La moralidad
histórica se ha inclinado a exigir que el sujeto moral tenga como motivación
fundamental la preocupación por el ser humano en el sentido de posibilitar su
desarrollo, logrando la satisfacción de sus necesidades fundamentales.
El
humanismo, como valor, comporta la convicción ilimitada en las posibilidades
del ser humano y en su capacidad de perfeccionamiento; presupone la defensa de
la dignidad personal; proclama la concepción de que el individuo tiene derecho
a la felicidad y exige validar el criterio acerca de que la satisfacción de las
necesidades e intereses del ser humano debe constituir el objetivo esencial de
la solidaridad, en la búsqueda de un mundo más cooperativo.
La solidaridad es
el valor moral que expresa la necesidad de vincular la existencia individual al
objetivo de potenciar la diversidad de relaciones que une a los miembros de la
sociedad. Relaciones que se establecen afectuosamente entre los individuos, en función
de objetivos comunes de la clase, sector, grupo, países, etc., en aras
del beneficio común; por eso adquiere también connotaciones
internacionales, significando, en ese sentido, la manifestación colectivista de
todas las fuerzas progresistas de la humanidad.
La solidaridad
demanda la adopción de la causa del humanismo como fundamento primordial de la
vida personal; admite el reconocimiento de nuestros semejantes a fin de lograr
el necesario entendimiento y comprensión entre todos los miembros de la
sociedad; implica la comprensión del humanismo como actitud del sujeto moral
encaminada a potenciar a los más débiles; sustenta la igualación de
oportunidades como condición del libre desarrollo de cada uno de los seres
humanos.
El valor moral de la solidaridad constituye un verdadero corolario de
la lucha del ser humano, por hacer realidad el valor del humanismo.
El humanismo, que
sólo puede plasmarse como realidad a través del ejercicio de la solidaridad, se
expresa en las relaciones interpersonales en forma de colectivismo. El
colectivismo, negación del individualismo fomentado por la desigualdad social,
promueve la dedicación de la vida personal a ideales y objetivos que comportan
la satisfacción de intereses humanos.
En su condición de
valor humano, el colectivismo fomenta el desarrollo de capacidades para la
ejecución de acciones conjuntas y se caracteriza por la entrega de la
existencia individual a fines que tienen una significación colectiva.
Si bien
es verdad que el colectivismo supone la primacía de los intereses sociales por
encima de los intereses personales, esto no significa que el sujeto moral no
pueda concretar sus aspiraciones individuales, pues hay que tener presente que
todo interés personal racionalmente entendido, tendrá siempre un carácter
social.
El colectivismo
cumple el rol de aglutinador de todos los demás componentes del sistema de
valores humanos, ya que expresa la esencia social del hombre, quien ha vivido,
vive y continuará viviendo en colectividades sociales; expresa la esencia de
los medios fundamentales de producción, basados en la propiedad colectiva sobre
los mismos y aglutina en su seno el resto de los valores morales de la
sociedad.
Esta última tesis
se fundamenta en que los hombres realizan su actividad vital no de una manera
aislada, sino en colectividades sociales y los vínculos que se establecen son
de diferentes tipos: consanguinidad y en este caso nos encontramos ante la
célula básica de cualquier sociedad: la familia, en la cual se sientan las
bases de las relaciones colectivistas.
Pero el vínculo también es de tipo
social, político y cultural, y en este sentido se forman agrupaciones que se
denominan Patria, la cual tiene un significado extraordinariamente importante
en la existencia social de los hombres; ya que la conciencia social moral ha
fijado, desde hace mucho tiempo la unidad del hombre y la Patria como el valor
moral del patriotismo, expresión de las relaciones colectivas en este tipo de
colectividad.
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