantes.

La literatura y el ensayo posteriores a la Primera Guerra Mundial comenzaron a deslindar al individuo de la masa. Se atemperó la fobia despectiva: ese sujeto ya no inquietaba más que a sí mismo. El "hombre sin atributos" de Musil somos nosotros: antihéroes, escasos de originalidad y vuelo, sometidos al dictamen de un mundo regido por el número. El personaje que conquistó la realidad y perdió el sueño. A este ser atribulado y gris, Kafka le adosó la pesadilla trágica: un insecto que se revuelve en laberintos infinitos sin conocer jamás el motivo de su tormento.

Más cerca de la actualidad, la sociología, la literatura y el arte norteamericanos de mediados del siglo pasado trazaron un retrato magistral de la clase media. La cuna del consumo describió a sus criaturas con certeza insuperable. Una ansiedad difusa, cuyo eco resuena contra la oquedad del cemento y las sombras de los rascacielos; escaparates de bares que dejan ver a seres de traje oscuro, acodados en el mostrador, bebiendo alcohol antes de volver a casa; hoteles anónimos donde se depositan absortos hombres y mujeres de paso, a medio abrir sus valijas, la mirada opaca, el cuerpo abatido; transeúntes, luces de neón, oficinas, restaurantes de mala muerte, rutas perdidas. 

Las pinturas de Edward Hopper, las fotos de Robert Frank y otros, capturan estas escenas. Y Arthur Miller, como pocos, desentraña el talante emocional que las sostiene. Willy Loman, el protagonista de Muerte de un viajante, está agotado, al cabo de un recorrido interminable, estéril. "Me siento tan solo sobre todo cuando el negocio va mal y no hay nadie con quien hablar", le confiesa a la mujer ocasional que lo distrae al borde del camino. La promesa de éxito, de ganar amigos para ser feliz y hacer negocios, es esquiva. El dinero se evapora pagando cuotas; la esperanza de ser alguien desfallece entre la incertidumbre y la mediocridad.


Por la época que evocamos, en un ensayo considerado ya clásico, titulado La muchedumbre solitaria , el sociólogo norteamericano David Riesman propuso una explicación cautivante del proceso histórico cultural que desemboca en el hombre medio. Es la cara sociológica de la moneda, cuya otra faz iluminan la literatura y el arte. 

Riesman distingue tres tipos de personalidades, según la dinámica poblacional. Al primero, propio de sociedades de alto potencial de crecimiento demográfico, lo denomina "carácter dirigido por la tradición"; al segundo, inherente a sociedades en equilibrio poblacional, lo llama "carácter autodirigido", y al tercero -el que aquí nos interesa- lo bautiza "carácter dirigido por los otros", asimilándolo a sociedades de evolución demográfica declinante.

Sustentabilidad


El principio de sustentabilidad contiene la visión filosófica referida al derecho de las generaciones siguientes a disfrutar por lo menos del mismo bienestar actual.

Generalmente se piensa que la sustentabilidad es nada más preservación y renovación de los recursos naturales. Pero ése es sólo un aspecto del desarrollo sustentable. En el paradigma se trata más bien de hallar alternativas para sustentar todas las formas de capital humano (social, cultural, psíquico, intelectual, financiero, medio ambiental...), pues despilfarrar cualquiera de ellas es despojar a las generaciones que vienen de sus oportunidades. Es la vida humana la que debe ser sustentada.

Sustentabilidad es el principio dinámico de la relación humana con el medio ambiente y con todo lo que abarca a lo social y a lo cultural. El principio ético de la centralidad de lo humano y el dinamismo de la Perspectiva de Género tienen un impacto político específico cuando se comprende que sustentabilidad no significa sostener los actuales niveles de pobreza y privación humanas. El presente miserable e inaceptable para la mayoría de los seres humanos debe ser transformado antes que ser sostenido. Lo que debe reconstituirse y sostenerse es el conjunto de oportunidades para la vida, no la privación humana.

El principio de sustentabilidad es complejo y de difícil aplicación. 

Conceptualizarlo requiere valorar en primer lugar lo humano y ver todo lo demás en función de las mujeres, los hombres y sus comunidades. Así, la sustentabilidad contraviene los intereses de cualquier tipo que monopolicen el dispendio de bienes y recursos, el despilfarro y la destrucción de lo que se ha llamado capital humano.

La sustentabilidad prefigura el acceso igualitario a las oportunidades de desarrollo, hoy y en el futuro. Es por ello el principio de la equidad intrageneracional e intergeneracional.


Con todo, se ha señalado que la situación actual es de tal manera incierta, que resulta casi paradójico preocuparse por el futuro. Porque hay quienes con urgencia se afanan en proteger un futuro lejano de las formas de un destino que despiertan tan poca preocupación y suscitan tan pocas medidas cuando se padecen hoy. 

Porque hay muchos discursos en los que la sustentabilidad está de moda no a pesar de su vaguedad, sino debido a esa vaguedad.

A Imagen Y Semejanza


¿Qué significa ser hechos a imagen y semejanza de Dios? Nuestra humanidad es la huella divina en nosotros. Mirar al hermano como un semejante es descubrir en él la imagen de la divinidad. “Somos semejantes en los valores que nos hacen humanos”.

Y fuimos creados a imagen y semejanza… nos explica la Biblia en sus primeras páginas. ¿Alguna vez meditamos, en profundidad, acerca de las posibles interpretaciones de este versículo? Esa imagen que menciona el texto sagrado, y esto es claro para mí, se refiere sin dudas a la imagen que nosotros proyectamos. Porque en todos nosotros anida, creo, la imagen de Dios, lo imaginamos como nosotros. Lejos está ese cliché pictórico de un Dios anciano, etéreo y barbado, vestido con una túnica blanca y que comanda su Creación desde una nube vaporosa en los Cielos (aunque a veces, a los efectos prácticos y pedagógicos, podamos recurrir a esa construcción simbólica).


La imagen de Dios en nosotros es justamente nuestra humanidad. Y al mirar de frente el rostro de nuestros semejantes, vemos también la dimensión de lo divino. A aquellos que no quieran depositar aquí una carga religiosa, les sugiero que se limiten, por ejemplo, a la mera simetría de lo humano. 

De este modo, más allá de nuestras diferencias (teológicas, doctrinarias, ideológicas), todos podemos acordar que lo humano nos iguala.